21 dic 2011

MANUELA SUSPIROS Y LOS ARÁNDANOS MÁGICOS


A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda del sabor de aquellos frutos morados que le devolvieron a la vida.


Manuela Suspiros caminaba entre la multitud sin rumbo fijo y con el corazón helado. La gente se empujaba corriendo entre los semáforos para no perder ni un segundo más, y continuar con las horribles y tediosas compras navideñas: sí, esos regalos por obligación, ese gastar por gastar, ese compromiso sin sentido. Deambulaba triste y sin ilusión, había perdido las ganas de celebrar la Navidad. De golpe y porrazo se había bajado de cada una de las nubes de colores en las que había vivido: la nube verdosa de la esperanza en un mundo mejor, la nube roja del amor y la pasión, la nube amarilla de la verdadera amistad, y en definitiva, las nubes de toda su existencia. Se sentía muy sola y desdichada, y no se atrevía a contarle a nadie lo que le pasaba, porque ni ella misma sabía muy bien qué le carcomía por dentro, pues ya no sonreía, era como si alguien le hubiese robado el alma (aparte del aire). Lo tenía todo y no tenía nada. Había dejado de soñar despierta y por la noche ya casi ni soñaba. Todo era gris, negro, gris, y otra vez ausencia de color. Ya no cantaba, ya no bailaba, ya no reía, y ya no se emocionaba con nada.


En su camino quedaron amigos atrás, algunos se marcharon a otros reinos muy lejanos; otros, siendo vecinos se distanciaron en el olvido de los años. Qué lejos quedaban aquellas miradas cómplices compartiendo un helado de chocolate, aquellas risas provocadas por un tropezón en la calle, aquellas promesas estancadas en un bote de Nocilla. Ahora no quería reconocer que los añoraba y que lo quisiera o no, formaban parte de la princesita en la que se había convertido. También echaba de menos a aquellos que sin quererlo o deseándolo se fueron a otro Universo diferente convirtiéndose en estrellas que a veces nos observan y nos guían en la oscuridad, pero que jamás volveremos a ver, ni a besar ni a abrazar (pero sí sentir).


Su Reino de luz y color se tambaleaba, se hundía en los abismos de la incomprensión del ser humano y la exasperación por salir de la oscuridad. A pesar de ser la víspera de Navidad, el Mundo ya no era un lugar feliz, ni seguro, ni alegre. Intentaba mirar hacia otro lado, pero era muy difícil hacer la vista gorda. Habían pasado miles de años desde la creación de la Humanidad y nada había cambiado: matanzas sin sentido, guerras despiadadas, crisis económicas, hambrunas devastadoras, enfermedades crueles, peleas, engaños, y un sinfín de momentos destructivos para arrinconar en un sótano olvidado. Solo había que observar un poco y mirar con atención, la Tierra se estaba quejando provocando maremotos, haciendo rugir volcanes para ser escuchada o temblando por el terror que le suponía lo que veía, y aún así, no le hacían caso. Manuela Suspiros había perdido la fe en el ser humano que era egoísta por naturaleza. Todo le parecía superficial, banal, insustancial. Sentía que el espíritu del Sr. Scrooge se había instalado sin permiso en su interior, aborreciendo a todo ser viviente, detestando la Navidad.



No soportaba que las ventanas de los edificios se llenaran de Sta Claus o de Reyes Magos colgantes, le parecía un crimen ver como las luces navideñas ahogaban a los pocos árboles que quedaban sanos, los villancicos le taladraban el cerebro cada vez que se acercaba a menos de cinco metros de un centro comercial. Ni que decir de las fiestas de confraternización de las empresas, todo abrazos y “amigos para siempre”, y al siguiente lunes un cuchillo imaginario clavado en la espalda, un mal gesto o un si te he visto no me acuerdo. ¿Y qué hay de esas reuniones familiares en las que cualquier hecatombe puede ocurrir? En lugar de ser un error pasajero se pueden convertir en un horror para borrar de la memoria. ¿Y qué me dicen de los buenos deseos para el siguiente año que se evaporan tras la última campanada si consigues no atragantarte con alguna uva?



¿Por qué hay que disfrazar a un pobre árbol llenándolo de bolas, adornos y luces? ¿Por qué hay que besarse debajo de un muérdago? ¿Por tradición o por obligación? Dicen que el beso es la distancia más corta entre dos personas, pero en fechas navideñas puede convertirse en una pesadilla (¿y si tienes que besar a alguien que no soportas?).



No entendía por qué la gente se saludaba con falsas sonrisas cuando el resto del año, ni se acuerdan de ti. Anidaba en ella el presentimiento de que nadie creía a nadie, nadie confiaba en nadie, nadie hacía o daba amor a nadie sin perder algo por el camino, sin perderse asimismo. Había dejado de creer en todo y el espíritu de la Navidad era algo que solo se veía en algunas pelis como “Qué bello es vivir”. Quizás, simplemente se había hecho mayor. O a lo mejor el “Grinch” le había robado la navidad. ¡Quién sabe!



Hubo una época en que Manuela Suspiros creía en los Reyes Magos, pero hoy hasta Baltasar, su favorito, había perdido su color. Este año no escribiría ninguna carta, no tenía nada que pedir.



El día de Navidad tocaron a la puerta de su Castillo: ¡Ding Dong! ¿Quién osaba perturbar la paz familiar en un día como ese si los renos voladores no existían, si no tenía chimenea para que Papá Noel se atascara en ella y no le envió carta alguna a los Reyes Magos?



Manuela Suspiros se acercó a la puerta malhumorada, en bata de color rojo arrastrando sus apesadumbrados pasos con unas zapatillas a juego y molesta por tener que abrir. Allí, no había nadie, algún vecinito gracioso que se confundió con Hallowen, pensó La Suspi. Al cerrar la puerta, esta se tropezó con algo que centelleaba en el suelo.


