1 sept 2012

Manuela Suspiros y la piscina

 
A Manuela Suspiros le falta el aire y algún que otro músculo por intentar moldear su figura en el medio acuático.

 Manuela Suspiros no sabe exactamente cuándo (ni mucho menos cómo) debería empezar con la comúnmente conocida como “Operación Bikini”, ya que a veces su sofá es tan cómodo y amoroso que le cuesta salir de él. Una vez que éste le rodea, está perdida en su abrazo. Algunos dicen que el uno de enero sería el día perfecto, bueno, mejor el dos ya que la resaca de ese día puede ser monumental. Otros, intentan emprender tal osadía cada lunes con una estricta dieta a base de pepino o alcachofa que acaba el viernes. Hay quien lo intenta cada mes con algo de fruta y una hoja de lechuga (con algún que otro gusano despistado). ¡Qué pereza! ¿Cuándo deberíamos emprender este sacrificio si nos hemos comido el invierno, nos engullimos el otoño y seguimos zampándonos el verano?

Nuestra amiga decidió que La Primavera sería una buena estación para apuntarse a la piscina, sintiéndose una sirena con gorro de nadadora que  hace que te parezcas a Mortadelo sin un solo pelo en la cabeza. Un bañador que te aplasta las tetas dejándote más plana que una tabla de surf, y unas gafas tan poco favorecedoras que hacen que tus ojos estén siempre abiertos, y no precisamente para ver mejor, no, sino del espanto de verte de esa guisa. ¡Tanto esfuerzo para nada! Por no hablar de esos horribles tapones de cera que se te incrustan hasta el tímpano, dejándote las orejas más pegajosas que un panal de miel, y sin por ello evitar que te entre agua en los oídos.
 

 

¡Empieza el espectáculo! Remojarse antes de entrar, hacer estiramientos ante la atenta mirada de los monitores que parece que se estén riendo de una, y zas, al agua: 50 metros, 100 metros, uf ya está con la lengua fuera. La Suspi intentando controlar sus movimientos sin perder el ritmo cardíaco, manteniéndose a flote, cuando de repente ve a un nadador en la calle contigua que al llegar al final salta del agua y se pone a hacer abdominales. Vuelve al agua, llega al otro lado de la piscina, repite abdominales y así sin parar. ¡Dios mío, pero qué desayunará ese tipo! Ella ya no puede con su alma, ni mucho menos con sus huesecillos. No es que le pese el culo, no, es que le pesa el alma.

Lo mejor es nadar sola, porque si te toca compañía te puede pasar como a Maquiavela, que una vez compartió calle con un armario empotrado que en mitad de su travesía se chocó con ella adrede, poniéndola del golpe en la calle contigua. Ella creyó que se había dado contra un iceberg y que en cuestión de segundos se hundiría como el Titanic, sin que nadie viniese a rescatarla. El cromañón le dijo:” ¡Ay, perdona! No te vi, es que nadas con tanta suavidad que apenas noto tus vibraciones”. Maquievela le miró fijamente y sin decir palabra siguió su camino, recomponiéndose del brutal impacto que no le dejó ningún cardenal, pero si dolorida durante un par de días. “Será imbécil –pensó- seré pequeñita pero no invisible”. Con tal de ligar, algunos no saben que inventarse, un poquito más de esfuerzo no vendría mal, que con golpes no se consigue nada. Es muy común ver especímenes raritos en los centros deportivos dispuestos a todo, incluso a prestarte su toalla sudada, con tal de entablar una conversación con el único propósito de verte atrapa en su red. Son como arañas, que tejen su estrategia para no dejarte escapar, y de hecho alguno, hasta lo consigue.

Manuela Suspiros quiso mejorar su estilo apuntándose a una clase que daban para aprender diferentes ejercicios acuáticos. Allí que se fue ella, muy dispuesta al aprendizaje, con todos sus sentidos en alerta para no dejar escapar nada. La pusieron en el nivel intermedio, ni era novata ni era de las que vuelan nadando. En su grupo había tres chicas y un bombón de nadador que no se derretía con el agua. Él nadaba primero indicando el ejercicio y las demás seguían su estela tras él: “patético”,  pensó La Suspi. “¿Qué diablos hago yo aquí con todos estos desconocidos?” Cambió de opinión cuando el profesor le dijo que tenía muy buen estilo, nadando muy bien. Manuela Suspiros se llenó de satisfacción.

¡Venga chicas, vamos a aprender a medirnos las pulsaciones! Ya no podía más, el entrenamiento se le estaba haciendo muy largo, durísimo, pero su orgullo era superior a las pocas fuerzas que le quedaban. No desfallecería, a pesar de que en cualquier momento podría darle un colapso tragándose toda el agua de la piscina. ¿Pulsaciones? ¡Por los clavos de Cristo! Ni que fuera a ir a las Olimpiadas. “Qué necesidad de padecer este sufrimiento, ¿para qué diablos me apuntaría a esta clase?” -se decía- Se sentía como un zombi o un no muerto, porque no atinaba a encontrarse esas pulsaciones de las que tanto hablaba el monitor.

 “Cariño, permíteme”. ¿Cariño? ¿Le había llamado “cariño” a La Suspi?

