1 nov 2012

MANUELA SUSPIROS Y SU PESADILLA


A Manuela Suspiros le falta el aire al recordar su pesadilla de anoche, por momentos los sueños eran realidad, y la realidad superaba sus sueños.
 
Manuela Suspiros se encontraba en una casa oscura, extraña, desconocida, y el poco aire que respiraba no la dejaba caminar. Sabía que no era su hogar. Las puertas eran negras y había que realizar un enorme esfuerzo para conseguir abrir una de ellas. No había ventanas, las paredes eran altas y rojizas, careciendo de huecos por el que pudiese entrar algo de luz externa. Apenas se veían muebles, los pocos que nuestra amiga atisbaba a ver eran muy antiguos, de algún siglo pasado. Era como si el tiempo se hubiera detenido y la casa se hubiese estancado con el paso de los años.
Por alguna desconocida razón, La Suspi no se sentía a gusto en esa opresiva  casa,  asfixiante, con una lúgubre decoración en tonos rojos y negros. Su corazón no respiraba tranquilo, es más, se le aceleraba por momentos.  

                                   Ilustrado por El Taller de la Ratita Presumida
                                               
Sin nada que perder, decidió abandonar aquel  sombrío lugar, buscando  alguna luz que no proviniese de las velas. Tras realizar un enorme esfuerzo para abrir la puerta principal, inició su andadura sin rumbo fijo, sin saber a ciencia cierta hacia donde encaminar sus temblorosos pasos sin hacer ruido. Era noche cerrada ya, numerosos miedos acechaban a Manuela Suspiros que no dejaba de tiritar, y no precisamente de frío. No es que nuestra amiga fuese una cobarde, pero verte en una noche fría por un tétrico y desconocido sendero, huyendo no sé muy bien de qué, es como para dejar de ser valiente ¿no creéis? Hacía frío, mucho frío, mientras una finísima lluvia comenzaba a dejar la superficie del camino resbaladiza y mojada.
En su huida (todavía sin saber muy bien de qué), La Suspi se vio rodeada de agua. Cerca de la senda por la que transitaba pudo percibir una especie de estanque o de lago pequeño. Presentía que algo o alguien la acechaba, podía sentir su presencia cerca. De repente, sintió un desgarro en el brazo derecho, como si una fiera le intentase atrapar entre sus garras. Sus gafas se cayeron, aunque pudo ver con claridad que una mala bestia había conseguido hacerle una enorme herida, sangrando cada vez más deprisa. Cuando pudo observar su brazo, se percató de que no era el zarpazo de ninguna alimaña, sino el mordisco de algún ser irracional que no era de este mundo.
Se limpió la sangre en el estanque, viendo reflejada su  aterrada cara en él. Con el  brazo mal herido, sin saber de qué diablos huía, decidió regresar a la casa que le daba pánico en busca de ayuda. Seguro que allí encontraría algo para calmarse el escozor que le hervía el brazo.
A duras penas consiguió otra vez abrir la pesada puerta, esta vez para regresar. Ese aciago lugar le producía escalofríos, sin embargo, una extraña fuerza le arrastraba hacia allí, sabiendo que eso podría ser su desdicha, su infortunado final.
No había nadie. Un angustioso silencio se escuchaba por toda la casa. Manuela Suspiros fue a parar a una gran sala. En cuestión de segundos, se abarrotó de oscuros seres, sin saber cómo habían logrado entrar, pues la única puerta era por donde había entrado ella. Era una especie de comedor enorme, con una gran mesa ovalada y alargada en el centro con numerosas  sillas. La mesa estaba vacía, sin platos, ni vasos, ni cubiertos, totalmente desierta. Ni siquiera lámparas que alumbraran la estancia, pero se veía con nitidez dentro de la gran oscuridad que allí reinaba.
Todos los que allí estaban permanecían de pie observando con hipócrita amabilidad a La Suspi, a sabiendas de que ella intuía que algo le estaban ocultando. Todos iban de riguroso negro. Uno de ellos le sugirió a nuestra amiga que se sentara, y no lo dudó ni un segundo, su cuerpo obedeció sin rechistar. Quién en su sano juicio no lo haría en presencia de aquellos especímenes. Manuela Suspiros trataba de   buscar una explicación coherente en su cabeza de por qué “diablos” se encontraba en esas situación, pues no era un lugar al que acudiese de forma habitual, ni mucho menos la clase de amigos con los que se solía relacionar. Su raciocinio no podía ocultar su desconcierto, que se acrecentaba por momentos.
Aquellos seres demoníacos seguían de pie sin quitarle el ojo de encima, multiplicándose a cada segundo que iba marcando con lentitud el reloj del tiempo. Manuela Suspiros no atinaba a ver sus caras con nitidez, todas le parecían bastante pálidas, con unas ojeras muy pronunciadas. Se olvidó por completo de la herida del brazo, una turbación arrolladora se apoderó de ella. En ese preciso instante de lucidez mental, supo que ya no había vuelta atrás, no había escapatoria. La rodearon con sus cadavéricos rostros, carcajeándose con un cinismo desvergonzado.
Era el fin, lo sabía. El horror la paralizó al tiempo que abrían sus hambrientas bocas. Eran una especie olvidada de vampiros que pedían a gritos saciar sus deseos más secretos: beberse a Manuela Suspiros para secarle las entrañas, aplacando así su sedienta inmortalidad. Era su perdición, su desdicha, era el principio del fin, el comienzo de su nueva vida, la muerte de esta. Se acercaron hacia ella sin compasión, sin prisa. No percibió el pinchazo de sus puntiagudos colmillos, si sintió como se desangraba, nublándosele la vista.
Mientras le hurtaban la poca sangre que le quedaba, la vida se le escapaba por esos segundos que el reloj no quería marcar. Era tan horrible la sensación que no lo pudo aguantar más. Su umbral del dolor había llegado hasta su punto de máxima tolerancia, y Manuela Suspiros se desmayó.
Cuando abrió los ojos, estaba sudando a mares con un calor insoportable. El corazón le latía con fuerza. Lo curioso es que seguía mareada, con nauseas y ganas de vomitar. ¡Qué pesadilla tan horripilante acababa de tener!- pensó-
Intentó recuperar la calma, se miró las manos: no le faltaba ningún dedo. Las sábanas seguían siendo blancas, su cama en apariencia, era la de siempre. Pero una sensación de desconcierto la invadió, un escalofrío la estremeció. Miró hacia la pared, esta era larga, rojiza. Le costaba respirar, cuando observó unas manchas de sangre en la almohada. Se examinó el brazo derecho y ahí estaba la herida, cicatrizando. Intentó sentarse en la cama sin éxito, notando con pavor como todo su cuerpo estaba lleno de puntos sanguinolentos. Por algún insólito e inverosímil motivo seguía viviendo, aunque no sabía en qué condiciones ni en qué lugar. Ya no estaba mareada, veía con nitidez, aunque sus gafas no estaban por ningún sitio.
No hay ventanas, no puede salir. No hay luz, todo es oscuridad. Sólo hay una enorme y pesada puerta la separa del mundo. Manuela Suspiros escucha unos lentos y cansinos pasos que avanzan. No hay escapatoria. Es el final, es el principio.
Creo que Manuela Suspiros se vio condicionada por la noche de Halloween que con gran éxito nos han vendido los americanos: calabazas desfiguradas, brujas, esqueletos, vampiros y un sinfín de horribles seres que nos acechan esa noche en la que todo está permitido, y las criaturas más espantosas pueden llamar a tu puerta.
Manuela Suspiros quiere que no se pierdan nuestras tradiciones en estos días. Ella celebra el día de los difuntos o de los “finaos” comiendo castañas con anís,  encendiendo una vela para honrar a los seres queridos que nos han dejado, aunque siempre estén en nuestros corazones.
Y por primera vez en su vida, este año escuchará un “rancho de ánimas”, que según dicen, hacen que se te pongan todos los pelos de punta.

