27 nov 2010

MANUELA SUSPIROS Y LA HORA MALDITA

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de la última boda en la que ha estado.

Se casaba una de sus grandes amigas de toda la vida y tras un largo noviazgo, deciden que ya es hora de dar el “sí, quiero “ al compromiso, a la fidelidad y a un amor eterno delante de los suyos, haciendo más público aún un sentimiento que venía fortaleciéndose año tras año (eso sí, por favor, cuando tengan algún conflicto no fotocopien parte de La Biblia como les recomendó el cura y la pongan en la cabecera de la cama) simplemente: besaros, amaros y puntos suspensivos que hay menores delante.

La novia iba muy guapa (y el novio también, que se me pone celosillo), blanca y radiante, y con mucha luz. Tras los anillos, el beso y los votos (¿van en ese orden?), se convirtieron en algo que ya llevaban siendo hace mucho tiempo: dos corazones en uno, ante la atenta mirada de algunos familiares que no pudieron reprimir las lágrimas de emoción contenida. Alguna vez me tendrá que explicar alguien por qué se llora en las bodas: ¿Quizás porque de verdad se emocionan? ¿Tal vez porque no son ellos los que se casan? ¿O porque no saben la que les espera a los nuevos esposos?

A la salida de la Iglesia los pétalos de rosa se mezclaron con el arroz, las risas, el “vivan los novios” y “el que se besen”, y con el himno del equipo de fútbol de la ciudad (compuesto por el ya marido), se fundieron en un batiburrillo de color y alegría.

Después de una larga sesión de fotos, se procedió al cóctel de bienvenida, y alguna que otra sorpresilla enternecedora se hizo la protagonista del evento: el novio le regaló una canción a su amada, una preciosa melodía difícil de olvidar, unas “rutinas sanas” para empezar a compartir un mundo de dos.

Primer plato: vino; segundo plato: vino; postre: más vino y algo de cava. Los novios (ya esposos) deleitan a los invitados con otra romántica canción al piano y más lagrimeo por la sala. A Manuela Suspiros se les pusieron los pelos de punta al escucharlos, y se llenó de sentimentalismo.

Tampoco faltó el ramo de la novia en un conmovedor abrazo con su mejor amiga: esa rubia de gran corazón que siempre ha estado a su lado. Y como no, la boda se convirtió en el musical de Cabaret con plumas de colores y trajes de charlestón para ellas, y sombreros plateados y bastones para ellos. Manuela Suspiros todavía intenta descubrir cómo llegaron a su casa parte de las plumas amarillas de uno de los marabús, aunque no sería la primera vez que llena un salón de plumas rojas (pero esa es otra historia).

Hasta aquí todo bien. La verdad es que sigo sin entender porqué las bodas que empiezan siendo tan modositas, familiares y sosegadas, acaban en un desfase total. La respuesta la encontraremos al final, unas cuantas horas después de que los recién casados abrieran el baile con un precioso toque irlandés.

La mesa de Manuela Suspiros estaba muy animada, y para empezar la invitaron a un Gin Tonic. Los mayores de la fiesta fueron abandonando poco a poco y quedó “la juventud” (por decirlo de alguna manera, ya que le edad media ya ronda los cuarenta, sí, he dicho la media). De repente La Suspiros se queda sola en la mesa mientras otros ya están en la pista de baile como locos bailando “ese toro enamorado de la luna”. Ella piensa: bueno, yo me quedo aquí, me tomo mi copita, hablo un poco y a ver cómo se desarrolla el bodorrio. En cuestión de segundos, su mesa se llenó de chicos (primos, solteros, hermanos, maridos e incluso el novio), alguno ya había perdido la corbata y otros que ya veían doble (o iban ciegos), se pusieron a fumar puros. Hay que decir que Manuela Suspiros es de la Ley Antitabaco, y no entendía qué gracia le veían todos a fumarse un puro (¡Qué asco!). Mientras que su mesa parecía una caseta de los indios americanos fumando la pipa de la paz, todos los allí presentes le decían: “Oye, Suspiros, es que una boda sin un puro no es boda. Ni siquiera nos tragamos el humo, simplemente lo encendemos, y lo volvemos a echar fuera”. Ella les intentaba convencer de lo contrario, pero no hubo manera (la humareda les cegaba el entendimiento).