Se trataba de una pequeña caja de madera que brillaba como el oro y desprendía un conocido olor a incienso, y no era mirra precisamente. Un lazo rojo con un cascabel anudaba una pequeña carta que así decía:



"Vengo de un Reino muy muy lejano, cuyo nombre ni podrás pronunciar. Aquí te dejo estos frutos para que los saborees lentamente y puedas mirar dentro de ti, solo así tu alegría podrás reparar y tu ilusión podrás recuperar. Solo una cosa has de hacer: debes compartirlo. De no ser así, en una malvada y amargada arpía te convertirás, y nadie contigo querrá estar jamás. Y quedarás condenada a que cada Nochebuena te salga una verruga del tamaño de un arándano por todo lo que no has dado. Cree en ti, cree en los demás. Y nunca olvides que los mejores regalos salen del corazón. Y aunque tus manos estén vacías, están llenas de ti.”

“¡Paparruchas!”- Pensó nuestra amiga. Pero enseguida se fue a por una cucharilla para probar aquellos frutos tan raros. Al abrir el bote, solo el olor que desprendían le hicieron sentir bien, y en el momento en que chocaron con su paladar una explosión de sabores, olores y colores la transportaron a otros tiempos felices. Todos sus sentidos se activaron y fue trasladada a otra época. Recordó al instante la emoción de esperar la llegada de aquel regordete vestido de rojo que nunca se olvidaba de su regalo. Tras la copiosa cena y nunca después de las doce de la noche, su hermana Maquiavela la llevaba al cuarto de baño para lavarse las manos. Y era justo en ese instante cuando Papá Noel timbraba a la puerta y dejaba algo. La pequeña Suspi se ponía tan nerviosa que daba saltos de júbilo y quería echarse a correr para verle, pero Maquiavela la frenaba y le decía: “No puedes ir a saludarle, si le vieras, se iría. No olvides que es mágico y tiene que seguir llevando juguetes a otros lugares.” Pero era casi imposible retenerla. Salía corriendo en su busca, pero se marchaba antes de que llegase a verlo, obsequiándola con algún inconfundible presente y dejando la puerta abierta. Y por supuesto un mensaje: “que se portara bien todo el año, y estudiara mucho e hiciera caso a los mayores”. Qué educado era que invariablemente llamaba antes de entrar… – cavilaba Manuelita Suspiros. Y volvió a recordar que Santa Claus, Papa Noel, San Nicolás o como quieran llamarlo, viajaba en un trineo mágico llevado por renos voladores y en esa maravillosa y sorprendente noche era Rudolph el que iluminaba el camino con su nariz roja y brillante para que a ningún niño le faltara su juguete y a ningún adulto la inocencia.


Y Manuela Suspiros se llenó nuevamente de ilusión y de alegría, quería seguir sintiéndose tan viva que se tomó otra cucharadita de aquel manjar tan revitalizador. Y se vio de niña, la tarde previa a la llegada de los Magos de Oriente. Le encantaba ir a la cabalgata y se desesperaba por ver a Baltasar (que nunca entendía por qué iba el último), y escuchaba canciones, y recogía caramelos, y bailaba, cantaba, reía y se emocionaba. Por la noche, se acostaba muy tempranito y estaba atenta a cualquier ruido en el silencio de la noche para ver si los descubría entrando por la ventana. No sin antes dejarles tres vasos de vino dulce, unas galletas y algo de agua y lechuga para los camellos (aunque le extrañaba que los camellos comieran lechuga). Le advertían que si percibía algún sonido ni se levantase, porque se podrían marchar dejando solo un saquito de carbón. Se hacía tan largo el amanecer, pero al final salía el Sol. El desayuno eran un montón de regalos de todos los tamaños, y tres vasos vacíos encima de la mesa. La vida era alegría y despreocupación, ya que los Reyes Magos y sus ayudantes trabajaban todo el año en la Fábrica de los Sueños para que a nadie le faltase el suyo. La Supi volvió a soñar despierta.

Fue a por una tercera cucharadita, se sentía tan llena de vida que quería detener el tiempo. Pero rápidamente se dio cuenta de lo que estaba aconteciendo: no quería convertirse en una bruja verrugosa al siguiente año. ¿Qué podía hacer ella para compartir algo tan extraordinario con los demás? Maquiavela, que también los había probado (y llegó a pensar que eran alucinógenos), le propuso que juntas elaboraran una riquísima tarta de queso con un toque muy especial.


Esas navidades fueron únicas y amenas en su Reino. ¿A qué supo la Navidad aquel año? ¿A mazapán? ¿A almendras? ¿A turrón? No, aquellas navidades supieron a Arándanos Mágicos.


La tarde previa al día de la llegada de sus Majestades, mientras todos los niños saludaban a los camellos y gritaban como locos en la Cabalgata Real, Manuela Suspiros y Maquiavela prepararon la tarta de queso y arándanos más sabrosa y dulce de la región. Contaron con la ayuda de una ratita viajera que estaba de paso, de dos loros parlanchines que amenizaban con sus melodías (eso sí, aprovechaban cualquier despiste para pillar algún arándano); y dos sabias perritas, una pelirroja con olor a miel y otra de color melocotón que parecía una ovejita, ambas bailaban alrededor contoneando sus caderas. El pastel se hizo con sobredosis de risas y con mucho amor.

El día de Reyes el viento sopló y sopló y la tarta de arándanos mágicos comenzó a girar y girar y a hacerse cada vez más grande, convirtiéndose en un tornado alado de color dorado amarillento mezclado con el lila.




Sopló con tanta fuerza que se repartió por todo el Mundo. La Tierra volvió a temblar, pero esta vez de felicidad al ver a todos sus pueblos alegres y en sintonía unos con otros. Los océanos se balanceaban suavemente para que los delfines saltaran y atraparan su trocito de tarta.


Se rumorea que en el Polo Norte se vio algún Oso Polar con la boca teñida de morado, que en Australia los canguros se guardaban algún trocito en su bolsita y que en África el Rey León compartía su parte con una gacela afortunada. Incluso la Estrella de Belén se dio la vuelta esbozando una cálida sonrisa.

Los vientos suspiraron con fuerza y fue así como los arándanos mágicos llegaron a todos los hogares, no quedando rincón del Planeta que no fuera agasajado con un pedacito de felicidad. Fue así como el Mundo se convirtió en una gran tarta de arándanos, llenando a todos de optimismo y confianza en un futuro en el que el AMOR se diera en libertad. La gente empezó a confiar en el prójimo, a mirarse a los ojos y a devolver las sonrisas que habían estado ocultas en algún rinconcito del corazón. Todos aprendieron a compartir.


