10 nov 2013

Un pub irlandés

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando recuerda su paso por algunos de los pubs de Dublín, que en su día fueron musa de inspiración de grandes escritores. 
 
Había oído hablar de la amabilidad de los irlandeses, de su simpatía y de su afición a cantar y apostar por cualquier cosa. Creyó que eran mitos urbanos, hasta que los vivió en sus carnes.
La primera noche en Dublín Manuela Suspiros, y sus amigas, se fueron al Celtic Pub, un conocido antro dublinés que distaba mucho de ser turístico. No quedaban mesas libres, así es que acomodaron sus traseros en la barra, que llevaba unos cuantos años o lustros sin ser barnizada. El local era algo peculiar, ondeaban banderas de un montón de lugares españoles como la del País Vasco, Asturias o Galicia, todas ellas con la estrella roja y un Che Guevara observándolas. Esto tenía que haber sido una aviso para dar media vuelta.
Al lado de Maquiavela se sentó un extraño personaje ataviado con turbante, y con la cara pintada de blanco. Mientras se bebía una Guinness, sacó un librito y una lupa. Sí, no usaba gafas, y leía a través de esa lupa. Manuela Suspiros lo observaba con curiosidad, hasta que un escalofrío le recorrió todo su cuerpo. El tipo en cuestión dejó de leer el libro, levantó la lupa y se puso a mirar a La Suspi con todo descaro. Sintió que la estaban ultrajando. A Maquiavela empezó a entrarle la risa.  
 
La música irlandesa no dejaba de sonar, y las pintas de cerveza que se habían pedido estaban ricas y fresquitas, pero tardaban en bajar. A los cinco minutos, se levantó un chico con traje y corbata a pedir algo, y como no, las miró y les sonrío. A los diez minutos, otro señor repite la misma jugada, esta vez sin corbata. ¡Qué pasa! ¿Tanto se notaba que no eran de allí? Miraron a su alrededor y se dieron cuenta de que apenas había mujeres en el pub, solo una, que miraba con ojitos de enamorada a su acompañante. A todas estas, el del turbante seguía radiografiando a La Suspi con su lupa. ¿Tendría poderes mágicos? ¿Podría ver el interior de sus pensamientos con ella? Días más tarde lo vieron tocando una especie de flauta en la calle, era un artista ambulante, pero de la lupa ni rastro.
–Chicas, apuren las cervezas que esto se está poniendo feo –dijo Maquiavela.
 
 
Fue decir esto, y Manuela Suspiros tuvo a dos pretendientes sentados a su lado. Dos majetes dublineses dispuestos a hablar y a entablar una grata amistad. Ella hizo oidos sordos a lo que estos le decían en un susurrante inglés. Hubiese estado bien si la edad media de esos individuos no rozara los sesenta. En menos de media hora, estas mosqueteras estaban rodeadas de abuelos dispuestos a invitarlas a lo que ellas quisieran. ¡Oh, cielos! Nunca La Suspi se había bebido una cerveza a la velocidad de la luz. Salieron corriendo hacia otro pub en busca de mejores vistas y sin que nadie les radiografiara con una lupa.
Manuela Suspiros encontró a un interesante dublinés que la dejó sin aire y sin vergüenza en la oficina de turismo, pero esa es otra historia que no puede ser contada públicamente.