Al rato de estar allí, la mesa se fue transformando, llegaban unos, se iban otros: no había tiempo para el aburrimiento. Y Manuela Suspiros seguía tan a gusto mientras le traían alguna que otra copita que no se llegó a beber, y ya empezaba a notar que tenía ganas de mover el esqueleto. Minutos antes de eso, un amigo del novio les trajo un mantel para que le escribieran una dedicatoria. Uy, pensó La Suspiros, qué hora será que aquí la gente ya está desvariando y haciendo cosas raras. Pero por supuesto, escribió su dedicatoria (que espera hayan leído), y ojeó alguna sobre la “felicidad” y “estar vivo”.

Pero la clave de la locura fue la siguiente: se acerca el novio con cara de estresado y les dice a los de la mesa: “¡chicos, que la barra se acaba a las nueve y media!”. Fue como un detonador. Todo el mundo salió en estampida hacia la barra pidiendo copas como lunáticos (había Luna Llena, ¿tendría algo que ver?). Manuela Suspiros recuerda vagamente (sí, tiene alguna que otra laguna sobre lo que ocurrió aquella noche) estar en la mini barra y la gente pidiendo de cuatro en cuatro, y colocar las copas en la ventana para seguir bebiendo. Y tiene una imagen difuminada de uno de los amigos del novio con un cubata a cada mano para que no se muriese de sed, la corbata atada en la cabeza y un montón de buenas intenciones para seguir bailando sin perder el equilibrio. Lo que sobrevino a partir de esa hora, es digno de inmortalizar (habrá que sacar del archivo las fotos de esos últimos sesenta minutos), aunque supongo que no será la primera ni la última boda en la que “La Hora Maldita” hizo su aparición estelar.

Manuela Suspiros salió a la pista, es posible que hasta bailara “la conga” y pasara por debajo de un palo siguiendo el ritmo de alguna música latina. De lo que sí se acuerda es de saltar mientras sonaba el “I gotta feeling”, una vez más, en un arranque de alegría colectiva. En esa última hora se vivieron momentos memorables para la historia de la familia y de los amigos. En mala hora La Suspi le dijo al primo de la novia que el vodka revitalizaba las células del organismo (la mitad de los que sobrevivieron tienen sus células multiplicadas por diez durante un año como mínimo). Recomendación: aunque la ginebra y el vodka sean del mismo color, y produzcan un mismo efecto, no mezclarlos, no son compatibles, y las consecuencias pueden ser irreversibles (y no solo para el cerebro).

Se vivieron momentos de “exaltación de la amistad” bastante elevados, amigos de toda la vida que se abrazaban (y hasta aquí puedo escribir). Los tacones provocaron alguna que otra caída libre, bueno, los tacones unido al puntillo feliz. Y menos mal que la piscina del hotel estaba cerrada, ya que alguno se quiso tirar para darse un baño nocturno.

Las únicas que mantenían el tipo fueron la novia y su hermana, y el dantesco espectáculo que tuvieron que ver para que la hermana de la novia dijera: “que se nos escapa de las manos, que se nos escapa”: Mayday, mayday, mayday…”

Manuela Suspiros se hundió en el océano de unos ojos azules que la miraban sin parpadear, entretanto la sala de baile se quedaba vacía y los restos del naufragio eran los únicos testigos de la batalla de abrazos, besos de viejos y nuevos amigos, palabras bonitas y buenos sentimientos de los piratas sin parche que asistieron a la boda.

Según cuenta la leyenda, el novio casi no encuentra la puerta de salida, los músicos abandonaron a escondidas el lugar temiendo que algún rezagado le volviera a pedir otra canción, y varios invitados acabaron la noche en la Suite Nupcial con los desposados, al tiempo que a La Suspi le robaron algún que otro beso.

Dicen que alguien llegó a casa a las diez de la mañana del día siguiente, otros (como La Suspi) a las doce de la noche emulando a Cenicienta, eso sí, no le faltaba ningún zapato, la calabaza se había transformado en un taxi y el príncipe encantado (o encantador) se había esfumado a su castillo. Y tras un recorrido por la ciudad de los sueños por cumplir, consiguió llegar a su casa gracias a que se tropezó con un hada buena que le indicó el camino de cómo llegar (y sin GPS).

Por culpa de la hora maldita, Manuela Suspiros no pudo despedirse como se merece de los novios. Por eso, desde estas líneas, les envía un fuerte abrazo a los dos, allí donde estén, celebrando su dulce Luna de Miel, que espera sea muy empalagosa el resto de su vida en común, y que todos los besos que se regalen mutuamente sepan a almíbar.

Y no se olviden que en todas las bodas planea la sombra de la hora maldita, esa última hora en la que pueden sonar campanas de amor, beberse ríos de pasión y contemplar la luz de luna bajo el manto de un cielo estrellado…

Esa hora en la que todo es posible, y el más increíble de los sueños se puede hacer realidad…