¿Y vosotros? ¿Qué hacéis estos días? ¿Truco o trato? ¿Castañas o calabazas?

 

19 oct 2012

MANUELA SUSPIROS Y LA SEGUNDA PARTE DE LA PISCINA


A Manuela Suspiros le falta el aire porque aún sigue con la operación bikini en pleno otoño, y algún kilito parece haberse quedado atrás como el verano. Pero se le quedaron un par de cositas en el tintero sobre las piscinas y el  sorprendente mundo de los vestuarios, aquí va el resto.

Se podría escribir una novela de terror al respecto, no vamos a entrar en detalles, no obstante Manuela Suspiros se ha topado en los vestuarios con las que no saben decir buenos días, las que cuentan con pelos y señales lo que hacen con su marido o amante para que se entere todo la sala, las que se miran y remiran al espejo (aparte de su ombligo), sin tener ni un gramo de grasa (porque celulitis tenemos todas, salvo las deportistas profesionales). ¡Menudo lucimiento personal! Al final con el paso de unas cuentas primaveras, toda la musculatura se afloja, como a todas (y a todos), no se puede luchar contra el tiempo ni mucho menos contra la cruel Ley de la gravedad.

En este micro universo de los vestuarios se llevan la medalla de oro esas grandes olvidadas: las madres, que a alguna le daría yo ese merecido trofeo y a otras las hundiría en la piscina junto con sus maleducados y chillones hijos. ¡Qué griterío! Allá donde van lo de hablar en voz baja es una utopía: Paula, recoge eso; Raúl, no pegues a tu hermana; Raquel, sal de la taquilla, ¡YA!

De los vestuarios masculinos no voy a hablar, pues es un territorio aún por descubrir. Bueno, Manuela Suspiros se coló una vez por error, y de lo que allí vio, nunca quiso hablar. Guardó silencio, y se llevará a su tumba aquello que tanto le sorprendió (o quizás no tanto).

Eso sí, las auténticas heroínas de Manuela Suspiros son las señoras octogenarias que van a nadar con todo el tiempo del mundo y su carrito de la compra para meter todos sus enseres: toalla grande, zapatillas, gorro con florecitas del año de Maricastaña, toalla para los pies, toalla para la cabeza, bañador azul, bañador rojo de repuesto, neceser con un sinfín de botes, albornoz, un kit de maquillaje y un millón de cosas más que le puedan caber allí dentro. De mayor, a La Suspi le encantaría ser como ellas, sin complejos para seguir haciendo deporte. Como el gran ejemplo que fue Bernarda Angulo, que dejó de nadar a los 97 años porque la muerte la vino a buscar, no sin antes conseguir algún que otro récord. Casi seguro que allá donde esté, seguirá nadando kroll con los ángeles. Cuando a Manuela Suspiros le entra la pereza de ir a moldear su figura, invoca al espíritu de la Señora Angulo para que le dé un empujoncito que le haga saltar a la piscina. 