Dicen que los cuentos son los sueños que no se hacen realidad, entonces ¿por qué creemos en ellos? A lo mejor dentro de nosotros sigue habitando ese niño que fuimos, ese niño que confiaba, ese niño que jugaba con cualquier cosa en una calle.


Manuela Suspiros volvió a divertirse en Navidad, esa época en que se intensifican las emociones y en la que todo puede suceder. Eso sí, le gustaría ver como lo que popularmente se llama “Espíritu Navideño” se mantuviera durante todo el año.



Y si por Navidad el turrón vuelve, el champán nos empapa y los polvorones se nos atragantan, La Suspi desearía que sigamos dando sin esperar, porque cuando se da en su forma más pura, no se espera nada a cambio.


Y Manuela Suspiros volvió a creer en las personas, en la vida, en ella misma y sobretodo en la Navidad.

Estate atento, no vaya a ser que un trocito de tarta ya haya llegado a tu casa y aún no te hayas enterado.


Manuela Suspiros os desea FELIZ NAVIDAD y que el AMOR en todas sus formas invada vuestros corazones.

27 nov 2011

MANUELA SUSPIROS Y LOS MUSEOS

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de alguna de sus visitas a los museos.











De todos es sabido que en los museos hay multitud de cámaras para vigilar concienzudamente que nadie dañe las obras que llevan allí colgadas años y años. ¿Nunca os habéis parado a pensar que sucedería si también se pudieran grabar las conversaciones de la gente ante los cuadros que llevan siglos mirándonos como La Gioconda? Pues supongo que en algunos casos, nos partiríamos de risa o nos escandalizaríamos.

Manuela Suspiros ha estado cultivando su sapiencia a través de sus viajes, y como no, visitando sus valiosos museos. Ha contemplado de cerca a sus queridas “Meninas” en el Prado, se ha asombrado de la magnitud del “Guernica” en el Reina Sofía, se ha reflejado en el “Espejo de Venus” en la National Gallery londinense y casi se emociona al estar al lado de la “piedra Rosetta” en el British Museum. En la vida podrá olvidar lo que sintió cuando estuvo frente a La Primavera o El Nacimiento de Venus de Botticeli en los Uffizzi florentinos, ¡cuánta belleza junta! Eso sí, todo hay que decirlo, menuda decepción se llevó con la Mona Lisa, todo el mundo le decía que si iba al Louvre no podía dejar de verla. Y cierto es, que por los pelos, no la ve. Tras varias salas en su búsqueda cual Indiana Jones, se topa con unos doscientos japoneses sacándole fotos a una minúscula vitrina en la que se encontraba una señorita mirándoles sin verles, y con una extraña sonrisa que nadie hoy en día ha podido interpretar. La vio a través de los pelos de todos esos nipones histéricos que se empujaban y daban grititos histriónicos por verla en vivo y en directo (aunque de viva tenía poco). ¡Madre mía! Se marchó espeluznada de allí huyendo de la histeria colectiva, y no volvió a ir al Louvre. ¡Demasiada cultura para un solo día!



Y de New York, ni hablamos. Se perdió por el Metropolitan siguiendo los pasos de una especie de palacete chino mientras un millar de retratos parecían que recobraban vida (como en las pelis de Harry Potter), deseando apoderarse de su alma inmortal. Le entraban escalofríos ante la aterradora idea de quedarse encerrada toda una noche entre esas paredes. Lo más probable es que le hallasen a la mañana siguiente petrificada y con la cara desencajada del susto.



Tampoco podrá olvidar su extravagante paso por el Guggenheim neoyorquino (sin relegar, por supuesto, al de Bilbao con su célebre Puppy floral). Después de pasear medio Central Park hasta su entrada, y con las expectativas muy altas ante las afamadas colecciones con las que podría deleitarse, Manuela Suspiros se tropieza con una estructura circular blanca algo atípica para la arquitectura de la ciudad que nunca duerme. Y allí, La Suspi, Maquiavela y La Rizos entran en un edificio hueco por dentro que les da la bienvenida con cara de pocos amigos. El personal las saludó de mala gana, y casi todas las salas estaban cerradas por obras (y no precisamente artísticas) o cerradas sin ninguna explicación.

Solo localizaron un recinto abierto con una exposición fotográfica. ¡Qué bien! Pensó Manuela Suspiros, con lo que le gusta ella la fotografía. Y se propuso recrearse con las imágenes de una prestigiosa fotógrafa de cuyo nombre prefiere olvidarse. Para que os hagáis una pequeña idea, una de las fotos en cuestión era una inmensa mujer (en todo su esplendor, grande y amplia) como Dios o quien quiera que fuese la trajo al mundo, en blanco y negro. Y lo que allí se veía era dañino a los ojos, y perjudicial para el alma. Con lo bonitas que son las curvas y las mujeres exuberantes, esta “artista” (por llamarla de alguna manera) provocaba repulsión en quien contemplaba la obra, ya que de su culo (trasero o pompis para ser más finos) salía un enorme collar de perlas de colores que envolvía parte del resto de su anatomía. Fue una imagen vomitiva, que hizo que nuestra querida amiga pasara a la siguiente imagen: un tipo lleno de tatuajes, semidesnudo y con piercings por todo su cuerpo, y cuando digo por todo su cuerpo pensar mal y acertaréis: pezones y genitales incluidos (aparte de la nariz, por supuesto). La tercera y posteriores representaciones artísticas, fueron borradas de la memoria selectiva de La Suspi, y decidió que ya era hora de volverse al hotel, no sin antes pasar por el baño. Su cupo de arte estaba cubierto hasta el día siguiente.



