21 dic 2011

MANUELA SUSPIROS Y LOS ARÁNDANOS MÁGICOS


A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda del sabor de aquellos frutos morados que le devolvieron a la vida.


Manuela Suspiros caminaba entre la multitud sin rumbo fijo y con el corazón helado. La gente se empujaba corriendo entre los semáforos para no perder ni un segundo más, y continuar con las horribles y tediosas compras navideñas: sí, esos regalos por obligación, ese gastar por gastar, ese compromiso sin sentido. Deambulaba triste y sin ilusión, había perdido las ganas de celebrar la Navidad. De golpe y porrazo se había bajado de cada una de las nubes de colores en las que había vivido: la nube verdosa de la esperanza en un mundo mejor, la nube roja del amor y la pasión, la nube amarilla de la verdadera amistad, y en definitiva, las nubes de toda su existencia. Se sentía muy sola y desdichada, y no se atrevía a contarle a nadie lo que le pasaba, porque ni ella misma sabía muy bien qué le carcomía por dentro, pues ya no sonreía, era como si alguien le hubiese robado el alma (aparte del aire). Lo tenía todo y no tenía nada. Había dejado de soñar despierta y por la noche ya casi ni soñaba. Todo era gris, negro, gris, y otra vez ausencia de color. Ya no cantaba, ya no bailaba, ya no reía, y ya no se emocionaba con nada.


En su camino quedaron amigos atrás, algunos se marcharon a otros reinos muy lejanos; otros, siendo vecinos se distanciaron en el olvido de los años. Qué lejos quedaban aquellas miradas cómplices compartiendo un helado de chocolate, aquellas risas provocadas por un tropezón en la calle, aquellas promesas estancadas en un bote de Nocilla. Ahora no quería reconocer que los añoraba y que lo quisiera o no, formaban parte de la princesita en la que se había convertido. También echaba de menos a aquellos que sin quererlo o deseándolo se fueron a otro Universo diferente convirtiéndose en estrellas que a veces nos observan y nos guían en la oscuridad, pero que jamás volveremos a ver, ni a besar ni a abrazar (pero sí sentir).


Su Reino de luz y color se tambaleaba, se hundía en los abismos de la incomprensión del ser humano y la exasperación por salir de la oscuridad. A pesar de ser la víspera de Navidad, el Mundo ya no era un lugar feliz, ni seguro, ni alegre. Intentaba mirar hacia otro lado, pero era muy difícil hacer la vista gorda. Habían pasado miles de años desde la creación de la Humanidad y nada había cambiado: matanzas sin sentido, guerras despiadadas, crisis económicas, hambrunas devastadoras, enfermedades crueles, peleas, engaños, y un sinfín de momentos destructivos para arrinconar en un sótano olvidado. Solo había que observar un poco y mirar con atención, la Tierra se estaba quejando provocando maremotos, haciendo rugir volcanes para ser escuchada o temblando por el terror que le suponía lo que veía, y aún así, no le hacían caso. Manuela Suspiros había perdido la fe en el ser humano que era egoísta por naturaleza. Todo le parecía superficial, banal, insustancial. Sentía que el espíritu del Sr. Scrooge se había instalado sin permiso en su interior, aborreciendo a todo ser viviente, detestando la Navidad.



No soportaba que las ventanas de los edificios se llenaran de Sta Claus o de Reyes Magos colgantes, le parecía un crimen ver como las luces navideñas ahogaban a los pocos árboles que quedaban sanos, los villancicos le taladraban el cerebro cada vez que se acercaba a menos de cinco metros de un centro comercial. Ni que decir de las fiestas de confraternización de las empresas, todo abrazos y “amigos para siempre”, y al siguiente lunes un cuchillo imaginario clavado en la espalda, un mal gesto o un si te he visto no me acuerdo. ¿Y qué hay de esas reuniones familiares en las que cualquier hecatombe puede ocurrir? En lugar de ser un error pasajero se pueden convertir en un horror para borrar de la memoria. ¿Y qué me dicen de los buenos deseos para el siguiente año que se evaporan tras la última campanada si consigues no atragantarte con alguna uva?



¿Por qué hay que disfrazar a un pobre árbol llenándolo de bolas, adornos y luces? ¿Por qué hay que besarse debajo de un muérdago? ¿Por tradición o por obligación? Dicen que el beso es la distancia más corta entre dos personas, pero en fechas navideñas puede convertirse en una pesadilla (¿y si tienes que besar a alguien que no soportas?).



No entendía por qué la gente se saludaba con falsas sonrisas cuando el resto del año, ni se acuerdan de ti. Anidaba en ella el presentimiento de que nadie creía a nadie, nadie confiaba en nadie, nadie hacía o daba amor a nadie sin perder algo por el camino, sin perderse asimismo. Había dejado de creer en todo y el espíritu de la Navidad era algo que solo se veía en algunas pelis como “Qué bello es vivir”. Quizás, simplemente se había hecho mayor. O a lo mejor el “Grinch” le había robado la navidad. ¡Quién sabe!



Hubo una época en que Manuela Suspiros creía en los Reyes Magos, pero hoy hasta Baltasar, su favorito, había perdido su color. Este año no escribiría ninguna carta, no tenía nada que pedir.



El día de Navidad tocaron a la puerta de su Castillo: ¡Ding Dong! ¿Quién osaba perturbar la paz familiar en un día como ese si los renos voladores no existían, si no tenía chimenea para que Papá Noel se atascara en ella y no le envió carta alguna a los Reyes Magos?



