19 oct 2012

MANUELA SUSPIROS Y LA SEGUNDA PARTE DE LA PISCINA


A Manuela Suspiros le falta el aire porque aún sigue con la operación bikini en pleno otoño, y algún kilito parece haberse quedado atrás como el verano. Pero se le quedaron un par de cositas en el tintero sobre las piscinas y el  sorprendente mundo de los vestuarios, aquí va el resto.

Se podría escribir una novela de terror al respecto, no vamos a entrar en detalles, no obstante Manuela Suspiros se ha topado en los vestuarios con las que no saben decir buenos días, las que cuentan con pelos y señales lo que hacen con su marido o amante para que se entere todo la sala, las que se miran y remiran al espejo (aparte de su ombligo), sin tener ni un gramo de grasa (porque celulitis tenemos todas, salvo las deportistas profesionales). ¡Menudo lucimiento personal! Al final con el paso de unas cuentas primaveras, toda la musculatura se afloja, como a todas (y a todos), no se puede luchar contra el tiempo ni mucho menos contra la cruel Ley de la gravedad.

En este micro universo de los vestuarios se llevan la medalla de oro esas grandes olvidadas: las madres, que a alguna le daría yo ese merecido trofeo y a otras las hundiría en la piscina junto con sus maleducados y chillones hijos. ¡Qué griterío! Allá donde van lo de hablar en voz baja es una utopía: Paula, recoge eso; Raúl, no pegues a tu hermana; Raquel, sal de la taquilla, ¡YA!

De los vestuarios masculinos no voy a hablar, pues es un territorio aún por descubrir. Bueno, Manuela Suspiros se coló una vez por error, y de lo que allí vio, nunca quiso hablar. Guardó silencio, y se llevará a su tumba aquello que tanto le sorprendió (o quizás no tanto).

Eso sí, las auténticas heroínas de Manuela Suspiros son las señoras octogenarias que van a nadar con todo el tiempo del mundo y su carrito de la compra para meter todos sus enseres: toalla grande, zapatillas, gorro con florecitas del año de Maricastaña, toalla para los pies, toalla para la cabeza, bañador azul, bañador rojo de repuesto, neceser con un sinfín de botes, albornoz, un kit de maquillaje y un millón de cosas más que le puedan caber allí dentro. De mayor, a La Suspi le encantaría ser como ellas, sin complejos para seguir haciendo deporte. Como el gran ejemplo que fue Bernarda Angulo, que dejó de nadar a los 97 años porque la muerte la vino a buscar, no sin antes conseguir algún que otro récord. Casi seguro que allá donde esté, seguirá nadando kroll con los ángeles. Cuando a Manuela Suspiros le entra la pereza de ir a moldear su figura, invoca al espíritu de la Señora Angulo para que le dé un empujoncito que le haga saltar a la piscina. 

Pero no todo son inconvenientes, lo que ocurre es que cuesta mucho ponerse a hacer ejercicio y ver los resultados enseguida. No es fácil, hay que ser constates para que tu cuerpo de signos de mejoría en un par de meses, siempre y cuando no lo dejes, porque todo el esfuerzo habrá sido en balde. Como cuando nuestra amiga fue al fisioterapeuta aquejada de una fuerte lumbalgia, y este le dijo que tenía la musculatura de la cintura débil. Sí, la famosa y conocida como “lorza”, “flotador” o “chicha”, que sin darte cuenta un buen día aparece en tu cuerpo y no sabes cómo ha llegado hasta allí, estaba floja ocasionando múltiples desastres en su organismo. Manuela Suspiros no podía entender como nadando seguía su musculatura sin estar fuerte. Supongo que algo influirán las salsas, el pan, una cervecita para acompañar, y algún que otro furtivo cruasán. Qué le vamos a hacer, de vez en cuando el cuerpito debe disfrutar de algún que otro placer culinario.

