15 abr 2012

MANUELA SUSPIROS Y LOS BAÑOS PÚBLICOS

A Manuela Suspiros le falta el aire cada vez que se acuerda de algunos sustos que se ha llevado en los baños públicos (o no tan públicos). 

Sí, es probable que lo que vaya a relatar ahora sea considerado un tema algo “escatológico”, pero no os hagáis los pudorosos, ¿eh? Seguro que más de uno ha vivido alguna circunstancia similar o peor. Decisión vuestra es si no queréis seguir leyendo, pues lo que aquí se relate herir puede vuestra sensibilidad. Estáis informados, y la que avisa no es traidora.

De todos es sabido que a Manuela Suspiros lo de volar no es santo de su devoción, aún así, ella no se pierde ninguna oportunidad de ver otras ciudades y paraísos terrenales. A punto de abandonar la bella Florencia con todos esos maravillosos rincones que provocaron el denominado Síndrome de Sthendal, mataba su tiempo en el aeropuerto Amerigo Vespucci, algo pequeño y en vías de modernización.  La Suspi quiso exprimir al máximo los últimos minutos para ir al baño con su amiga La Rizos, descubriendo ante ellas un aseo bastante viejo, que se caía a cachos, brillando por su ausencia la limpieza, todo hay que decirlo.
Cuando acabó, vio que había un letrero al lado del retrete, pero ni le prestó la más mínima atención, ¿para qué? Se fijó en la cadena, diciéndose: “Madre mía que atrasados están estos italianos, en su obsesión por preservar cualquier antigualla, todavía usan las cadenas en los baños”. Por supuesto, tiró de ella. Acto seguido se escuchó una estridente sirena que casi le para el corazón del susto. La Rizos horrorizada: “¿pero qué has hecho, loca?” Se miraron, y corrieron cual estampida de búfalos escaleras abajo hasta llegar sin aliento a la tienda de “souvenirs” donde las esperaba Maquievela. Las miró pensando: ¿Qué habrán hecho estas dos que vienen asfixiadas y con las caras rojas de culpabilidad? ¿Esa alarma tan molesta de dónde proviene? ¿Qué hacen esos dos guardias de seguridad subiendo a toda leche por las escaleras hacia los servicios?
Si a Stendhal Florencia le provocó elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, y alucinaciones, Manuela Suspiros sintió por unos instantes que sufría dicho síndrome, y no precisamente por la belleza del baño en cuestión.
La respuesta, muy simple: tiró de la cadena sin leer el letrero que explicaba que solo debía utilizarse en caso de emergencia. Si vais por el Mundo, leer bien los carteles, que aunque estén en otro idioma, seguro que tendrán algún gráfico explicativo. Al final resultó que eran más modernos de lo que ella pensaba.

Estados Unidos, ese gran país de las libertades, tiene unos baños muy diferentes a los de nuestra vetusta Europa. Los retretes están llenos de agua hasta arriba, como si fuesen una presa a punto de reventar, por lo que os podéis hacer una idea de todo lo que allí se puede ver. Manuela Suspiros estaba en la ciudad que nunca duerme, su moderna Nueva York, visitando el Metropolitan. Allí todo es grande, y ese museo es de dimensiones gigantescas, necesitas varios días para verlo, y un gran mapa para no perderte entre caballeros medievales, templos egipcios o pintores impresionistas que te observan en silencio. Sus amigas viajeras y ella rastreaban sin éxito sus salas en busca de  un palacio persa, o chino, u oriental, ya no recuerda muy bien de dónde era, y por mucho que escudriñaban el mapa, no lograban encontrarlo en el sitio que el plano especificaba. Cansadas y con dolor de pies, se dieron un respiro dirigiendo sus pasos al aseo. Cuán grande fue la sorpresa (o el asco) de La Suspi, cuando se topó con cuatro “monumentos etruscos” flotando en su baño, girando en el sentido de las agujas del reloj. Era tal su tamaño que temió que la atacaran, pues la miraban con cara de asesinos sedientos de algún tipo de venganza, parecía que tuvieran ojos y dientes (os ahorro más detalles). Difícil borrar semejante imagen dentro de la parte del Arte Etrusco de tan prestigiosa pinacoteca. Eso sí, tampoco encontraron aquel Palacio que fue sustituido por ese ejército etrusco en miniatura, que consiguió que les diera un ataque de risa ante la magnitud de sus componentes.