Se fue con su hermana Maquiavela a descubrir el camino hacia el tan ansiado “toilette” y como aquello estaba tan bien señalizado, abrieron la primera puerta que se les presentó delante. Si hubiese existido una alarma en aquella salida, habría sonado por todo el museo y la vergüenza hubiese hecho acto de presencia en sus candorosas mejillas. Pero en lugar de sirenas escucharon una especie de silbido de alguien que las llamaba reclamando su atención. Un alguien o un alíen venido de otro planeta: un negro altísimo de más de dos metros muy delgado que las miraba con hambre al tiempo que les indicaba con el dedo índice que se acercaran hacia él. Parecía sacado de un documental de las tribus caníbales africanas, pero con chaqueta y corbata, muy elegante eso sí. Y dicho y hecho, aquel aerodinámico y huesudo dedo las atraía hacia él, ejerciendo un insólito magnetismo que acontece en la Naturaleza cuando un depredador está a punto de prender a su frágil presa. Manuela Suspiros entabló una inocente charla con él en su idioma, pero no se entendían mucho, y el lenguaje de signos hizo su aparición. Le pidió disculpas de la mejor manera que supo y pudo por haber profanado una puerta de su templo, y cuando se iban a marchar lejos de la influencia de su embrujo, el tiempo se detuvo. La habitación empezó a expandirse, a la vez que Maquiavela y La Suspi se hacían muy chiquititas y el descomunal hombre negro de ojos aún más negros se iba alargando sobre sus cabezas y su no menos enorme dedo les decía que se las iba a comer de un momento a otro. Ninguna recuerda como salieron de allí (consiguieron alcanzar la salida arrastradas por La Rizos, pero nunca llegaron al baño), aún así Maquiavela temió por su vida, sintiendo que iba a ser devorada por una mantis religiosa a cámara lenta. En ocasiones tiene pesadillas creyendo perder la cabeza…



¿Y a qué viene todo esto? Os estaréis preguntando. Pues viene, a que se ha paseado por media Europa y otros continentes viendo espléndidas pinacotecas, y no ha sido capaz de visitar el Museo de Arte Moderno de su propia ciudad. ¿No es vergonzoso? Hombre, nada comparable con el MOMA neoyorquino, que aparte de ser grande era un auténtico caos: de gente y de orden.



Y no hace poco, un buen amigo llamado El Lobo (y no se trata del turrón), iba a recitar unos cuentos eróticos en dicho Centro de Arte Moderno, y allí se fueron La Suspi, La Glamour y por supuesto Maquiavela. Todo en una atmósfera muy intelectual, con música sensual para crear ambiente y unos cuantos libre-pensadores de la época (es decir, de la actualidad presente). Aparte de que llegaron cinco minutos tarde y toda la sala se les quedó mirando, pasaron un rato muy agradable (aunque no hubiese estado mal un par de cervecitas para animar a los eruditos).





Y por supuesto, al finalizar, momento de agradecimientos y peloteos varios con foto incluida. Lo que sorprendió a La Suspi fueron las palabras de la directora del Centro o Museo o Galería, diciéndoles a todos que aquello no se podía denominar “museo”, que aquello era un lugar para el “arte”, que dicha palabra estaba obsoleta, que la modernidad era lo importante. Y Manuela Suspiros se llenó de rebeldía y espíritu reivindicativo, ya que le es incomprensible que algunas personas quieran parecer superiores a otras (o al menos así lo entendió ella) haciendo demagogia de la cultura para ganarse al público. El conocimiento debería de estar al alcance de todos, y seguiremos luchando por ello. No obstante, la iniciativa y la actividad estuvieron a la altura de El Lobo, que se entregó al cien por cien (como siempre lo hace).



Lo gracioso vino después, viendo el “arte moderno”. ¡Había una exposición de penes! Sí, de penes. De todos los colores y tamaños, algunos daban auténtica pena y otros no podían ser de verdad. Como podéis imaginar, el cachondeo fue divertidísimo, las carcajadas hacían eco en las paredes, tanto que una agente de seguridad fue a donde estaban ellas a ver qué sucedía.


Ay, esos “penes” al descubierto amenazando el silencio de la sala. La Suspi pensó que había micrófonos secretos para escuchar lo que decían (palabras irrepetibles que hubiesen animado la aburrida tarde de algún sobrio vigilante). Creyeron que las iban a echar de allí por escandalosas, pero simplemente cerraban el museo (perdón, el Centro de Arte). Y no sería la primera vez que casi la echan de un Museo, como le sucedió en Praga, en donde una vieja señorita Rottemayer la amenazó con gritos por haberse acercado demasiado a un cuadro, pero esa es otra historia.





Y a pesar de todo, de que sean cuadros, fotos, esculturas o penes; puntos o rayas, de que el lugar en que se encuentren sea un museo, un centro o la calle; Manuela Suspiros sigue sintiendo la que vida es una obra de arte…







5 jun 2011

MANUELA SUSPIROS Y LA FAMA



A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de la primera vez que fue portada de un periódico y protagonista estelar de un medio de comunicación.


París la enamora con su encanto romántico: largos paseos por el Sena, salmos místicos en el Sacre Coeur, y como no la gran vista de la ciudad desde la Torre Eiffel. Visitó la Ciudad de la Luz (o La Ville Lumière como la llaman los “franchutes”) tras los fatídicos atentados del “11 S”, y toda ella estaba custodiada por soldados que velaban por su seguridad. Y de todos es conocida la “debilidad” de La Suspi por los uniformes varios (preferiblemente de color rojo), por lo que al doblar cualquier esquina se podía tropezar con un militar con cara de pocos amigos vigilando cualquier movimiento que levantara sospecha. Más de uno no pudo resistirse a los encantos de nuestra querida amiga, regalándole alguna que otra sonrisilla con guiño incorporado.


La Suspiros deambulaba con Maquiavela, La rizos y su inseparable Nikon de carrete en dirección a La Bastilla cuando a lo lejos vieron a un numeroso grupo de personas apelotonándose alrededor el monumento en cuestión. A medida que se acercaban, el ruido era mayor: gritos y protestas se mezclaban con un idioma ininteligible.


Es curioso como cuando se es turista, creemos que nada malo nos puede pasar. Todo es maravilloso, si llueve o graniza no importa, qué bonita estampa para las fotos; y cualquier pequeña cosa que en nuestro lugar de origen pasa desapercibida, estando de vacaciones nos llena de emoción. Pero a veces, podemos estar en el lugar equivocado y con la gente menos apropiada y desgraciadamente, algo ocurre.


- Chicas, vamos a acercarnos, que puede que estemos presenciando algún hecho histórico – dijo Manuela con el entusiasmo que la caracteriza.


Pero las miradas de sus compañeras de viaje lo dijeron todo sin decir una palabra. La previnieron de que no se metiera en líos dada la situación que atravesaba el mundo occidental por aquel entonces y que tuviera cuidado.