Fue entonces cuando el “bombonazo griego” acercó sus suaves y mojadas manos al cuello de Manuela Suspiros buscándole la yugular. A pesar de no ser un vampiro, no le hubiese importado lo más mínimo que ejerciera como tal, marcándola de por vida.

“¿Debes buscar aquí? ¿Ves? ¿Lo notas?” Le explicaba con pausada paciencia donde localizar el punto exacto. Ella como buena alumna aplicada, le atendía sin parpadear, no se le fuera a escapar ningún detalle.

“Bueno, a lo mejor estos entrenamientos no están tan mal…”

El tiempo se detuvo, pero la magia apenas duró unos segundos, ni siquiera le dejaron que llegara al minuto. Una de las arpías que compartía calle despedazó el encantamiento en un suspiro: “¡Perdona, pero yo tampoco me encuentro las pulsaciones, guapo!” Será… Mejor no voy a definir la palabra que pensó La Suspi para describir a una bruja de cuento de hadas que todo lo tiene que fastidiar.

Así fue como Manuela Suspiros aprendió mucho sobre natación (y poco o nada de cómo quitarse a petardas de encima) consiguiendo acabar un duro entrenamiento que la dejó deshidratada, sin aliento y con las pulsaciones revolucionadas. Eso sí, tardó más de una semana en recomponerse, le pesaban hasta  pestañas, pero para eso estaba su querido sofá azul esperándola con los brazos abierto.

Manuela Suspiros se fue un día a la sauna. ¡Oh, qué paz, qué descanso! Silencio y mucho calor. La sauna posee una gran cristalera que asemeja a un escaparate en el que puedes ver todo lo que ocurre en la piscina sin que te vean a ti. Mientras sudaba y meditaba, se planta ante sus ojitos el morenazo de las abdominales que se pone en pie dándole la espalda. ¡Qué imagen divina, que belleza, qué espalda tan bien esculpida por los dioses!  

Pero no todo es cuasi - perfección, no. Más de una vez se ha tenido que ir de la sauna por un previo ataque de risa. Hay un personaje con el que ha coincidido en varias ocasiones, que comparte sus íntimos momentos de sauna en silencio. En lugar de estarse quieto para que el calor limpie sus poros, hace abdominales sentado. Sí, sentado, hacia la derecha, hacia la izquierda, derecha, izquierda. Es superior a La Suspi, le entra la risa y se tiene que marchar, con la cara enrojecida y no precisamente por el calor. Sí, ya sé que es un gimnasio y hay que lucir figura, pero es que algunos se pasan tres pueblos. Deben de estar muy enamorados de sí mismos.

¿Y qué me decís de la depilación masculina? Sí, sé que nos adentramos en un tema muy espinoso, pero es que algunos tienen unas piernas de escándalo: ni un solo pelo. Nuestra amiga a veces se siente intimidada, ya que no es la primera vez que va a nadar y se da cuenta de que tiene algún pelillo de más. No sabe ni donde esconderse, y todo por no haber tenido tiempo atendiendo a las obligaciones de su reino. Estos muchachos, por más que ha mirado y remirado, ni pelos en las piernas, ni en los brazos, ni en el pecho, solo en la cabeza (y no por norma general, que la alopecia masculina está haciendo estragos en la ciudad). Abrazarles debe de ser algo resbaladizo. Un poquito de pelo no viene mal, para tener de donde agarrar…

Nunca hay que llegar a los extremos, como los señores que van con ella a  Aquagym. ¡Qué divertidas son esas clases! Señoras de mediana edad que pasan de todo. Muy pocas se divierten, otras se lo toman tan en serio que ni sonríen. Manuela Suspiros se pone con las revoltosas, que son las que hacen trampas, no acaban los ejercicios, se esconden como pueden del monitor para que no las riñan, y tragan mucha agua de los ataques de risa que les dan. Nunca olvidará el día en que haciendo uno de los ejercicios una de las señoras se quedó dormida encima de una tabla con los auriculares puestos. ¡Creyó que estaba muerta! Y encima la señora en cuestión se enfadó con ella cuando la sacó de su ensimismamiento.

De los pocos hombres que hay, ninguno se depila (es otra generación). Una cosa es que no tengas ni un solo pelo y otra es que parezcas el hombre lobo dentro de una piscina. ¡Es inhumano! La Suspi huye de ellos como de la peste. Más de una vez le ha tocado estar detrás de uno, y cuando hay que hacer ejercicios hacia atrás, ve como una enorme espalda peluda la quiere engullir para hacerla desaparecer. ¡Es horrible! Por más que intenta ir más rápido, la espalda peluda casi siempre le da alcance. Incluso ha llegado a tener pesadillas, es como si la espalda fuera un ente autónomo con vida propia,  con una espesa selva negra que la cubre. Le dan escalofríos solo de recordarlo.

Tampoco puede dejar en el tintero la primera vez que se llenó de valor para ir al Aquagym preguntándole a dos señoras que estaban allí: “¿perdonen, son muy duras estas clases?” La miraron atónitas, con ganas de abofetearla por su juventud: “niña, tenemos cuarenta años más que tú, así es que ya nos dirás. Si tú no puedes…” Mensaje recibido, cambio y corto. ¡Viva la simpatía!
 
¿Y qué me decís del maravilloso mundo de los vestuarios? Bueno, no os quiero hacer perder más tiempo, os lo contaré otro día.