Una recomendación, si queréis ir a un servicio decente y gratis en New York, pasaros por la llamada Trump World Tower, todo lujo y sofisticación. Los baños son una maravilla, limpios, con olor a rosas, y con unos azulejos tan brillantes que te puedes ver en ellos sin necesidad de un espejo. Es fantástico pasear por la Quinta Avenida y pararse a descansar en uno de los edificios más lujosos del planeta. Además, cohabitan cafeterías y tiendas de regalitos, todo muy bien organizado y pensado para que los turistas dejen allí algún que otro dólar. Por supuesto, no están exentos de que te puedas encontrar cualquier “cosa oscura” flotando en el inodoro.

Sin abandonar todavía EEUU, Manuela Suspiros viajó a Florida con su amiga La Glamour. No podía irse de allí sin visitar los Everglades, con numerosa fauna salvaje, extensa vegetación y un número incalculable de cocodrilos con sonrisa afilada acechando que algún incauto turista se cayese para hincarle el diente. Antes de subirse al “hovercraft” que las llevaría a través de lo salvaje (y del riesgo de ser devoradas por los hambrientos caimanes), fueron al “wáter closet”. Manuela Suspiros se halló ante un retrete maloliente, con el agua verde, turbia y sin saber qué te podrías encontrar en el fondo. “¿Pero cómo voy a hacer pis aquí?” - Se asqueaba – “Estos americanos son muy poco higiénicos”.

Una vez fuera, comentó con su amiga el mal estado de los urinarios, teniendo en cuenta la cantidad de turistas que pasaban por ahí a diario, y lo organizaditos que solían ser los americanos en estos casos. En fin, se quedó un poco decepcionada.
Estando ya en medio de la nada absoluta, con un silencio roto por algún pájaro salvaje, y cientos de cocodrilos agazapados entre el follaje y el agua del manglar, la guía que parecía un hombre de las cavernas (con bigote incluido), les explicó en un inglés poco claro para nuestra amiga, que intentaban preservar al máximo La Naturaleza, evitando los cambios del paraje natural lo menos posible para no dañar ni al entorno ni a sus feroces criaturas. Les aclaró que hasta el agua de los baños provenía de los Everglades, de ahí su insólito color y su repulsivo olor a fruta podrida. Manuela Suspiros se llenó de ignorancia…
¿Evitar romper La Naturaleza quería decir que los desechos humanos iban a parar a una Reserva de la Biosfera haciendo submarinismo con los cocodrilos? ¿Podría alguno de esos bichos dentados colarse por el retrete mientras alguno hacía…? Bueno vale, dejemos aquí nuestra imaginación y a EEUU en paz.

Paris, la ciudad del amor por excelencia fue elegida para pasear por sus románticas calles, pero los planes de La Suspi se vieron truncados por los fatídicos atentados del 11 S, por lo que el viaje se pospuso para el siguiente año. La capital estaba invadida por militares que garantizaban su seguridad (o al menos en teoría) y de papeleras vacías para evitar que colocaran bombas. Los edificios más importantes como la Torre Eiffel, estaban protegidos por varios de ellos, incluso un soldadito galo de muy buen ver, en pleno servicio intentó ligar con Manuela Suspiros bajo el influjo de la Torre y los “croissants”, pero esa es otra historia.

La Suspi se quedaría corta para describir el encanto de Paris, su belleza y el aroma de sus calles, tantos rincones llenos de magia. Se enamoró irremediablemente de la Catedral de Notre Dame: sus gárgolas, sus torres, sus 387 incansables escalones hacia el campanario, sus vistas. El último día de su estancia en la ciudad de la luz, se sentó en la cafetería más cercana para guardar en su retina lo que aquella iglesia le hacía sentir, quizás algún retazo de alguna vida pasada ¿quién sabe?. Maquiavela y La Suspiros pidieron dos cafés a un simpático camarero que les alegró el día, les cobró un dineral (comprensible al estar en la iglesia del famoso jorobado), siendo tan grosero que ni siquiera les regaló una fútil sonrisa, ni les miraba a los ojos. Chaval, si te dedicas al turismo y aunque sean españolas, por lo menos estira las comisuras de los labios. A no, perdón, que si sonríen te cobran.
Siendo la metrópoli parisina una belleza sin palabras, casi rozando la perfección, fue una lástima que alguno de los franceses con los que se topó nuestra amiga, pareciesen estreñidos de nacimiento. Manuela Suspiros aprovechó para ir al baño (con todo lo que había pagado por “su café”, tenía que amortizarlo), pero estaba cerrado. Tuvo que llenarse de valentía y pedirle al camarero complaciente y amable, las llaves por medio de la mímica universal que comunica a los pueblos. Qué poco les gusta a los franchutes que no les hables en su francés natal. Enfurruñado, le dio las llaves. Previo pago de cincuenta céntimos más.
Encima de que fue el café más caro de toda su vida, tuvo que sufragar un suplemento para ir a mear. “Estos gabachos”, pensó La Suspi (sin acritud, ¿eh?). Bajó unas escaleras de madera, que daba miedo agarrarse a la barandilla (primero porque en cualquier momento se podría resquebrajar, segundo porque una película de grasa la protegía). Daba la impresión de entrar en el sótano de los horrores, del que nunca más podrías salir sin algún daño físico o moral. Abrió la puerta del baño con mucha cautela, pues presentía que algo maléfico iba a lanzarse sobre ella. ¿Qué había en ese sótano maldito? ¿Un retrete con agua hasta los topes como los americanos? ¿Un excusado fino a la europea? ¿Un orinal del siglo pasado? ¿Una bacinilla de oro? No, se topó con un oscuro y aburrido agujero en el suelo. Nada más. Se las ingenió como pudo para salir airosa de aquel mingitorio de tiempos inmemoriales, se bebió el resto de café frío,  y sin decirle nada al camarero que derrochaba simpatía por todos los poros de su cara, se despidió de Notre Dame y de la Vie en Rose. Para que no se me enfaden los parisinos, hay que decir que Manuela Suspiros estuvo en un baño similar en el Reino de Granada. ¿Será por la conexión de ambos pueblos con la cultura árabe?

