A Manuela
Suspiros le falta el aire cada vez que se acuerda de las siete peores primeras
citas de su vida.
La primera
se remonta a su infancia, con cuatro a cinco añitos. Jugaba en la calle con su
primer novio, de nombre celestial (ya sabemos lo precoz que salió la pequeña Suspiritos).
El juego se transformó en tragedia cuando su madre la tuvo que llevar corriendo
a urgencias al ver su carita cubierta de sangre. Nadie supo que pasó entre los
pequeños amantes. Cuando regresó al encuentro de su ángel, este le respondió: “¿Ves,
Manuelita? Eso te pasa por no hacerme caso”. Manuela Suspiros apuntaba maneras
desde su más tierna infancia. Nunca se ha dejado dominar, provocando que le
abrieran la frente. Si la veis, fijaos bien, aún lleva la marca de su primer amor en
la frente.
Su segunda
primera cita digna de mención fue con un compañero de clase de inglés que le
cantaba “Every breath you take” cuando aprendían nuevo vocabulario. Sin aire se
quedó La Suspi cuando quedaron una noche para ver Titanic. Su pretendiente apareció
con un horroroso pantalón de cuadros negros y blancos, elástico, que se
estrechaba en los tobillos. Él se sentía
de lo más moderno, guapo y con estilo. Parecía un tablero de ajedrez, en el que
Manuela Suspiros le dio Jaque al Rey antes de comenzar la partida. Elegir esa
película fue una premonición de que su historia naufragaría. Lo más curioso de
todo, es que hoy en día, esos pantalones están de moda entre los adolescentes.
La tercera
cita tuvo lugar con un chico que le presentaron como Don Perfecto. No fumaba,
no bebía, hacía deporte, no se metía en líos, trabajador, y según él,
encantador. Quedaron en una tetería. Entre pastitas y té, él no paraba de
hablar de su maravillosa existencia, sin dejar decir nada a nuestra amiga. Las
palabras se perdían por el local, dando vueltas en el aire. La Suspi apenas
prestaba atención hasta que escuchó lo que nunca debería salir de un caballero.
Don Perfecto le dijo que era superdotado, y no precisamente por su capacidad
cerebral, no. La invitó a que cuando quisiera disfrutar de sus maravillosos
encantos masculinos, él, con gusto, se prestaría encantado.
¿Perdona?
Manuela Suspiros no salía de su asombro. No sabía cómo escapar de aquella
rocambolesca situación. Quería desintegrarse en el fondo de su taza de té. No te preocupes, nena (se atrevió
a decir el galán), ya sé por tu cara que no va a pasar nada entre nosotros,
pero veo que sabes escuchar, te contaré qué… y bla bla bla
De forma
estoica, aguantó una hora más al pelma ese que según él, sus amigos apodaban
“El trípode”.
Ilustrado por Rocío Ferrete Marchamalo
El cuarto
desastre de primera cita tuvo lugar con un chico muy agradable, educado, suave,
tierno, limpio, aseado, depilado por todos los poros visibles de su piel, con unas
cejas rasuradas a la mínima expresión. Resultó que el maromo en cuestión se
hacía la manicura, se depilaba los pechos, brazos y piernas. La limpieza de
cutis mensual no podía faltar en su rutina de belleza. Era impecable, olía muy
bien y los dientes le brillaban a diez metros de distancia. Era de los que como
mínimo necesitaría una hora o más para poder salir de casa en perfecto estado. La
Suspi no podía dejar de mirar de forma hipnótica las finísimas cejas de su
acompañante. Solo pensaba en salir de allí para peinarse sus rebeldes cejas, y
quitarse algún que otro pelillo que con seguridad había quedado pegado a su
piel. Nunca más volvió a ver a este chico que le daba algo de repelús.
Su quinto
intento se quedó grabado en su memoria porque tras un rápido piscolabis, su
futuro pretendiente la invitó a ir al supermercado para hacer la compra. Sí,
eso debió de ser una señal inequívoca para salir corriendo y no mirar atrás. Conocer
a alguien entre botellas de aceite y paquetes de arroz es difícil de olvidar. No
debéis despreciar las señales que os brindan las primeras citas, no suelen
fallar. Si las veis, salir por patas.
La sexta
primera cita digna de perderse en el olvido fue con un pijo camuflado. Era el
rey del yo, yo, yo. Yo tengo un coche con una estrella grande. Yo tengo una
gran casa en el centro de la ciudad. Yo tengo una casa en la costa. Yo tengo un
reloj impresionante. Yo tengo una empresa familiar. Yo tengo… Tú lo que tienes
es una empanada mental que no puedes con ella, pensó La Suspi. En esta ocasión,
no dio opción y salió sin despedirse de semejante ejemplar. Con el tiempo lo
vio en alguna portada de revista muy bien relacionado.
La séptima primera
mejor cita que tuvo Manuela Suspiros, podía haber sido la número diez. Esa es
la nota que le pondría al caballero que puedo haberse convertido en su rey. Fue
un príncipe venido de tierras muy lejanas para dejarla sin aliento y con el
pelo despeinado. Lástima que esta historia no pueda ser contada…