Otra especie extraordinaria que anda merodeando por la piscina son los monitores. Algunos tan guapos, otros tan simpáticos y otros tan esculturales, que su sola presencia hace que quieras salir corriendo en dirección contraria. Están a otro nivel, haciendo que te pongas nerviosa con su mirada, de la que es inevitable escapar. Es como si vinieran de otro planeta para analizar qué rarezas físicas posees o qué músculo no tienes en su sitio.

En una ocasión, Manuela Suspiros entre piscina y piscina, se atragantó. Empezó a toser, y no podía parar, casi se ahoga. Un monitor con "rastas", sí, un "rasta fari" con una cara dulce (y algo dura), se le ofreció para traerle un vasito de agua. Esta se carcajeó entre tos y tos pensado que la estaba vacilando, y le suelta: "no te preocupes, que tengo  toda la piscina para beberme". El amigo de Bob Marley, se ríe y le dice que va en serio, que le trae el agua para que aclare su garganta. La Suspi creyó sinceramente que le estaba gastando una broma, sus mejillas enrojecieron de repente, deseando hundirse para no asomar más la cabeza.

Un domingo cualquiera, sí, un domingo. Manuela Suspiros sacó fuerzas de flaqueza aventurándose a echar unos largos y desentumecerse. Tras los estiramientos de calentamiento, metió el dedo gordo en la piscina. ¡Dios, estaba helada! Todos los pelos del cuerpo gritaron al mismo tiempo. ¿A ver quién es la guapa que se mete allí? Para no salir con vida –pensó- El monitor muy sonriente, esta vez sin rasta, y con una coleta le dice: Perdona, se ha estropeado la caldera, y el agua está algo fría, pero no te preocupes, te tiras, y calientas en el agua, solo notarás el frío al entrar. Una vez dentro…

¡La madre del cordero, qué fría! A punto de convertirse en un cubito de hielo humano, se tragó su orgullo y con la valentía de un nórdico se lazó, confiando en la sapiencia del muchacho. Nadó los primeros 400 metros a la velocidad de la luz, ni pulsaciones, ni leches, se moría de frío. Los dedos arrugaditos y al borde de la congelación. Resultado: una  bronquitis aguda que la apartó del deporte durante casi un mes, dejándola de nuevo en brazos de su esponjoso sofá.

Tras ese fatídico domingo, Maquiavela le regaló un calentito albornoz que la protegió del frío y de curiosas miradas, como aquella vez en que perdió sus chanclas favoritas en la inmensidad de una depravada lavadora, y le prestaron otras de un amarillo chillón que no combinaban con su albornoz azul. Hasta la miraban mal, porque todo hay que decirlo, algunos van a la piscina como si fueran a la pasarela Cibeles, bañadores de la marca “tututú”, gafas de la firma “tatatá”, o el último modelo en auriculares acuáticos. Lo más “chic”.

 Aún así, son muchos los buenos momentos que pasa en el agua. El otro día compartió talasoterapia con un caucásico jugador de baloncesto de más de dos metros. El tímido hombre no sabía dónde esconderse, el agua le llegaba a la cintura mientras que a nuestra querida amiga le llegaba por el cuello. ¿Os hacéis una idea?  Todos le miraban asombrados, pues de dos zancadas se ponía en el otro extremo. Parecía Gulliver con los liliputienses que le miraban con recelo. A la Suspi le hubiese gustado saber su idioma para hablar con el  “gigante” de barba roja que tanto fascinaba al resto, aunque por un momento se imaginó que en un despiste se los podría comer a todos.

Resumiendo: ¿es el deporte sano? Manuela Suspiros no lo tiene del todo claro, pues siempre acaba con el cuerpo dolorido tras una buena sesión de natación, eso sí, con las endorfinas por las nubes y una enorme sonrisa de oreja a oreja.
 
Por cierto, hay un mito que La Suspi todavía no ha conseguido averiguar: ¿es cierto que aparecen unos círculos rojos si  a algún despistado (o quizás no tanto) se le escapa algún líquido amarillento indebido? Por si acaso, no lo intentéis averiguar…