Pero no todo son inconvenientes, lo que ocurre es que cuesta mucho ponerse a hacer ejercicio y ver los resultados enseguida. No es fácil, hay que ser constates para que tu cuerpo de signos de mejoría en un par de meses, siempre y cuando no lo dejes, porque todo el esfuerzo habrá sido en balde. Como cuando nuestra amiga fue al fisioterapeuta aquejada de una fuerte lumbalgia, y este le dijo que tenía la musculatura de la cintura débil. Sí, la famosa y conocida como “lorza”, “flotador” o “chicha”, que sin darte cuenta un buen día aparece en tu cuerpo y no sabes cómo ha llegado hasta allí, estaba floja ocasionando múltiples desastres en su organismo. Manuela Suspiros no podía entender como nadando seguía su musculatura sin estar fuerte. Supongo que algo influirán las salsas, el pan, una cervecita para acompañar, y algún que otro furtivo cruasán. Qué le vamos a hacer, de vez en cuando el cuerpito debe disfrutar de algún que otro placer culinario.

Otra especie extraordinaria que anda merodeando por la piscina son los monitores. Algunos tan guapos, otros tan simpáticos y otros tan esculturales, que su sola presencia hace que quieras salir corriendo en dirección contraria. Están a otro nivel, haciendo que te pongas nerviosa con su mirada, de la que es inevitable escapar. Es como si vinieran de otro planeta para analizar qué rarezas físicas posees o qué músculo no tienes en su sitio.

En una ocasión, Manuela Suspiros entre piscina y piscina, se atragantó. Empezó a toser, y no podía parar, casi se ahoga. Un monitor con "rastas", sí, un "rasta fari" con una cara dulce (y algo dura), se le ofreció para traerle un vasito de agua. Esta se carcajeó entre tos y tos pensado que la estaba vacilando, y le suelta: "no te preocupes, que tengo  toda la piscina para beberme". El amigo de Bob Marley, se ríe y le dice que va en serio, que le trae el agua para que aclare su garganta. La Suspi creyó sinceramente que le estaba gastando una broma, sus mejillas enrojecieron de repente, deseando hundirse para no asomar más la cabeza.

Un domingo cualquiera, sí, un domingo. Manuela Suspiros sacó fuerzas de flaqueza aventurándose a echar unos largos y desentumecerse. Tras los estiramientos de calentamiento, metió el dedo gordo en la piscina. ¡Dios, estaba helada! Todos los pelos del cuerpo gritaron al mismo tiempo. ¿A ver quién es la guapa que se mete allí? Para no salir con vida –pensó- El monitor muy sonriente, esta vez sin rasta, y con una coleta le dice: Perdona, se ha estropeado la caldera, y el agua está algo fría, pero no te preocupes, te tiras, y calientas en el agua, solo notarás el frío al entrar. Una vez dentro…

¡La madre del cordero, qué fría! A punto de convertirse en un cubito de hielo humano, se tragó su orgullo y con la valentía de un nórdico se lazó, confiando en la sapiencia del muchacho. Nadó los primeros 400 metros a la velocidad de la luz, ni pulsaciones, ni leches, se moría de frío. Los dedos arrugaditos y al borde de la congelación. Resultado: una  bronquitis aguda que la apartó del deporte durante casi un mes, dejándola de nuevo en brazos de su esponjoso sofá.

Tras ese fatídico domingo, Maquiavela le regaló un calentito albornoz que la protegió del frío y de curiosas miradas, como aquella vez en que perdió sus chanclas favoritas en la inmensidad de una depravada lavadora, y le prestaron otras de un amarillo chillón que no combinaban con su albornoz azul. Hasta la miraban mal, porque todo hay que decirlo, algunos van a la piscina como si fueran a la pasarela Cibeles, bañadores de la marca “tututú”, gafas de la firma “tatatá”, o el último modelo en auriculares acuáticos. Lo más “chic”.

 Aún así, son muchos los buenos momentos que pasa en el agua. El otro día compartió talasoterapia con un caucásico jugador de baloncesto de más de dos metros. El tímido hombre no sabía dónde esconderse, el agua le llegaba a la cintura mientras que a nuestra querida amiga le llegaba por el cuello. ¿Os hacéis una idea?  Todos le miraban asombrados, pues de dos zancadas se ponía en el otro extremo. Parecía Gulliver con los liliputienses que le miraban con recelo. A la Suspi le hubiese gustado saber su idioma para hablar con el  “gigante” de barba roja que tanto fascinaba al resto, aunque por un momento se imaginó que en un despiste se los podría comer a todos.

Resumiendo: ¿es el deporte sano? Manuela Suspiros no lo tiene del todo claro, pues siempre acaba con el cuerpo dolorido tras una buena sesión de natación, eso sí, con las endorfinas por las nubes y una enorme sonrisa de oreja a oreja.
 
Por cierto, hay un mito que La Suspi todavía no ha conseguido averiguar: ¿es cierto que aparecen unos círculos rojos si  a algún despistado (o quizás no tanto) se le escapa algún líquido amarillento indebido? Por si acaso, no lo intentéis averiguar…

 

1 sept 2012

Manuela Suspiros y la piscina

 
A Manuela Suspiros le falta el aire y algún que otro músculo por intentar moldear su figura en el medio acuático.

 Manuela Suspiros no sabe exactamente cuándo (ni mucho menos cómo) debería empezar con la comúnmente conocida como “Operación Bikini”, ya que a veces su sofá es tan cómodo y amoroso que le cuesta salir de él. Una vez que éste le rodea, está perdida en su abrazo. Algunos dicen que el uno de enero sería el día perfecto, bueno, mejor el dos ya que la resaca de ese día puede ser monumental. Otros, intentan emprender tal osadía cada lunes con una estricta dieta a base de pepino o alcachofa que acaba el viernes. Hay quien lo intenta cada mes con algo de fruta y una hoja de lechuga (con algún que otro gusano despistado). ¡Qué pereza! ¿Cuándo deberíamos emprender este sacrificio si nos hemos comido el invierno, nos engullimos el otoño y seguimos zampándonos el verano?