Ingenua, inconsciente tal vez, y con su vieja cámara en mano se acercó para inmortalizar aquel lapso de tiempo que nunca volvería a repetirse.


Al aproximarse, se empezaron a dar cuenta de que ondeaban numerosas banderas de Israel. “Oh, oh, dijo Maquiavela, esto no me gusta”.


- ¡Venga chicas! – las alentaba La Suspi- Esto pinta interesante…


En cuestión de segundos y sin previo aviso, unos exaltados venían hacia ellas, prácticamente arrollándolas. Era un grupo de palestinos que habían ido a boicotear una pacífica manifestación de sus más que conocidos enemigos de por vida. Eran mitad niños mitad hombres corriendo como energúmenos, y por supuesto, detrás la policía gala con sus porras bien adiestradas. Ya os podéis imaginar lo que vino después. Se vieron envueltas en una marea de gritos, golpes e insultos en francés (descifrables en cualquier idioma). Era como si una estampida de furiosos búfalos hubiera pasado por encima de ellas, y solo hubiesen dejado polvo tras su paso. Solo podían pensar en esa expresión de “pies para que os quiero”, mientras buscaban una salida hacia alguna calle menos alborotada. Tras unos minutos que se hicieron horas, se escabulleron como pudieron y tras el susto inicial, vino la desesperación por llegar al hotel, pero las autoridades habían cortado todas las estaciones de metro cercanas al evento y tuvieron que llegar caminando y con el sobresalto en el cuerpo hasta su campamento base.


Manuela Suspiros se llevó un buen rapapolvo, por meterse donde nadie la había llamado, y se llenó de incomprensión…


A la mañana siguiente y tras desayunar un mísero croissant con un café “Olé” vieron en la portada del “Le Monde” sus caras desencajadas junto a un grupo de palestinos corriendo hacia ninguna parte, perseguidas por uniformados gabachos. Hoy, Manuela Suspiros lo puede contar, pero pensó que moriría aplastada en el pavimento parisino escuchando La Vie en Rose.


Ay, si su amiga la francesita Cheríe la viera por los adoquines, o si las gárgolas de Notre Damm hablasen, pero “Paris, C’est Fou”.


La segunda vez que salió en prensa escrita fue en un rotativo de tirada nacional. A Manuela Suspiros le da algo de pereza ir de tiendas cuando no sabe lo que va a comprar, eso de rebuscar sin ton ni son, patearse las tiendas en busca de El Arca Perdida de las gangas la deja sin aliento. Siempre ha huido de los estereotipos de “mujer - compradora – compulsiva” (a veces ha llegado a pensar que es un tío). Le supone un gran esfuerzo y desgaste físico y mental ir de compras por el simple placer de hacerlo. Preferiría estar en la playa o leyendo un buen libro o disfrutando de alguna extraña película, pero cierto es que hay que vestirse y a todas nos gusta ir estupendísimas de la muerte (como se suele decir vulgarmente). Por otra parte, hay días en que todo cuadra y sin previo aviso, se puede llevar media tienda (eso sí, cargando a sus porteadores con todas sus nuevas adquisiciones).


Sin embargo, eso de escudriñar prendas, buscar colores, tallas, modelos, la saca de quicio. Y eso de ir de “rebajas” no está hecho para una princesa como ella, le parece una pérdida de tiempo. Nunca ha entendido esa atracción de las mujeres (en un 98% aprox. y después de esto recibirá numerosas críticas negativas) de que se pudieran dar de hostias por ser las primeras en llegar y empujar las puertas del Cielo del consumo por conseguir el “último grito” en vaqueros o el abrigo de sus sueños a precio de baratija.


A ella jamás la verás ese primer día de locura en los centros comerciales, pero a veces, donde dije digo digo Diego, y si de esta agua no beberé, te bebes la garrafa entera y sin respirar (y cuidadito con no atragantarte).


Intentó zafarse, pero le fue imposible y en un aciago día de sacrificio, allí se vio ella, arrastrada por las circunstancias y por su queridísima amiga La Glamour que la convenció para pasar un gran día en el Circo de las compras. Y ya conocen a La Glamour: zapatitos último modelo, vestiditos monísimos, y como no, lo ultimísimo en maquillaje.


¡Oh Dios mío! Ella que quería pasar desapercibida y que porfiaba que jamás de los jamases la verían en tal tesitura, y por supuesto no podía aparecer discretamente escondida entre un montón de pantalones y camisas de saldo, no. La pilló la cámara de fotos del periodista inoportuno (¿tocapelotas?) de turno y La Glamour y ella fueron portada la mañana siguiente bajo un titular: “Ellas nunca faltan, siempre a por la mejor oportunidad”


La llamaron de otros feudos para felicitarlas por lo guapas que habían salido, y lo favorecidas que estaban bajo la luz de los flashes. De por vida inmortalizadas en una foto que recorrió gran parte de la comarca. ¡Así es la fama! ( Menos mal que es efímera…).


En otra ocasión, se reconoció en un folleto de publicidad alemán mientras salía del agua haciendo un Top Less obligatorio a causa de una traicionera ola que la empujó hacia la orilla, pero eso es otra historia…


La última vez que se hizo famosa fue en una majestuosa fiesta carnavalesca que se organizaban unos apuestos jóvenes en un Reino vecino. Manuela Suspiros había conocido días atrás a un príncipe de modales exquisitos, alto, guapo, de sonrisa perfecta con un hoyuelo en la barbilla y un lunar en la comisura de sus carnosos labios (¿qué más podía pedir?). Iba disfrazado de Almirante Nelson y nada más verse, quedaron prendados el uno del otro, como en los cuentos con final feliz. Por supuesto nunca te dicen que pasó después de comer “perdices”, ni te explican que la fastuosa boda se puede convertir en un sonado divorcio (con suerte), ni te comentan que el fantástico Castillo se puede transforma en una cárcel de soledad, y ni siquiera te aclaran que el fascinante príncipe puede volver a “croar” en la charca de la que salió (lo que se conoce como la maldición de las tres " f ).


Todo era perfecto, excepto en una cosita sin importancia: él era once años más joven que ella. Con su encantador almirante (y que bien le quedaba el uniforme) todo era fácil: la risa salía sin ser llamada, las miradas se perpetuaban hasta el amanecer, sus manos simplemente encajaban y sus besos eran especiales. Eso sí, era más maduro que otros “sapitos” que pasaron por la vida de La Suspi tiempo atrás, y para ella era su Rey de corazones (o su principito de copas).


