27 nov 2011

MANUELA SUSPIROS Y LOS MUSEOS

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de alguna de sus visitas a los museos.











De todos es sabido que en los museos hay multitud de cámaras para vigilar concienzudamente que nadie dañe las obras que llevan allí colgadas años y años. ¿Nunca os habéis parado a pensar que sucedería si también se pudieran grabar las conversaciones de la gente ante los cuadros que llevan siglos mirándonos como La Gioconda? Pues supongo que en algunos casos, nos partiríamos de risa o nos escandalizaríamos.

Manuela Suspiros ha estado cultivando su sapiencia a través de sus viajes, y como no, visitando sus valiosos museos. Ha contemplado de cerca a sus queridas “Meninas” en el Prado, se ha asombrado de la magnitud del “Guernica” en el Reina Sofía, se ha reflejado en el “Espejo de Venus” en la National Gallery londinense y casi se emociona al estar al lado de la “piedra Rosetta” en el British Museum. En la vida podrá olvidar lo que sintió cuando estuvo frente a La Primavera o El Nacimiento de Venus de Botticeli en los Uffizzi florentinos, ¡cuánta belleza junta! Eso sí, todo hay que decirlo, menuda decepción se llevó con la Mona Lisa, todo el mundo le decía que si iba al Louvre no podía dejar de verla. Y cierto es, que por los pelos, no la ve. Tras varias salas en su búsqueda cual Indiana Jones, se topa con unos doscientos japoneses sacándole fotos a una minúscula vitrina en la que se encontraba una señorita mirándoles sin verles, y con una extraña sonrisa que nadie hoy en día ha podido interpretar. La vio a través de los pelos de todos esos nipones histéricos que se empujaban y daban grititos histriónicos por verla en vivo y en directo (aunque de viva tenía poco). ¡Madre mía! Se marchó espeluznada de allí huyendo de la histeria colectiva, y no volvió a ir al Louvre. ¡Demasiada cultura para un solo día!



Y de New York, ni hablamos. Se perdió por el Metropolitan siguiendo los pasos de una especie de palacete chino mientras un millar de retratos parecían que recobraban vida (como en las pelis de Harry Potter), deseando apoderarse de su alma inmortal. Le entraban escalofríos ante la aterradora idea de quedarse encerrada toda una noche entre esas paredes. Lo más probable es que le hallasen a la mañana siguiente petrificada y con la cara desencajada del susto.



Tampoco podrá olvidar su extravagante paso por el Guggenheim neoyorquino (sin relegar, por supuesto, al de Bilbao con su célebre Puppy floral). Después de pasear medio Central Park hasta su entrada, y con las expectativas muy altas ante las afamadas colecciones con las que podría deleitarse, Manuela Suspiros se tropieza con una estructura circular blanca algo atípica para la arquitectura de la ciudad que nunca duerme. Y allí, La Suspi, Maquiavela y La Rizos entran en un edificio hueco por dentro que les da la bienvenida con cara de pocos amigos. El personal las saludó de mala gana, y casi todas las salas estaban cerradas por obras (y no precisamente artísticas) o cerradas sin ninguna explicación.

Solo localizaron un recinto abierto con una exposición fotográfica. ¡Qué bien! Pensó Manuela Suspiros, con lo que le gusta ella la fotografía. Y se propuso recrearse con las imágenes de una prestigiosa fotógrafa de cuyo nombre prefiere olvidarse. Para que os hagáis una pequeña idea, una de las fotos en cuestión era una inmensa mujer (en todo su esplendor, grande y amplia) como Dios o quien quiera que fuese la trajo al mundo, en blanco y negro. Y lo que allí se veía era dañino a los ojos, y perjudicial para el alma. Con lo bonitas que son las curvas y las mujeres exuberantes, esta “artista” (por llamarla de alguna manera) provocaba repulsión en quien contemplaba la obra, ya que de su culo (trasero o pompis para ser más finos) salía un enorme collar de perlas de colores que envolvía parte del resto de su anatomía. Fue una imagen vomitiva, que hizo que nuestra querida amiga pasara a la siguiente imagen: un tipo lleno de tatuajes, semidesnudo y con piercings por todo su cuerpo, y cuando digo por todo su cuerpo pensar mal y acertaréis: pezones y genitales incluidos (aparte de la nariz, por supuesto). La tercera y posteriores representaciones artísticas, fueron borradas de la memoria selectiva de La Suspi, y decidió que ya era hora de volverse al hotel, no sin antes pasar por el baño. Su cupo de arte estaba cubierto hasta el día siguiente.