Nuestra amiga decidió que La Primavera sería una buena estación para apuntarse a la piscina, sintiéndose una sirena con gorro de nadadora que  hace que te parezcas a Mortadelo sin un solo pelo en la cabeza. Un bañador que te aplasta las tetas dejándote más plana que una tabla de surf, y unas gafas tan poco favorecedoras que hacen que tus ojos estén siempre abiertos, y no precisamente para ver mejor, no, sino del espanto de verte de esa guisa. ¡Tanto esfuerzo para nada! Por no hablar de esos horribles tapones de cera que se te incrustan hasta el tímpano, dejándote las orejas más pegajosas que un panal de miel, y sin por ello evitar que te entre agua en los oídos.
 

 

¡Empieza el espectáculo! Remojarse antes de entrar, hacer estiramientos ante la atenta mirada de los monitores que parece que se estén riendo de una, y zas, al agua: 50 metros, 100 metros, uf ya está con la lengua fuera. La Suspi intentando controlar sus movimientos sin perder el ritmo cardíaco, manteniéndose a flote, cuando de repente ve a un nadador en la calle contigua que al llegar al final salta del agua y se pone a hacer abdominales. Vuelve al agua, llega al otro lado de la piscina, repite abdominales y así sin parar. ¡Dios mío, pero qué desayunará ese tipo! Ella ya no puede con su alma, ni mucho menos con sus huesecillos. No es que le pese el culo, no, es que le pesa el alma.

Lo mejor es nadar sola, porque si te toca compañía te puede pasar como a Maquiavela, que una vez compartió calle con un armario empotrado que en mitad de su travesía se chocó con ella adrede, poniéndola del golpe en la calle contigua. Ella creyó que se había dado contra un iceberg y que en cuestión de segundos se hundiría como el Titanic, sin que nadie viniese a rescatarla. El cromañón le dijo:” ¡Ay, perdona! No te vi, es que nadas con tanta suavidad que apenas noto tus vibraciones”. Maquievela le miró fijamente y sin decir palabra siguió su camino, recomponiéndose del brutal impacto que no le dejó ningún cardenal, pero si dolorida durante un par de días. “Será imbécil –pensó- seré pequeñita pero no invisible”. Con tal de ligar, algunos no saben que inventarse, un poquito más de esfuerzo no vendría mal, que con golpes no se consigue nada. Es muy común ver especímenes raritos en los centros deportivos dispuestos a todo, incluso a prestarte su toalla sudada, con tal de entablar una conversación con el único propósito de verte atrapa en su red. Son como arañas, que tejen su estrategia para no dejarte escapar, y de hecho alguno, hasta lo consigue.

Manuela Suspiros quiso mejorar su estilo apuntándose a una clase que daban para aprender diferentes ejercicios acuáticos. Allí que se fue ella, muy dispuesta al aprendizaje, con todos sus sentidos en alerta para no dejar escapar nada. La pusieron en el nivel intermedio, ni era novata ni era de las que vuelan nadando. En su grupo había tres chicas y un bombón de nadador que no se derretía con el agua. Él nadaba primero indicando el ejercicio y las demás seguían su estela tras él: “patético”,  pensó La Suspi. “¿Qué diablos hago yo aquí con todos estos desconocidos?” Cambió de opinión cuando el profesor le dijo que tenía muy buen estilo, nadando muy bien. Manuela Suspiros se llenó de satisfacción.

¡Venga chicas, vamos a aprender a medirnos las pulsaciones! Ya no podía más, el entrenamiento se le estaba haciendo muy largo, durísimo, pero su orgullo era superior a las pocas fuerzas que le quedaban. No desfallecería, a pesar de que en cualquier momento podría darle un colapso tragándose toda el agua de la piscina. ¿Pulsaciones? ¡Por los clavos de Cristo! Ni que fuera a ir a las Olimpiadas. “Qué necesidad de padecer este sufrimiento, ¿para qué diablos me apuntaría a esta clase?” -se decía- Se sentía como un zombi o un no muerto, porque no atinaba a encontrarse esas pulsaciones de las que tanto hablaba el monitor.

 “Cariño, permíteme”. ¿Cariño? ¿Le había llamado “cariño” a La Suspi?

Fue entonces cuando el “bombonazo griego” acercó sus suaves y mojadas manos al cuello de Manuela Suspiros buscándole la yugular. A pesar de no ser un vampiro, no le hubiese importado lo más mínimo que ejerciera como tal, marcándola de por vida.

“¿Debes buscar aquí? ¿Ves? ¿Lo notas?” Le explicaba con pausada paciencia donde localizar el punto exacto. Ella como buena alumna aplicada, le atendía sin parpadear, no se le fuera a escapar ningún detalle.

“Bueno, a lo mejor estos entrenamientos no están tan mal…”

El tiempo se detuvo, pero la magia apenas duró unos segundos, ni siquiera le dejaron que llegara al minuto. Una de las arpías que compartía calle despedazó el encantamiento en un suspiro: “¡Perdona, pero yo tampoco me encuentro las pulsaciones, guapo!” Será… Mejor no voy a definir la palabra que pensó La Suspi para describir a una bruja de cuento de hadas que todo lo tiene que fastidiar.

Así fue como Manuela Suspiros aprendió mucho sobre natación (y poco o nada de cómo quitarse a petardas de encima) consiguiendo acabar un duro entrenamiento que la dejó deshidratada, sin aliento y con las pulsaciones revolucionadas. Eso sí, tardó más de una semana en recomponerse, le pesaban hasta  pestañas, pero para eso estaba su querido sofá azul esperándola con los brazos abierto.

