17 feb 2013

Manuela Suspiros y las sustancias psicotrópicas


A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de los efectos de algunas sustancias tóxicas no reconocidas por su organismo, exceptuando las lagunas mentales que estas producen en su memoria.
Sí, muy a su pesar, nuestra querida amiga se ha rendido en más de una ocasión al oscuro mundo de las drogas blandas, por así llamarlo. ¿Qué pasa? ¿Vosotros nunca habéis atravesado esa delgada línea en la que una aspirina, un ibuprofeno o un paracetamol te dejan tan atontado que no sabes ni qué hora es?
Estando Manuela Suspiros de vacaciones en Praga, esa romántica ciudad que te envuelve con su belleza, se detuvo con sus amigas a tomar una Pilsner Ulker, la cerveza checa por antonomasia. Tenía que reponer fuerzas de tanto paseo por el Puente de Carlos, y las bellas vistas del Castillo desde el río Moldava. Tras buscar por todo el casco viejo, fueron a dar a un bar llamado España (en pleno corazón checo y se van a un bar llamado así, hay que fastidiarse). Para acompañar a la cervecita, pidieron algo de carne, y una tortillita con champiñones. La Suspi se abalanzó sobre la tortilla (que distaba mucho de ser española), no quedando en el plato champiñón que se le resistiera. ¡Qué bien le supo! Se acostó con la barriguita calentita, y el corazón contento. A media noche, todo le daba vueltas. Intentaba levantarse y no podía, incluso creyó tener alucinaciones, viendo tras la ventana como la luna se le acercaba y se le alejaba en la oscuridad. Hizo una llamada de socorro a su fiel hermana Maquiavela, que dormía plácidamente a su lado. La habitación no paraba de girar y girar. Por más que gritara llamando a Maquiavela para que la ayudara, esta ni se inmutaba. O eso pensaba La Suspi, quizás lo que ella creía que era un grito de auxilio no fuera más que un susurro al oído de la bella durmiendo. Hay que ver, tener hermanas para esto. La empujaba, y nada. No despertaba. El hotel podría estar hundiéndose, que no había manera de despertarla. ¡Quién pudiera dormir de un tirón tan a gusto!
Manuela Suspiros no recuerda cuantas horas estuvo así, sin fuerzas, con un tiovivo taladrándole su cabeza. Por supuesto, a la mañana siguiente, Maquiavela se despertó como nueva, rejuvenecida y dispuesta a disfrutar de tan hermosa ciudad. La Suspi se sentía como si una apisonadora la hubiera arrollado sin control la noche anterior. Más tarde supo que los champiñones poseen una sustancia que en determinadas dosis y según qué personas, pueden ser devastadoras en su organismo. Desde luego, no me refiero a esas setas alucinógenas que venden en los barrios chinos (con estas sí que flotas), sino a las comestibles que se encuentran en los bosques. Desde ese día, hace ya unos cuantos años, no ha vuelto a probar semejante hongo.
En otra ocasión, bajo prescripción médica, se tuvo que tomar un relajante muscular para un problemilla de su cuello, que se quedó rígido. Ingirió un cuarto de pastilla antes de dormir, aunque la dosis recomendada fuera una entera. No conseguía conciliar el sueño, y a medida que pasaban los minutos, notaba como su cuerpo no le respondía. Empezó a sentirse pesada, como si fuese un gran bloque de cemento imposible de trasladarse de un lugar a otro sin una grúa. Su mente estaba despierta, su cuerpo muerto, inerte. Un sudor frío le abrigó su piel, recordándole que estaba sola en palacio. Nadie acudiría a su rescate en caso de que fuera de vital urgencia. Pasó toda la noche con la sensación de ser una muerta en vida. ¿Pero qué clase de pastillas me ha dado el médico para mi dolor de cuello? – se preguntó.
Cuando por fin fue dueña de su cuerpo y el Sol entraba por la ventana, respiró aliviada. El trocito de pastilla le hizo efecto a las doce del mediodía siguiente, en que su cara se tornó verde, sus ojos se le cerraban y la mente se le quedaba en blanco atendiendo a las obligaciones de su reino. Condenó a las pastillas a perderse en un pozo muy hondo.
¿Y qué me decís de los olores que te nublan la vista y te aceleran el corazón? A Manuela Suspiros le encanta ese olor a gasolina que penetra hasta su glándula pineal, subiéndola al séptimo cielo, bueno, al tercero si así lo preferís. ¿Acaso nunca olisteis el pegamento Imedio en clase de manualidades que provocaba la histeria colectiva de la clase? Por supuesto que os acordáis. No era el entusiasmo característico de la infancia, no, eran los vapores que colocaban a todos los niños, transformándolos en locos histéricos con tijeras y elementos punzantes en sus pegajosas manos. ¡Qué peligro, qué recuerdos! Ahora esas evocaciones infantiles se han transformado en un pegamento de barra que como el agua, no huele a nada.
 