En cuestiones del corazón, nadie manda, solo él, y si algo es social o políticamente incorrecto que se lo digan a la Demi Moore, a la Duquesa de Alba (bueno, quizás este ejemplo no sea el más acertado) o a la Shakira con su joven futbolista. Las critican por salir con chicos más jóvenes, pero es que hay que ver cómo están esos “maromos” jovenzuelos (exceptuando la Duquesa, por supuesto). A ellas se las ve rejuvenecidas, con un cutis estupendísimo y por supuesto una sonrisa que brilla a kilómetros de distancia. ¿Qué hay de malo? Envidia, mucha envidia (eso sí, sana, como se suele decir).


Pero no nos desviemos del tema que nos atañe. La Suspi estaba en la fiesta con sus amigas tomando algún refrigerio: Bella disfrazada de Corsaria del Amor, Chérie, Lili, La Glamour y ella de cabareteras, con plumas de colores en sus cuellos y toda una larga noche por delante para bailar y cantar. Estaban tan guapas que relucían en la fiesta, y eran objeto de todas las miradas. Tal fue el impacto que causaron son su belleza y su encanto personales, que apareció la Televisión y las encumbró a la fama una vez más. A La Suspiros le sacaron un primer plano que recorrió varios lugares, pero lo mejor no fue esto. Como era carnaval, hacían pequeñas bromas y juegos, y pedían que alguna de ellas dijera algún secreto de la fiesta de Don Carnal. Y todas acusaron con la mirada a su queridísima Suspi.


- ¡Ella, ella tiene un secreto! – espetó La Glamour señalando para La Suspiros que trataba de esconderse. – Mi amiga Shakira sale con un chico más joven…


Total, que al final, intentando ocultarse de la cámara de televisión y disimular su presencia, copó toda su atención y salió en un famoso programa de la caja tonta. Solo faltaba que la detuviesen por la calle para pedirle autógrafos. Podría haber matado a su amiga La Glamour en aquel momento de gloria, pero lo que hicieron fue reírse, y mucho. Media hora más tarde apareció su “Piqué” para consolarla por saltar a la fama de una manera tan graciosa.


Durante esas carnestolendas Manuela Suspiros se llenó de juventud, frescura y de besos con sabor a menta.


Y como todo cuento, este también tuvo su final: no se convirtió en sapo, no hubo perdices y no hubo besos para siempre. Sencillamente se esfumó, como el humo que se evapora pero que alguna vez estuvo ahí. El príncipe tuvo que volver a su Reino, atender sus obligaciones reales y perseguir a otras princesas.


Y Manuela Suspiros tuvo que bajar de su nube rosa de repente, (aunque más bien fue del color rojo de la pasión), y estamparse contra el frío gris del asfalto. El almirante Nelson volvía a Trafalgar Square…


Manuela Suspiros aprendió que a veces más vale ver la noticia desde el sofá de casa o del hotel, que ser protagonista de ella, no vaya a ser que te engulla de forma despiadada.

27 feb 2011

MANUELA SUSPIROS Y LA CAJITA DE LOS NOVIOS

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de su cajita de los novios y de lo que en ella encontró.

Recuerda como si fuera hoy el día en que su hermana Maquiavela le recomendó que para olvidarse de sus novios los guardara en una cajita. Bueno, para ser exactos no que sepultara a los novios dentro de una caja (aunque a algunos no le hubiese importado meterlos en un ataúd y echar mucha tierra encima), sino que metiera un recuerdo de cada novio y lo guardara en una cajita. Y quién sabe si algún día, al abrirla, los recuerdos le brindasen una cómplice sonrisa.

Y este mes, el mes de San Valentín, el mes del AMOR por obligación, Manuela Suspiros encontró su “Cajita de los novios” olvidada entre un montón de libros y álbumes de fotos (de esos que ya empiezan a escasear con la era digital). Este mes en el que su día catorce si tienes pareja y no regalas nada, puede ser el fin del mundo (o de la relación en cuestión). ¡Demos amor cada día del año a todos!

Al abrir la cajita, salieron cual Caja de Pandora (pero sin expandir los males del Mundo), un sinfín de vivencias con amores de una pasado muy muy lejano.

Lo primero que halló fue un diente. Sí, un diente, bueno un pequeño trocito de diente, no vayáis a pensar que La Suspi es algo fetichista. A su mente le viene el momento en que su chico en lugar de perder un ojo, perdió un pedacito de paleta. Manuela Suspiros le había preparado una romántica velada con velas, cava y postre de chocolate. Y claro, con la emoción del momento y la agitación de la botella de Freixenet (¿se pueden decir marcas?), el corcho con un montón de burbujas doradas, que en ningún momento se convirtieron en bellas bailarinas, salió disparado hacia la cara de su enamorado. Lo que iba a ser una apasionada noche se convirtió en un ir y venir de cubitos de hielo, un considerable morado en la boca y una paleta rota (sinceramente, el chaval era un poco blandengue). Aunque mejor hubiese sido que se le cayera un colmillo, por el morbo que dan, pero no, no hubo vampiro, ni mordisquitos en el cuello, ni “ná de ná”. En fin, aquello no duró mucho la verdad, y sí, lo lógico es que se quedara con el corcho de la botella, pero a ella le hizo tanta gracia el día que se encontró el cacho de diente mientras barría, que allí lo guardó.

En la cajita también había una portada de un viejo periódico. No se acuerda muy bien del chico en cuestión, vaya memoria la suya, el único detalle que viene a su cabeza es que le trajeron el desayuno a la cama al amanecer tras una noche entera sin dormir. Un zumo de arándanos, una tostada con mantequilla, un café con leche, una sonrisa con beso y la prensa. La noticia del día era que había caído el Muro de Berlín (¡No, Manuela Suspiros no es tan mayor!). Nada significativo aquel domingo: alguna guerra en un país del lejano oriente, algún terremoto en otro lugar impronunciable, algún político ladrón y como no, el fútbol. Vamos, lo habitual.