Manuela Suspiros se fue un día a la sauna. ¡Oh, qué paz, qué descanso! Silencio y mucho calor. La sauna posee una gran cristalera que asemeja a un escaparate en el que puedes ver todo lo que ocurre en la piscina sin que te vean a ti. Mientras sudaba y meditaba, se planta ante sus ojitos el morenazo de las abdominales que se pone en pie dándole la espalda. ¡Qué imagen divina, que belleza, qué espalda tan bien esculpida por los dioses!  

Pero no todo es cuasi - perfección, no. Más de una vez se ha tenido que ir de la sauna por un previo ataque de risa. Hay un personaje con el que ha coincidido en varias ocasiones, que comparte sus íntimos momentos de sauna en silencio. En lugar de estarse quieto para que el calor limpie sus poros, hace abdominales sentado. Sí, sentado, hacia la derecha, hacia la izquierda, derecha, izquierda. Es superior a La Suspi, le entra la risa y se tiene que marchar, con la cara enrojecida y no precisamente por el calor. Sí, ya sé que es un gimnasio y hay que lucir figura, pero es que algunos se pasan tres pueblos. Deben de estar muy enamorados de sí mismos.

¿Y qué me decís de la depilación masculina? Sí, sé que nos adentramos en un tema muy espinoso, pero es que algunos tienen unas piernas de escándalo: ni un solo pelo. Nuestra amiga a veces se siente intimidada, ya que no es la primera vez que va a nadar y se da cuenta de que tiene algún pelillo de más. No sabe ni donde esconderse, y todo por no haber tenido tiempo atendiendo a las obligaciones de su reino. Estos muchachos, por más que ha mirado y remirado, ni pelos en las piernas, ni en los brazos, ni en el pecho, solo en la cabeza (y no por norma general, que la alopecia masculina está haciendo estragos en la ciudad). Abrazarles debe de ser algo resbaladizo. Un poquito de pelo no viene mal, para tener de donde agarrar…

Nunca hay que llegar a los extremos, como los señores que van con ella a  Aquagym. ¡Qué divertidas son esas clases! Señoras de mediana edad que pasan de todo. Muy pocas se divierten, otras se lo toman tan en serio que ni sonríen. Manuela Suspiros se pone con las revoltosas, que son las que hacen trampas, no acaban los ejercicios, se esconden como pueden del monitor para que no las riñan, y tragan mucha agua de los ataques de risa que les dan. Nunca olvidará el día en que haciendo uno de los ejercicios una de las señoras se quedó dormida encima de una tabla con los auriculares puestos. ¡Creyó que estaba muerta! Y encima la señora en cuestión se enfadó con ella cuando la sacó de su ensimismamiento.

De los pocos hombres que hay, ninguno se depila (es otra generación). Una cosa es que no tengas ni un solo pelo y otra es que parezcas el hombre lobo dentro de una piscina. ¡Es inhumano! La Suspi huye de ellos como de la peste. Más de una vez le ha tocado estar detrás de uno, y cuando hay que hacer ejercicios hacia atrás, ve como una enorme espalda peluda la quiere engullir para hacerla desaparecer. ¡Es horrible! Por más que intenta ir más rápido, la espalda peluda casi siempre le da alcance. Incluso ha llegado a tener pesadillas, es como si la espalda fuera un ente autónomo con vida propia,  con una espesa selva negra que la cubre. Le dan escalofríos solo de recordarlo.

Tampoco puede dejar en el tintero la primera vez que se llenó de valor para ir al Aquagym preguntándole a dos señoras que estaban allí: “¿perdonen, son muy duras estas clases?” La miraron atónitas, con ganas de abofetearla por su juventud: “niña, tenemos cuarenta años más que tú, así es que ya nos dirás. Si tú no puedes…” Mensaje recibido, cambio y corto. ¡Viva la simpatía!
 
¿Y qué me decís del maravilloso mundo de los vestuarios? Bueno, no os quiero hacer perder más tiempo, os lo contaré otro día.

 

 

 


15 abr 2012

MANUELA SUSPIROS Y LOS BAÑOS PÚBLICOS

A Manuela Suspiros le falta el aire cada vez que se acuerda de algunos sustos que se ha llevado en los baños públicos (o no tan públicos). 

Sí, es probable que lo que vaya a relatar ahora sea considerado un tema algo “escatológico”, pero no os hagáis los pudorosos, ¿eh? Seguro que más de uno ha vivido alguna circunstancia similar o peor. Decisión vuestra es si no queréis seguir leyendo, pues lo que aquí se relate herir puede vuestra sensibilidad. Estáis informados, y la que avisa no es traidora.