Ya dispuesta a abandonar la capital del Moulin Rouge, le aguardaba un último trámite: el aeropuerto de Orly. La espera iba a ser algo larga. Manuela Suspiros no había comido muy bien durante sus paseos por el Sena, su estómago empezaba a hacer ruidos raros, quejándose como almas en pena quemándose en el infierno. Entre los nervios de subir al avión, y lo empachada que estaba, su barriga era una bomba de relojería a punto de estallar.
Pidió a Maquiavela que la acompañara al servicio, que esperara fuera, ya que el verde y amarillo que cubrían su cara prometían un desmayo seguro. Vigiló la entrada del toilette hasta que no hubiese nadie e hizo los deberes. La bomba se liberó, volviendo el  color rojizo, sanote a la tez de La Suspi. Al salir solo pudo ver a una mujer negra enorme, que entraba. En cuestión de segundos, Maquiavela y La Suspi la vieron salir casi blanca, algo grisácea y gritando: “¡Oh, my GOD, Oh my GOD?”. ¿Qué querría decir la pobre mujer?
Manuela Suspiros se sintió más liviana y feliz. Mientras sus amigas paseaban por el aeropuerto, ella vigilaba los bolsos, paquetes y demás enseres. Varios policías se le acercaron. Pensó que la iban a interrogar por los incidentes del baño, por fortuna, se equivocó. Ante la psicosis de los atentados, cualquier paquete o bolsa fuera de lugar eran objeto de desconfianza. Hablaron con ella en francés, ella les respondió en su lenguaje de signos (no podía ser de otra manera) explicándoles que aquello era de sus amigas. Con una sonrisa la saludaron y así fue como Manuela Suspiros le dijo “Aur Revoir” a los “toilettes parisinos”.

En los países del Este el sistema de los baños es muy peculiar. Viena, la cuidad de la música y de los cafés (nada tienen que envidiar los españoles) está muy presente en la recuerdo de La Suspi.
Paseaba con Maquiavela y La Rizos por una de las calles más lujosas de la ciudad, la famosa “milla de oro” como las llaman ahora (toda ciudad que se precie tiene una). Tiendas a precios desorbitados, elegancia y distinción a borbotones. Paradita para tomar un café, paradita para un helado, paradita para una cervecita (algo insulsas) y paradita para ir al baño después de las “cañas”. Allí en plena calle moderna, un baño público antiguo escaleras abajo (como no, otro sótano inexpugnable).

