6 sept 2010

MANUELA SUSPIROS Y UN VAMPIRO BAJO EL SOL


A Manuela Suspiros le falta el aire cuando recuerda su encontronazo con un siniestro ser venido de las más oscuras tinieblas del inframundo.

Lo que voy a contar aquí puede resultar inverosímil para la mayoría de las personas que viven en este universo, incluso para Manuela Suspiros (a la que siempre le pasan cosas rocambolescas).

Manuela Suspiros iba paseando por la calle bajo un caluroso Sol acechando el mediodía, cuando vio a un hombre de unos treinta años esperando por alguien un una esquina. Era alto, muy delgado, con el pelo castaño claro, y perteneciente a una clase social media – baja. Ni ella misma sabe por qué extraña razón sus ojos se fijaron en el rostro de aquel hombre en el que aparentemente todo era normal. Pero en cuestión de segundos todo cambió. Esa persona, ser, elemento o sabe Dios qué, sonrió a Manuela Suspiros, y nunca jamás en lo que le queda de vida va a poder olvidar esa diabólica sonrisa. Sus dientes frontales eran sumamente pequeños, y a medida que sus labios dejaban ver el resto de su maligna sonrisa, se podía observar que sus colmillos no eran como el del resto de los mortales. Eran largos, muy bien cuidados, y parecían haber salido de una película de vampiros.

La Suspiros se quedó de piedra (y sin aire, por supuesto), y por un instante pensó que la vida le daba vueltas y no podía controlar ni su mente ni su cuerpo, todo giraba a la velocidad de la luz. Según cuentan, los vampiros tienen la cualidad de hipnotizar a sus víctimas y magnetizarlas para que no opongan resistencia alguna, y es posible que por unos segundos cayera bajo su embrujo vampírico.

Cuando recobró la consciencia, intentó calmar los pocos nervios que le quedaban y pensó: “seguro que se trata de una broma o de un programa de cámara oculta”. Pero en su interior sabía lo que había sentido y la perfección de esa endiablada dentadura no podía haber sido hecha en un laboratorio dental.

Esto sucedió hace unos trece años, un número lleno de misterios: para algunos supersticiosos es un número agorero que solo trae desgracias, para otros es mágico (incluso místico) que atrae la buena suerte. ¿Con cuál te quedas tú? Hace trece años no estaban tan de moda las películas edulcoradas sobre vampiros que tienen a los adolescentes de hoy en día locos por la sangre, por semblantes blanquecinos y por peleas con licántropos de pacotilla. Ahora se llevan vampiros que no tienen colmillos, que no se derriten cuando les da el Sol (solo brillan) y encima son buenos y se enamoran. ¡Fuerte patraña! Cuánto daño ha hecho la saga “Crepúsculo” en los corazones de los vampiros de verdad (bueno, si es que puede latir algo en su interior).

Cuanta añoranza en recordar al clásico Conde Drácula con su capa roji-negra, sus ojos ensangrentados, sus largas uñas y como no, unos auténticos colmillos blancos. Todo porte y elegancia, que a pesar de ser una criatura perversa nunca perdía la compostura y su saber estar (todo un noble caballero).

Los auténticos vampiros salen de noche, te leen el pensamiento haciendo que caigas en su satánica fascinación. Les encanta chupar toda la sangre que pueden y son criaturas malévolas. Eso sí, coinciden en una cosa con los de ahora: son inmortales (salvo que les claves una estaca de madera en el corazón que no tienen).

Manuela Suspiros continuó caminando, su corazón estaba aceleradísimo, y solo podía pensar que estaba loca de remate. ¿Un vampiro? ¿Bajo el Sol del mediodía? ¡Imposible! Pero como no puede luchar contra su chismosa naturaleza, giró su cabeza hacia atrás para comprobar si “aquello” seguía allí o se había evaporado y tan solo fuera su imaginación la que le había jugado una mala pasada. Pero no, seguía en pie y también se había dado media vuelta para ver a dónde se dirigía su nuevo entretenimiento: ella. Sus ojos tropezaron, y Manuela Suspiros quedó paralizada y sin poder moverse (y les puedo asegurar que no hubo nada de romanticismo en todo aquello). Él le sonreía con esos colmillos que la hacían estremecer de espanto y de un miedo irracional.

Percibió la sed de esos dientes que tan solo querían hundirse en su angelical cuello, y saciar su ansia de sangre fresca. Pero las únicas marcas que Manuela Suspiros iba a permitir en su cuello iban a ser las de algún amante perdido que le robara beso.

La bestia acarició sus dientes con su lengua hambrienta en un intento de aplacar su apetito de animal salvaje, mientras que Manuela Suspiros conseguía a duras penas escapar de su hechizo y echar a correr. La expresión de “pies para que os quiero” tomó tal relevancia que nunca le estará lo suficientemente agradecida a sus piernas por lo rápido que llegaron a su casa.

Con el alma en vilo (si es que aún le quedaba, y suspirando porque ese depravado espécimen no se la hubiese usurpado) se repetía: “No, no puede ser. Los vampiros no existen, y mucho menos cuando el Sol les está dando en la cara. Y de existir, tendría que haberse desintegrado y convertido en polvo”.

¿Qué hay de cierto en lo de que solo salen de noche, lo de los ajos y los crucifijos? Y si realmente pueden vagar bajo la luz solar, ¿caminarán al lado nuestro y no lo sabemos? Solo espero que nos acechen a la vuelta de la esquina que nunca doblamos.

Manuela Suspiros estuvo noches sin dormir reviviendo la imagen de esos colmillos deseosos de su sangre, con esa maléfica sonrisa y con esa mortecina mirada que era capaz de verle las entrañas. Se despertaba empapada en sudor, comprobando que su cuello seguía intacto cada amanecer.

Han pasado los años, y todavía cree que aquel engendro era un vampiro (¿A que van a tener razón los no muertos modernos?). El Sol no les afecta y pueden estar junto a nosotros en el supermercado o en la mesa de al lado de un restaurante.

Manuela Suspiros es consciente de que esto es difícil de creer, pero no miente cuando dice que aquel día vio un vampiro bajo el Sol y se llenó de un espeluznante pavor.

Dicen que solo dos cosas debes tener en cuenta a la hora de reconocer a un vampiro. Cuando acabes de leer esto puedes ir al lavabo y comprobar si tienes dos puntitos rojos en el cuello, si es que consigues verte reflejado en el espejo…

Y no olvides que cualquiera puede ser uno de ellos, incluso tú.