De todos es sabido que a Manuela Suspiros lo de volar no es santo de su devoción, aún así, ella no se pierde ninguna oportunidad de ver otras ciudades y paraísos terrenales. A punto de abandonar la bella Florencia con todos esos maravillosos rincones que provocaron el denominado Síndrome de Sthendal, mataba su tiempo en el aeropuerto Amerigo Vespucci, algo pequeño y en vías de modernización.  La Suspi quiso exprimir al máximo los últimos minutos para ir al baño con su amiga La Rizos, descubriendo ante ellas un aseo bastante viejo, que se caía a cachos, brillando por su ausencia la limpieza, todo hay que decirlo.
Cuando acabó, vio que había un letrero al lado del retrete, pero ni le prestó la más mínima atención, ¿para qué? Se fijó en la cadena, diciéndose: “Madre mía que atrasados están estos italianos, en su obsesión por preservar cualquier antigualla, todavía usan las cadenas en los baños”. Por supuesto, tiró de ella. Acto seguido se escuchó una estridente sirena que casi le para el corazón del susto. La Rizos horrorizada: “¿pero qué has hecho, loca?” Se miraron, y corrieron cual estampida de búfalos escaleras abajo hasta llegar sin aliento a la tienda de “souvenirs” donde las esperaba Maquievela. Las miró pensando: ¿Qué habrán hecho estas dos que vienen asfixiadas y con las caras rojas de culpabilidad? ¿Esa alarma tan molesta de dónde proviene? ¿Qué hacen esos dos guardias de seguridad subiendo a toda leche por las escaleras hacia los servicios?
Si a Stendhal Florencia le provocó elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, y alucinaciones, Manuela Suspiros sintió por unos instantes que sufría dicho síndrome, y no precisamente por la belleza del baño en cuestión.
La respuesta, muy simple: tiró de la cadena sin leer el letrero que explicaba que solo debía utilizarse en caso de emergencia. Si vais por el Mundo, leer bien los carteles, que aunque estén en otro idioma, seguro que tendrán algún gráfico explicativo. Al final resultó que eran más modernos de lo que ella pensaba.

Estados Unidos, ese gran país de las libertades, tiene unos baños muy diferentes a los de nuestra vetusta Europa. Los retretes están llenos de agua hasta arriba, como si fuesen una presa a punto de reventar, por lo que os podéis hacer una idea de todo lo que allí se puede ver. Manuela Suspiros estaba en la ciudad que nunca duerme, su moderna Nueva York, visitando el Metropolitan. Allí todo es grande, y ese museo es de dimensiones gigantescas, necesitas varios días para verlo, y un gran mapa para no perderte entre caballeros medievales, templos egipcios o pintores impresionistas que te observan en silencio. Sus amigas viajeras y ella rastreaban sin éxito sus salas en busca de  un palacio persa, o chino, u oriental, ya no recuerda muy bien de dónde era, y por mucho que escudriñaban el mapa, no lograban encontrarlo en el sitio que el plano especificaba. Cansadas y con dolor de pies, se dieron un respiro dirigiendo sus pasos al aseo. Cuán grande fue la sorpresa (o el asco) de La Suspi, cuando se topó con cuatro “monumentos etruscos” flotando en su baño, girando en el sentido de las agujas del reloj. Era tal su tamaño que temió que la atacaran, pues la miraban con cara de asesinos sedientos de algún tipo de venganza, parecía que tuvieran ojos y dientes (os ahorro más detalles). Difícil borrar semejante imagen dentro de la parte del Arte Etrusco de tan prestigiosa pinacoteca. Eso sí, tampoco encontraron aquel Palacio que fue sustituido por ese ejército etrusco en miniatura, que consiguió que les diera un ataque de risa ante la magnitud de sus componentes.

Una recomendación, si queréis ir a un servicio decente y gratis en New York, pasaros por la llamada Trump World Tower, todo lujo y sofisticación. Los baños son una maravilla, limpios, con olor a rosas, y con unos azulejos tan brillantes que te puedes ver en ellos sin necesidad de un espejo. Es fantástico pasear por la Quinta Avenida y pararse a descansar en uno de los edificios más lujosos del planeta. Además, cohabitan cafeterías y tiendas de regalitos, todo muy bien organizado y pensado para que los turistas dejen allí algún que otro dólar. Por supuesto, no están exentos de que te puedas encontrar cualquier “cosa oscura” flotando en el inodoro.

Sin abandonar todavía EEUU, Manuela Suspiros viajó a Florida con su amiga La Glamour. No podía irse de allí sin visitar los Everglades, con numerosa fauna salvaje, extensa vegetación y un número incalculable de cocodrilos con sonrisa afilada acechando que algún incauto turista se cayese para hincarle el diente. Antes de subirse al “hovercraft” que las llevaría a través de lo salvaje (y del riesgo de ser devoradas por los hambrientos caimanes), fueron al “wáter closet”. Manuela Suspiros se halló ante un retrete maloliente, con el agua verde, turbia y sin saber qué te podrías encontrar en el fondo. “¿Pero cómo voy a hacer pis aquí?” - Se asqueaba – “Estos americanos son muy poco higiénicos”.

Una vez fuera, comentó con su amiga el mal estado de los urinarios, teniendo en cuenta la cantidad de turistas que pasaban por ahí a diario, y lo organizaditos que solían ser los americanos en estos casos. En fin, se quedó un poco decepcionada.
Estando ya en medio de la nada absoluta, con un silencio roto por algún pájaro salvaje, y cientos de cocodrilos agazapados entre el follaje y el agua del manglar, la guía que parecía un hombre de las cavernas (con bigote incluido), les explicó en un inglés poco claro para nuestra amiga, que intentaban preservar al máximo La Naturaleza, evitando los cambios del paraje natural lo menos posible para no dañar ni al entorno ni a sus feroces criaturas. Les aclaró que hasta el agua de los baños provenía de los Everglades, de ahí su insólito color y su repulsivo olor a fruta podrida. Manuela Suspiros se llenó de ignorancia…
¿Evitar romper La Naturaleza quería decir que los desechos humanos iban a parar a una Reserva de la Biosfera haciendo submarinismo con los cocodrilos? ¿Podría alguno de esos bichos dentados colarse por el retrete mientras alguno hacía…? Bueno vale, dejemos aquí nuestra imaginación y a EEUU en paz.