Se fue con su hermana Maquiavela a descubrir el camino hacia el tan ansiado “toilette” y como aquello estaba tan bien señalizado, abrieron la primera puerta que se les presentó delante. Si hubiese existido una alarma en aquella salida, habría sonado por todo el museo y la vergüenza hubiese hecho acto de presencia en sus candorosas mejillas. Pero en lugar de sirenas escucharon una especie de silbido de alguien que las llamaba reclamando su atención. Un alguien o un alíen venido de otro planeta: un negro altísimo de más de dos metros muy delgado que las miraba con hambre al tiempo que les indicaba con el dedo índice que se acercaran hacia él. Parecía sacado de un documental de las tribus caníbales africanas, pero con chaqueta y corbata, muy elegante eso sí. Y dicho y hecho, aquel aerodinámico y huesudo dedo las atraía hacia él, ejerciendo un insólito magnetismo que acontece en la Naturaleza cuando un depredador está a punto de prender a su frágil presa. Manuela Suspiros entabló una inocente charla con él en su idioma, pero no se entendían mucho, y el lenguaje de signos hizo su aparición. Le pidió disculpas de la mejor manera que supo y pudo por haber profanado una puerta de su templo, y cuando se iban a marchar lejos de la influencia de su embrujo, el tiempo se detuvo. La habitación empezó a expandirse, a la vez que Maquiavela y La Suspi se hacían muy chiquititas y el descomunal hombre negro de ojos aún más negros se iba alargando sobre sus cabezas y su no menos enorme dedo les decía que se las iba a comer de un momento a otro. Ninguna recuerda como salieron de allí (consiguieron alcanzar la salida arrastradas por La Rizos, pero nunca llegaron al baño), aún así Maquiavela temió por su vida, sintiendo que iba a ser devorada por una mantis religiosa a cámara lenta. En ocasiones tiene pesadillas creyendo perder la cabeza…



¿Y a qué viene todo esto? Os estaréis preguntando. Pues viene, a que se ha paseado por media Europa y otros continentes viendo espléndidas pinacotecas, y no ha sido capaz de visitar el Museo de Arte Moderno de su propia ciudad. ¿No es vergonzoso? Hombre, nada comparable con el MOMA neoyorquino, que aparte de ser grande era un auténtico caos: de gente y de orden.



Y no hace poco, un buen amigo llamado El Lobo (y no se trata del turrón), iba a recitar unos cuentos eróticos en dicho Centro de Arte Moderno, y allí se fueron La Suspi, La Glamour y por supuesto Maquiavela. Todo en una atmósfera muy intelectual, con música sensual para crear ambiente y unos cuantos libre-pensadores de la época (es decir, de la actualidad presente). Aparte de que llegaron cinco minutos tarde y toda la sala se les quedó mirando, pasaron un rato muy agradable (aunque no hubiese estado mal un par de cervecitas para animar a los eruditos).





Y por supuesto, al finalizar, momento de agradecimientos y peloteos varios con foto incluida. Lo que sorprendió a La Suspi fueron las palabras de la directora del Centro o Museo o Galería, diciéndoles a todos que aquello no se podía denominar “museo”, que aquello era un lugar para el “arte”, que dicha palabra estaba obsoleta, que la modernidad era lo importante. Y Manuela Suspiros se llenó de rebeldía y espíritu reivindicativo, ya que le es incomprensible que algunas personas quieran parecer superiores a otras (o al menos así lo entendió ella) haciendo demagogia de la cultura para ganarse al público. El conocimiento debería de estar al alcance de todos, y seguiremos luchando por ello. No obstante, la iniciativa y la actividad estuvieron a la altura de El Lobo, que se entregó al cien por cien (como siempre lo hace).



Lo gracioso vino después, viendo el “arte moderno”. ¡Había una exposición de penes! Sí, de penes. De todos los colores y tamaños, algunos daban auténtica pena y otros no podían ser de verdad. Como podéis imaginar, el cachondeo fue divertidísimo, las carcajadas hacían eco en las paredes, tanto que una agente de seguridad fue a donde estaban ellas a ver qué sucedía.


Ay, esos “penes” al descubierto amenazando el silencio de la sala. La Suspi pensó que había micrófonos secretos para escuchar lo que decían (palabras irrepetibles que hubiesen animado la aburrida tarde de algún sobrio vigilante). Creyeron que las iban a echar de allí por escandalosas, pero simplemente cerraban el museo (perdón, el Centro de Arte). Y no sería la primera vez que casi la echan de un Museo, como le sucedió en Praga, en donde una vieja señorita Rottemayer la amenazó con gritos por haberse acercado demasiado a un cuadro, pero esa es otra historia.





Y a pesar de todo, de que sean cuadros, fotos, esculturas o penes; puntos o rayas, de que el lugar en que se encuentren sea un museo, un centro o la calle; Manuela Suspiros sigue sintiendo la que vida es una obra de arte…