Pero su cuerpo se estremeció cuando vio una postal de Nueva Zelanda. Sí, Manuela Suspiros tuvo un noviete neozelandés. Un chicarrón guapísimo, alto, rubio y de ojos azules. Ay, cómo describir esos azules ojos que un día la miraron y la cautivaron para siempre. Era un arquitecto que viajaba por España para recabar ideas y observar sus peculiaridades arquitectónicas. Lo conoció una noche en la que se fue a celebrar el día de la Hispanidad con La Glamour (¡Viva España y Olé!), y descubrieron un pub irlandés en un pueblo perdido del norte. Y allí estaba Matt, que con su barba de tres días y su seductora mirada lograron conquistar el corazón de La Suspiros. Estuvieron cinco días juntos, sabiendo de antemano que su historia de amor tenía fecha de caducidad temprana. Pasearon de la mano por las empedradas calles de la ciudad, vieron alguna que otra catedral escondida entre los modernos edificios que a él le fascinaban, y se besaban con intensidad para intentar robarle algunos segundos al tiempo que se les echaba encima vertiginosamente. El último beso vino acompañado de una lágrima fugaz, pues no sabía cómo despedirse de él, si con un “Te quiero” o con un “Nunca te olvidaré”. Si un Mago o una Hada Madrina le concediera a Manuela Suspiros el deseo de volver a pasar un día entero con alguno de sus novios, regresaría con los ojos cerrados a uno de aquellos días de octubre en los que el agua salada de la ría y las conchas de la playa se mezclaron con sugerentes susurros, caricias que quemaban la piel y besos de otro continente. La postal decía: “I miss you, Honey”. (¡Qué lejos queda Nueva Zelanda!).

Asimismo, apareció una pesa de gimnasio. La escondió una tarde harta de que no pudiera ir al cine para quedarse ejercitando sus músculos en decremento de su escaso cerebro. Era un muchacho bien parecido (como dirían las abuelas), esclavo de su cuerpo, pero su mente la cultivaba bien poco, es decir, nada. Por alguna extraña razón, Manuela Suspiros cayó bajo su encantamiento (todavía hoy no sabe o no puede explicarse que vio en él o que le hizo casi caer en sus redes). Vivía por y para su gimnasio, y era feliz mostrando lo dura que estaba su nueva abdominal. Sus amigas le bautizaron con el nombre de “Mr. Croissant”, debido a que sus brazos se quedaban algo abiertos como las patas de un croissant cada vez que daba un paso adelante. Estaba enamorado de sí mismo, hasta le tenía nombres a sus bíceps: Rompehuesos y cascanueces (tan cierto como el aire que respiro ahora). Y se henchía de orgullo cuando enseñaba sus musculitos, era agotador. Tanta proteína y tantos polvos hormonados le envenenaron el cerebro poco a poco. ¡Qué habrá sido de él!

Otra cosa que encontró fue un mando a distancia. Sí, habéis leído bien. La Suspiros tuvo un “amiguito” que adoraba su mullido sofá, y por más veces que intentara levantarlo de él, no era capaz. Cada vez que le proponía salir a pasear o a contar estrellas, él le decía: “es que hoy estoy cansado, es que hoy hay fútbol, es que hoy me duele la cabeza (sí, un día le dijo eso), es que hoy ponen tal o cual serie en la tele…” Hasta que Manuela Suspiros se hartó, le cogió el mando a distancia y le dijo: “Es que hoy se acaba el Mundo y a ti te va a coger echado en tu sofá, chico”. Cerró la puerta, nunca más supo de él y se llevó el mando a distancia con ella.

La marcaron con una cicatriz. Bueno, se topó con la piedra con la que le hicieron un boquete en la cabeza. Fue con su primer novio, ella tendría unos cuatro o cinco años (es que fue muy precoz). Apareció en casa con la frente cubierta de sangre y al regresar de urgencias con un par de puntos, su novio de la infancia va y le dice: “Ves, por no hacerme caso te he dado”. Desde muy pequeñita a nuestra amiga no le ha gustado recibir órdenes, y menos de un principito de medio pelo. Esperemos que no se haya convertido en un maltratador de esos que hay por ahí.
En fin, esas cicatrices que nos dejan los amores que pasan por nuestras vidas, unas son más profundas y tardan más en curar y otras menos, pera ahí están, viendo pasar el tiempo, sirviéndonos de aviso para no volver a caer en los mismos errores, o quizás sí.

Una pluma roja estaba en el fondo de la caja. Fue una loca noche de carnaval en la que los astros casi se alinean para que Manuela Suspiros conociese a un auténtico caballero de los que a ella tanto le gustan. Él iba vestido de Superman, no, creo que era de Torero Rosa, ¿o era de Hawaiano? Los años están mermando su capacidad memorística. De lo que no se olvida es que a la mañana siguiente su salón estaba lleno de plumas rojas. Su disfraz de Cabaret fue un exitazo y la noche increíble e inesperada, pero esa será otra historia…

Sí, estaréis pensando que La Suspi ha tenido muy mala suerte con algunos de sus chicos, pero oye, de todos es sabido que para encontrar un Príncipe Azul, hay que besar muchos sapos… y con alguno que otro se ha topado, sí. No obstante, guarda a todos con cariño (bueno, alguno no tanto) en su corazoncito. Hay que ir probando, no vaya a ser que alguno de esos sapos se convierta en algo tan bueno que lo deje escapar sin haberlo besado antes. Lo importante es que no sufran ninguna clase de metamorfosis y se conviertan en moscas o en garrapatas peludas.

Y es que Manuela Suspiros ha tenido muchas historias que algún día serán contadas (o no) y este verano quemará en la purificadora noche de San Juan todo su contenido: una Torre Eiffel, una servilleta con un móvil desconocido, un ticket del metro de Madrid, una ficha de parchís, un nombre árabe en un post it amarillo, una vela de cumpleaños, una medalla de fútbol, una peseta, una tiza blanca, una canica de colores, un posavasos con una fecha, un lazo rojo, una servilleta con una despedida, la entrada a un concierto de Mecano, una concha de mar, una calabaza de Halloween, un cromo de la Abeja Maya…

¡Ay, qué recuerdos, que alegrías, qué miradas, que besos…!

A Manuela Suspiros le faltan sus suspiros…

28 ene 2011

MANUELA SUSPIROS Y LOS PIROPOS

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando recuerda el último piropo que le dijeron por la calle.