Paris, la ciudad del amor por excelencia fue elegida para pasear por sus románticas calles, pero los planes de La Suspi se vieron truncados por los fatídicos atentados del 11 S, por lo que el viaje se pospuso para el siguiente año. La capital estaba invadida por militares que garantizaban su seguridad (o al menos en teoría) y de papeleras vacías para evitar que colocaran bombas. Los edificios más importantes como la Torre Eiffel, estaban protegidos por varios de ellos, incluso un soldadito galo de muy buen ver, en pleno servicio intentó ligar con Manuela Suspiros bajo el influjo de la Torre y los “croissants”, pero esa es otra historia.

La Suspi se quedaría corta para describir el encanto de Paris, su belleza y el aroma de sus calles, tantos rincones llenos de magia. Se enamoró irremediablemente de la Catedral de Notre Dame: sus gárgolas, sus torres, sus 387 incansables escalones hacia el campanario, sus vistas. El último día de su estancia en la ciudad de la luz, se sentó en la cafetería más cercana para guardar en su retina lo que aquella iglesia le hacía sentir, quizás algún retazo de alguna vida pasada ¿quién sabe?. Maquiavela y La Suspiros pidieron dos cafés a un simpático camarero que les alegró el día, les cobró un dineral (comprensible al estar en la iglesia del famoso jorobado), siendo tan grosero que ni siquiera les regaló una fútil sonrisa, ni les miraba a los ojos. Chaval, si te dedicas al turismo y aunque sean españolas, por lo menos estira las comisuras de los labios. A no, perdón, que si sonríen te cobran.
Siendo la metrópoli parisina una belleza sin palabras, casi rozando la perfección, fue una lástima que alguno de los franceses con los que se topó nuestra amiga, pareciesen estreñidos de nacimiento. Manuela Suspiros aprovechó para ir al baño (con todo lo que había pagado por “su café”, tenía que amortizarlo), pero estaba cerrado. Tuvo que llenarse de valentía y pedirle al camarero complaciente y amable, las llaves por medio de la mímica universal que comunica a los pueblos. Qué poco les gusta a los franchutes que no les hables en su francés natal. Enfurruñado, le dio las llaves. Previo pago de cincuenta céntimos más.
Encima de que fue el café más caro de toda su vida, tuvo que sufragar un suplemento para ir a mear. “Estos gabachos”, pensó La Suspi (sin acritud, ¿eh?). Bajó unas escaleras de madera, que daba miedo agarrarse a la barandilla (primero porque en cualquier momento se podría resquebrajar, segundo porque una película de grasa la protegía). Daba la impresión de entrar en el sótano de los horrores, del que nunca más podrías salir sin algún daño físico o moral. Abrió la puerta del baño con mucha cautela, pues presentía que algo maléfico iba a lanzarse sobre ella. ¿Qué había en ese sótano maldito? ¿Un retrete con agua hasta los topes como los americanos? ¿Un excusado fino a la europea? ¿Un orinal del siglo pasado? ¿Una bacinilla de oro? No, se topó con un oscuro y aburrido agujero en el suelo. Nada más. Se las ingenió como pudo para salir airosa de aquel mingitorio de tiempos inmemoriales, se bebió el resto de café frío,  y sin decirle nada al camarero que derrochaba simpatía por todos los poros de su cara, se despidió de Notre Dame y de la Vie en Rose. Para que no se me enfaden los parisinos, hay que decir que Manuela Suspiros estuvo en un baño similar en el Reino de Granada. ¿Será por la conexión de ambos pueblos con la cultura árabe?

Ya dispuesta a abandonar la capital del Moulin Rouge, le aguardaba un último trámite: el aeropuerto de Orly. La espera iba a ser algo larga. Manuela Suspiros no había comido muy bien durante sus paseos por el Sena, su estómago empezaba a hacer ruidos raros, quejándose como almas en pena quemándose en el infierno. Entre los nervios de subir al avión, y lo empachada que estaba, su barriga era una bomba de relojería a punto de estallar.
Pidió a Maquiavela que la acompañara al servicio, que esperara fuera, ya que el verde y amarillo que cubrían su cara prometían un desmayo seguro. Vigiló la entrada del toilette hasta que no hubiese nadie e hizo los deberes. La bomba se liberó, volviendo el  color rojizo, sanote a la tez de La Suspi. Al salir solo pudo ver a una mujer negra enorme, que entraba. En cuestión de segundos, Maquiavela y La Suspi la vieron salir casi blanca, algo grisácea y gritando: “¡Oh, my GOD, Oh my GOD?”. ¿Qué querría decir la pobre mujer?
Manuela Suspiros se sintió más liviana y feliz. Mientras sus amigas paseaban por el aeropuerto, ella vigilaba los bolsos, paquetes y demás enseres. Varios policías se le acercaron. Pensó que la iban a interrogar por los incidentes del baño, por fortuna, se equivocó. Ante la psicosis de los atentados, cualquier paquete o bolsa fuera de lugar eran objeto de desconfianza. Hablaron con ella en francés, ella les respondió en su lenguaje de signos (no podía ser de otra manera) explicándoles que aquello era de sus amigas. Con una sonrisa la saludaron y así fue como Manuela Suspiros le dijo “Aur Revoir” a los “toilettes parisinos”.

En los países del Este el sistema de los baños es muy peculiar. Viena, la cuidad de la música y de los cafés (nada tienen que envidiar los españoles) está muy presente en la recuerdo de La Suspi.
Paseaba con Maquiavela y La Rizos por una de las calles más lujosas de la ciudad, la famosa “milla de oro” como las llaman ahora (toda ciudad que se precie tiene una). Tiendas a precios desorbitados, elegancia y distinción a borbotones. Paradita para tomar un café, paradita para un helado, paradita para una cervecita (algo insulsas) y paradita para ir al baño después de las “cañas”. Allí en plena calle moderna, un baño público antiguo escaleras abajo (como no, otro sótano inexpugnable).