La Rizos y La Suspi se adentraron en el subterráneo mundo de los “urinarios vieneses”, dándoles la bienvenida un vienés muy serio a la par que educado, previo pago de los cincuenta céntimos de rigor. Ilusas, creyeron que era el encargado del baño de los “hombres”, pero no. Las acompañó con gentileza a sus respectivos baños, con puertas de cristal semitransparentes. Él mismo les abrió y les cerró la puerta, esperando obedientemente a que terminaran la faena con éxito (no fueran a quedarse atascadas).
No sabían dónde meterse (desde luego no había sitio), dejando la vergüenza escondida en algún rinconcito de su pudor. Desde fuera se veía y oía todo lo que dentro sucedía.: sombras y ruidos. Manuela Suspiros hizo todo lo que tenía que hacer a la velocidad de la luz, repitiéndose  que no volvería a beber cerveza vienesa. Cuando Maquiavela las vio, con las caras enrojecidas por la perplejidad de lo acontecido, les preguntó: “¿No habréis tirado de ninguna cadena o algo por el estilo, verdad? ¿En qué lío os habréis metido ahora?” Se descojonó de ellas cuando les escuchó decir, que un chico las observaba al otro lado…
¡Oh, Viena, cuántos recuerdos! Esos desayunos llenos de pastelitos variados, humeantes cafés y un montón de fruta. Manuela Suspiros se ponía ciega de zumo de manzana, pero solo los primeros días, hasta que se dio cuenta de que su vejiga no podía acumular tanto líquido junto. Una mañana, entre el frío y el zumo (las cervezas habían quedado en el olvido), no podía seguir caminando por la ciudad de Mozart. No se veía ni un servicio a varios metros a la redonda. Ya doblada del dolor, desesperada por encontrar un excusado decente, apareció ante ella el paraíso de los baños: el metro. Vio la luz cuando ante sus ojos divisó la señal de los lavabos. Corrió como pudo, pero de repente escuchó unos gritos a sus espaldas que la increpaban en un idioma raro. Una mujer con rulos en la cabeza ataviada con una bata a cuadros, le gritaba con cara de pocos amigos. Ella no entendía nada, solo quería hacer “pis”. Créanme cuando les digo que el idioma universal no es el inglés, es el de los signos y la mímica. La señora solo pretendía avisarle de que tenía que pagar, hasta que detectó la angustia reflejada en la cara de La Suspi: iba a reventar. La mujer se quedó como su bata, a cuadros, y con una media sonrisa la dejó pasar. Maquieavela se reía, pagando los cincuenta céntimos que valía en alivio de no perder la única vejiga que tenía.

Otra anécdota digna de mención sucedió en Praga. Una noche se perdieron en la taberna más antigua de dicha ciudad, El U’Fleku. Allí se bebía cerveza negra, se cantaba y los amables camareros obsequiaban con una sonrisa su licor especial (al final de la noche supieron que los chupitos no eran gratis). Entre cánticos, risas y espuma blanca, tocaba la visita obligatoria al excusado: una, dos, siete veces. Hasta que La Rizos, advirtió al resto de que en la entrada del baño había una mujer flaca y gris con un moño en la cabeza que la miraba mal (lo del moño debe ser muy habitual por esta zona europea). Manuela Suspiros regresó al baño para cerciorase de que efectivamente había una especie de Srta. Rottenmaier. No me extraña, de las numerosas veces en que la cerveza negra hizo su efecto, sus ojos la obviaron. Bastante tenía con evitar que el suelo no se le  moviera bajo sus pies. A la mañana siguiente, hubo un entretenido debate de si realmente existió esa mujer o era un espejismo cervecero. Maquiavela nunca la vio, La Rizos creyó verla por momentos, y La Suspi solo tiene un vago recuerdo de una señora con moño con muy malas pulgas echándole una monumental bronca mientras intentaba mantener el equilibrio. En fin, nunca sabremos la verdad.

Ya para ir acabando y no horrorizaros más, os contaré el extraño caso del “baño indiscreto” de un conocido cine de la ciudad de Manuela Suspiros. El servicio de los “hombres” está justo enfrente del de las “mujeres”, con un enorme espejo que refleja todo lo que hacen los varones de pie. No os miento cuando les digo que se ve todo, absolutamente todo. Lo más curioso es que no cierran la puerta, quizás no se han dado cuenta de ese pequeño detalle, o tal vez sí, y les encanta ser admirados por las damas, que aunque a veces quieran desviar la mirada, se encuentran de bruces con la realidad de un baño no apto para menores…

A pesar de todas estas historias, Manuela Suspiros ha tenido bastante suerte, no como su amiga la Ratita Viajera, que en su periplo por China tuvo que enfrentarse a unos baños sin puertas, con un asqueroso agujero en el suelo en muy malas condiciones higiénicas, y una cola de chinas mirándola para que terminara lo antes posible. ¡Qué horror! ¡Qué presión! Y dicen que el futuro es de los chinos...

Por favor, tener cuidadito con todo este tipo de situaciones. ¿Nunca habéis visto en la playa a esas señoras que solo se bañan de cintura para abajo? ¿Habéis parado el coche en mitad de la carretera porque no podíais más? ¿Jamás se os han caído las gafas dentro del retrete? ¿Alguna vez se os ha acabo el papel higiénico en plena faena? ¿Siendo chicas no os habéis colado en el baño de los chicos  porque siempre hay cola? ¿Es una leyenda el que se forme un círculo rojo si haces pis en una piscina?

Seguro que todos tendréis alguna aventurilla de este tipo, ¿os atrevéis a contarla?