De esos traumas infantiles tiene Manuela Suspiros alguno digno de mención. Siendo una niña, sus padres la llevaron a una fábrica, bueno, más bien era un pequeño lugar casero donde se elaboraba el orujo, al aguardiente más puro y duro, al estilo tradicional. Claro está, que no le dieron a probar nada, eso sería terrible para un niño. Estuvo unos minutos, lo suficiente para experimentar su primera borrachera sin beber. Los efluvios que se desprendían de la habitación bastaron para que la cegaran por completo. Apenas recuerda nada, salvo que despertó dentro de un barril vacío. Lo primero que vio fue a Maquiavela riéndose de ella. Más tarde le contaron que “alguien” (aprovechando su estado de embriaguez) la metió en una de las barricas, lanzándola cuesta abajo. Aún conserva una cicatriz en la pierna que atestigua que rodó dentro de un barril de orujo.
Ya veis, a La Suspi no le hacen falta sustancias raras para marearse. Con deciros que se tiene que controlar con el azúcar. Sí, sí, con lo más dulce se transforma. En los cumpleaños tiene dosificar el trocito de tarta que coma, porque si no, las consecuencias  son como las de una cogorza con media botella de champán. La cara se torna de color rojizo acompañado de unos ojos sospechosamente vidriosos. Todo ello unido a una risa fácil, y a un estado de euforia desmesurada, hacen de ella un cuadro gracioso de ser analizado. Verla en esa situación, no tiene precio, os lo aseguro.
Eso sí, la pasiflora se lleva el premio gordo. Hace tiempo, nuestra amiga estaba inmersa en unos conflictos con otros reinos que la llevaban de cabeza, no pudiendo conciliar su reparador sueño. Ni siquiera la tila conseguía el efecto relajante que le caracteriza. Una noche, intentado sin éxito dormir al abrigo de Morfeo, su corazón empezó a latir con tal fuerza que creía que se le salía del pecho. Intentó calmarse, respirar hondo, pero no podía controlar la intensidad de sus latidos. Se levantó como pudo y fue a la sala, donde todo le daba vueltas, fallándoles los pies, debilitándosele las manos, nublándose la vista. Aterrada, llamó por teléfono a Maquiavela, pensando que era el fin, su adiós definitivo. Si moría en ese instante, no quería  hacerlo sola, necesitaba una voz familiar al otro lado del inalámbrico. Eran las doce de la noche de un jueves cualquiera, la voz dormida de Maquiavela la tranquilizó.
-          No te preocupes, se te pasará – la calmó- A todas esta, querida Suspi, ¿dónde está la perra? ¿Está contigo ahí?
-          No, la perra duerme tranquilamente en la habitación –acertó a decir-
-         Ahhh, ni te preocupes entonces. Los perros huelen la muerte, así que estate tranquila. Si te fueras a morir ahora, estaría ya a tu lado. Hoy no es tu día…
Ante semejante sentencia, ¿quién se atrevería a decir algo? Manuela Suspiros se calmó, logrando aminorar los latidos de su corazón. Al día siguiente fueron ambas al herbolario a que le diesen algo para poder dormir dada su estado de nerviosismo extremo.
-          No se preocupe, señora, la pasiflora es mano de santo. Tómese una o dos pastillas si es necesario y verá que bien duerme.
Dicho y hecho. La Suspi se tomó una. Dormir, lo que se dice dormir durmió. El problema es que estuvo todo el día como flotando, sin fuerzas, arrastrándose por cada esquina que doblaba. Le pesaba todo el cuerpo, costándole un sobreesfuerzo levantar los párpados. Se tomó media la siguiente noche. Ese domingo, casi muere. Muerte a las cinco de la tarde con Maquiavela y La Rizos. Se quedó más pálida que la luna llena, sus fuerzas le abandonaron por completo. Se tumbó, dejándose morir. No había perro tampoco en esta ocasión que oliera la parca. La Rizos le tomó la tensión, y tanto la alta como la baja se igualaron. Casi la pierden, pero gracias a unas aceitunitas y a un poco de queso con pan, lograron que algo de color reavivara los cadavéricos mofletes de nuestra querido amiga. Tardó casi dos días en recuperarse del todo. Nunca más volvió a probar la pasiflora esa.  A veces le entran pesadillas pensando en lo que ocurriría si le volviese a suceder lo mismo y su perrita se le acercara mirándola a los ojos…
Por todo esto os digo, que tengáis mucho cuidado con todas estas cosas, incluso con las bebidas legales como el vino, pueden ser devastadoras, incluso en cantidades minúsculas. Una vez le regalaron una botella de vino blanco a La Suspiros, e invitó a Maquiavela a degustarla en su compañía. Manuela Suspiros bebió una copa de ese brebaje, su querida hermana medio sorbito. Las consecuencias fueron devastadoras. Maquievela sufrió un derrame en el ojo izquierdo enrojeciéndosele al instante. La Suspi tuvo que acostarse para volver en sí horas después.  Ambas tuvieron resaca y dolor de cabeza durante tres largos días con sus tres cortas noches. Tiraron la botella con un mensaje de precaución por el nivel de alta toxicidad que contenía. Todavía hoy sigue sin saber muy bien de donde vino dicho regalo…
Nada de vitaminas concentradas, ni de bebidas isotónicas, no pócimas con taurina. Y si La Suspi oye hablar del “ginseng” le entran escalofríos, pero esa es otra historia...
Así que ya sabéis, tener mucho cuidado con todo aquello que ingerís, que no tiene por qué ser Belladona o Aconito, que en determinadas dosis son letales. Sencillamente, tres cafés, dos pastillas de pasiflora o un simple champiñón pueden llevarte al otro barrio en un periquete.  ¿Acaso nunca os ha pasado nada parecido? No me lo creo…