La Rizos y La Suspi se adentraron en el subterráneo mundo de los “urinarios vieneses”, dándoles la bienvenida un vienés muy serio a la par que educado, previo pago de los cincuenta céntimos de rigor. Ilusas, creyeron que era el encargado del baño de los “hombres”, pero no. Las acompañó con gentileza a sus respectivos baños, con puertas de cristal semitransparentes. Él mismo les abrió y les cerró la puerta, esperando obedientemente a que terminaran la faena con éxito (no fueran a quedarse atascadas).
No sabían dónde meterse (desde luego no había sitio), dejando la vergüenza escondida en algún rinconcito de su pudor. Desde fuera se veía y oía todo lo que dentro sucedía.: sombras y ruidos. Manuela Suspiros hizo todo lo que tenía que hacer a la velocidad de la luz, repitiéndose  que no volvería a beber cerveza vienesa. Cuando Maquiavela las vio, con las caras enrojecidas por la perplejidad de lo acontecido, les preguntó: “¿No habréis tirado de ninguna cadena o algo por el estilo, verdad? ¿En qué lío os habréis metido ahora?” Se descojonó de ellas cuando les escuchó decir, que un chico las observaba al otro lado…
¡Oh, Viena, cuántos recuerdos! Esos desayunos llenos de pastelitos variados, humeantes cafés y un montón de fruta. Manuela Suspiros se ponía ciega de zumo de manzana, pero solo los primeros días, hasta que se dio cuenta de que su vejiga no podía acumular tanto líquido junto. Una mañana, entre el frío y el zumo (las cervezas habían quedado en el olvido), no podía seguir caminando por la ciudad de Mozart. No se veía ni un servicio a varios metros a la redonda. Ya doblada del dolor, desesperada por encontrar un excusado decente, apareció ante ella el paraíso de los baños: el metro. Vio la luz cuando ante sus ojos divisó la señal de los lavabos. Corrió como pudo, pero de repente escuchó unos gritos a sus espaldas que la increpaban en un idioma raro. Una mujer con rulos en la cabeza ataviada con una bata a cuadros, le gritaba con cara de pocos amigos. Ella no entendía nada, solo quería hacer “pis”. Créanme cuando les digo que el idioma universal no es el inglés, es el de los signos y la mímica. La señora solo pretendía avisarle de que tenía que pagar, hasta que detectó la angustia reflejada en la cara de La Suspi: iba a reventar. La mujer se quedó como su bata, a cuadros, y con una media sonrisa la dejó pasar. Maquieavela se reía, pagando los cincuenta céntimos que valía en alivio de no perder la única vejiga que tenía.

Otra anécdota digna de mención sucedió en Praga. Una noche se perdieron en la taberna más antigua de dicha ciudad, El U’Fleku. Allí se bebía cerveza negra, se cantaba y los amables camareros obsequiaban con una sonrisa su licor especial (al final de la noche supieron que los chupitos no eran gratis). Entre cánticos, risas y espuma blanca, tocaba la visita obligatoria al excusado: una, dos, siete veces. Hasta que La Rizos, advirtió al resto de que en la entrada del baño había una mujer flaca y gris con un moño en la cabeza que la miraba mal (lo del moño debe ser muy habitual por esta zona europea). Manuela Suspiros regresó al baño para cerciorase de que efectivamente había una especie de Srta. Rottenmaier. No me extraña, de las numerosas veces en que la cerveza negra hizo su efecto, sus ojos la obviaron. Bastante tenía con evitar que el suelo no se le  moviera bajo sus pies. A la mañana siguiente, hubo un entretenido debate de si realmente existió esa mujer o era un espejismo cervecero. Maquiavela nunca la vio, La Rizos creyó verla por momentos, y La Suspi solo tiene un vago recuerdo de una señora con moño con muy malas pulgas echándole una monumental bronca mientras intentaba mantener el equilibrio. En fin, nunca sabremos la verdad.

Ya para ir acabando y no horrorizaros más, os contaré el extraño caso del “baño indiscreto” de un conocido cine de la ciudad de Manuela Suspiros. El servicio de los “hombres” está justo enfrente del de las “mujeres”, con un enorme espejo que refleja todo lo que hacen los varones de pie. No os miento cuando les digo que se ve todo, absolutamente todo. Lo más curioso es que no cierran la puerta, quizás no se han dado cuenta de ese pequeño detalle, o tal vez sí, y les encanta ser admirados por las damas, que aunque a veces quieran desviar la mirada, se encuentran de bruces con la realidad de un baño no apto para menores…

A pesar de todas estas historias, Manuela Suspiros ha tenido bastante suerte, no como su amiga la Ratita Viajera, que en su periplo por China tuvo que enfrentarse a unos baños sin puertas, con un asqueroso agujero en el suelo en muy malas condiciones higiénicas, y una cola de chinas mirándola para que terminara lo antes posible. ¡Qué horror! ¡Qué presión! Y dicen que el futuro es de los chinos...

Por favor, tener cuidadito con todo este tipo de situaciones. ¿Nunca habéis visto en la playa a esas señoras que solo se bañan de cintura para abajo? ¿Habéis parado el coche en mitad de la carretera porque no podíais más? ¿Jamás se os han caído las gafas dentro del retrete? ¿Alguna vez se os ha acabo el papel higiénico en plena faena? ¿Siendo chicas no os habéis colado en el baño de los chicos  porque siempre hay cola? ¿Es una leyenda el que se forme un círculo rojo si haces pis en una piscina?

Seguro que todos tendréis alguna aventurilla de este tipo, ¿os atrevéis a contarla?