Manuela Suspiros iba por su barrio tan alegremente con su hermana Maquiavela, cuando se les acercó un mendigo de la zona. Ella pensó que les iba a pedir limosna (no es la primera vez que le daba algo al pobre señor), y va el tipo con sus mugrientos harapos y su acento argentino y les dice: “Una rubia y una morena, mumm (este sonido es algo irreproducible), justo lo que me ha recetado el médico”. Ella le correspondió con una sonrisita y “el mendiguín” en cuestión (nuevo término acuñado en el diccionario del Universo Suspiros), les regaló un momento de diversión. Es muy difícil resistirse y no sonreír ante el seductor acento argentino. ¿No creéis?

¿Os acordáis de cuál fue el último piropo que os echaron? Difícil respuesta, ¿eh? Y no me refiero a la frasecilla basta del típico grosero que está colgado de un andamio (con todos mis respectos hacia el mundo obrero), de esos que te sueltan algo como: “¡Guapa! ¡Ya quisiera coger yo una indigestión, por haberte comido entera!"

Me refiero a los bonitos, a los que gustan, a los que te sacan una sonrisa y parece que te elevas del suelo (te suben a una de mis nubes). Esos que después de una loca mañana de trabajo hacen que el gris asfalto se convierta en verde sendero de flores (o de baldosas amarillas). Esos del estilo de: “quisiera ser Sol para alumbrar tu día, y Luna para velar tus sueños”. ¿A qué no sería desagradable escuchar algo así de vez en cuando? Todos los días sería una insufrible rutina.

En otra ocasión, La Suspi iba de regreso a su Castillo después de un diligente día de trabajo, y tras dar un millón de vueltas por el barrio, consiguió aparcar su calesa de color azul. Al lado había un matadillo de la zona, arreglando su destartalada y oxidada moto, más escuálido y escuchimizado que nuestro famoso flaco escudero Don Quijote de La Mancha (no es mentira si les digo que Manuela Suspiros creyó ver molinos de viento detrás de él). Al segundo, escuchó unas palabras ininteligibles, se da la vuelta y le mira: “¿Me decías algo?”
En ese momento el muchacho en su papel de príncipe encantador (o de ingenioso Hidalgo de Castilla) se agacha, y le contesta: “Sí… Se te ha caído este papel.”

Ella crédula y extrañada le contesta: “¿papel? ¿Qué papel? ¿De qué hablas? Debes de estar equivocado, yo no llevo nada, solo las llaves.”

El personajillo, le sonríe a falta de dos o tres dientes (sabe Dios en qué lugar y situación los perdió) y le contesta caballerescamente: “sí, el papel que envuelve ese bombón.”

La Suspiros no se esperaba semejante respuesta, y notó como empezaba a ponerse colorada, tan roja como la camisa que llevaba puesta. Le sonrió (ella con todos sus dientes) y se proponía dar la vuelta, pero ante su escepticismo, y sin perder su valioso tiempo, el galán del barrio la invitó a dar un paseo en su moto por los alrededores. Por supuesto, rechazó con cortesía tan atrevida sugerencia sin dejar de sonreír (otra vez), y con el cuerpo lleno de hormiguitas.

Le alegró el día, y con el paso de los años guarda este episodio de su vida con cierta nostalgia de los buenos piropos. ¿Qué pasaría si nos dijéramos más cosas lindas? Algunos dirán que están pasados de moda, otros que son una horterada y para algunos sería una diversión continua. Y no me refiero solo a los que dicen algunos hombres a bellas damiselas para conquistarlas, sino también al revés. ¿Os imagináis poder decirle algo al “buenorro” de tu vecino sin consecuencias? Uyy, la que se podría liar (he dicho sin consecuencias…).

Hoy mismo Manuela Suspiros vio a un garboso morenazo que le hizo volverse dos veces para contemplar semejante perfección. Tendría que haberle dicho algo como: “¡Qué problemas tendrán en Cielo que hasta los ángeles están bajando!” ¿Creéis que se hubiese enfadado? Puede que sí, o puede que hubiese sido el comienzo de una bonita amistad, o naturalmente le hubiese podido sacar una ligera sonrisa (con lo que cuesta hoy en día sonreír al prójimo).

Otro pintoresco ejemplo para el anecdotario tuvo lugar un día en que estaban la Suspi y Maquievela esperando a su amiga La Glamour, y como esta tardaba, se apoyó en una pared viendo pasar a los hastiados viandantes. Caminando con mucha calma, como si la vida no se le fuera escapar en un soplo de aire libertino del Sur, se les acercó un “abuelete” de unos ochenta años (o más), con el pelo blanquecino de los años, todos los dientes en su sitio y un puro. Ya sabéis lo poco que le gusta a La Suspi el humo de los puros, y de pronto el afable señor sin previo aviso, se para delante de ellas, les echa el humo en la cara y les dice: “¿Por un casual no me estarás esperando a mí?” Manuela Suspiros le contesta negativamente ladeando su cabeza de izquierda a derecha, entre tos y tos intentado despejar su cara ahumada y procurando que no se le escapara una carcajada.

A lo que el gentilhombre responde: “qué pena, para una cosa buena que encuentro y no es para mí”. (Creo que lo de “cosa” no le gustó mucho a nuestra querida amiga).

¿Es o no digno este galanteador de recibir un premio? Aunque sea una farsa, anima el corazón y endulza el alma escuchar cosas así.

En fin, desde estas líneas les animo a dulcificar nuestro gran vocabulario con hermosas palabras, y que nuestros mensajes siempre sean recibidos con una cálida sonrisa y devueltos con un guiño de complicidad ajena.

Bienaventurados los borrachos, porque ellos te verán dos veces…”

“Dime cómo te llamas y te pido a los Reyes”

“¡Oye, nena! ¿Crees en el amor a primera vista, o voy a tener que pasar dos veces?”

“Si las mujeres son como las estrellas, tú eres la Estrella Polar porque eres la más bella…”

“Si mi alma fuera pluma y mi corazón tintero, con la sangre de mis venas escribiría Te Quiero… “

“Si yo fuera aire, me convertiría en nube, para cada noche poder atrapar un suspirito tuyo...mi querida Manuelita…

Ayyy, que a Manuela Suspiros le falta el aire…