Manuela Suspiros se acercó a la puerta malhumorada, en bata de color rojo arrastrando sus apesadumbrados pasos con unas zapatillas a juego y molesta por tener que abrir. Allí, no había nadie, algún vecinito gracioso que se confundió con Hallowen, pensó La Suspi. Al cerrar la puerta, esta se tropezó con algo que centelleaba en el suelo.


Se trataba de una pequeña caja de madera que brillaba como el oro y desprendía un conocido olor a incienso, y no era mirra precisamente. Un lazo rojo con un cascabel anudaba una pequeña carta que así decía:



"Vengo de un Reino muy muy lejano, cuyo nombre ni podrás pronunciar. Aquí te dejo estos frutos para que los saborees lentamente y puedas mirar dentro de ti, solo así tu alegría podrás reparar y tu ilusión podrás recuperar. Solo una cosa has de hacer: debes compartirlo. De no ser así, en una malvada y amargada arpía te convertirás, y nadie contigo querrá estar jamás. Y quedarás condenada a que cada Nochebuena te salga una verruga del tamaño de un arándano por todo lo que no has dado. Cree en ti, cree en los demás. Y nunca olvides que los mejores regalos salen del corazón. Y aunque tus manos estén vacías, están llenas de ti.”

“¡Paparruchas!”- Pensó nuestra amiga. Pero enseguida se fue a por una cucharilla para probar aquellos frutos tan raros. Al abrir el bote, solo el olor que desprendían le hicieron sentir bien, y en el momento en que chocaron con su paladar una explosión de sabores, olores y colores la transportaron a otros tiempos felices. Todos sus sentidos se activaron y fue trasladada a otra época. Recordó al instante la emoción de esperar la llegada de aquel regordete vestido de rojo que nunca se olvidaba de su regalo. Tras la copiosa cena y nunca después de las doce de la noche, su hermana Maquiavela la llevaba al cuarto de baño para lavarse las manos. Y era justo en ese instante cuando Papá Noel timbraba a la puerta y dejaba algo. La pequeña Suspi se ponía tan nerviosa que daba saltos de júbilo y quería echarse a correr para verle, pero Maquiavela la frenaba y le decía: “No puedes ir a saludarle, si le vieras, se iría. No olvides que es mágico y tiene que seguir llevando juguetes a otros lugares.” Pero era casi imposible retenerla. Salía corriendo en su busca, pero se marchaba antes de que llegase a verlo, obsequiándola con algún inconfundible presente y dejando la puerta abierta. Y por supuesto un mensaje: “que se portara bien todo el año, y estudiara mucho e hiciera caso a los mayores”. Qué educado era que invariablemente llamaba antes de entrar… – cavilaba Manuelita Suspiros. Y volvió a recordar que Santa Claus, Papa Noel, San Nicolás o como quieran llamarlo, viajaba en un trineo mágico llevado por renos voladores y en esa maravillosa y sorprendente noche era Rudolph el que iluminaba el camino con su nariz roja y brillante para que a ningún niño le faltara su juguete y a ningún adulto la inocencia.


Y Manuela Suspiros se llenó nuevamente de ilusión y de alegría, quería seguir sintiéndose tan viva que se tomó otra cucharadita de aquel manjar tan revitalizador. Y se vio de niña, la tarde previa a la llegada de los Magos de Oriente. Le encantaba ir a la cabalgata y se desesperaba por ver a Baltasar (que nunca entendía por qué iba el último), y escuchaba canciones, y recogía caramelos, y bailaba, cantaba, reía y se emocionaba. Por la noche, se acostaba muy tempranito y estaba atenta a cualquier ruido en el silencio de la noche para ver si los descubría entrando por la ventana. No sin antes dejarles tres vasos de vino dulce, unas galletas y algo de agua y lechuga para los camellos (aunque le extrañaba que los camellos comieran lechuga). Le advertían que si percibía algún sonido ni se levantase, porque se podrían marchar dejando solo un saquito de carbón. Se hacía tan largo el amanecer, pero al final salía el Sol. El desayuno eran un montón de regalos de todos los tamaños, y tres vasos vacíos encima de la mesa. La vida era alegría y despreocupación, ya que los Reyes Magos y sus ayudantes trabajaban todo el año en la Fábrica de los Sueños para que a nadie le faltase el suyo. La Supi volvió a soñar despierta.

Fue a por una tercera cucharadita, se sentía tan llena de vida que quería detener el tiempo. Pero rápidamente se dio cuenta de lo que estaba aconteciendo: no quería convertirse en una bruja verrugosa al siguiente año. ¿Qué podía hacer ella para compartir algo tan extraordinario con los demás? Maquiavela, que también los había probado (y llegó a pensar que eran alucinógenos), le propuso que juntas elaboraran una riquísima tarta de queso con un toque muy especial.


Esas navidades fueron únicas y amenas en su Reino. ¿A qué supo la Navidad aquel año? ¿A mazapán? ¿A almendras? ¿A turrón? No, aquellas navidades supieron a Arándanos Mágicos.


La tarde previa al día de la llegada de sus Majestades, mientras todos los niños saludaban a los camellos y gritaban como locos en la Cabalgata Real, Manuela Suspiros y Maquiavela prepararon la tarta de queso y arándanos más sabrosa y dulce de la región. Contaron con la ayuda de una ratita viajera que estaba de paso, de dos loros parlanchines que amenizaban con sus melodías (eso sí, aprovechaban cualquier despiste para pillar algún arándano); y dos sabias perritas, una pelirroja con olor a miel y otra de color melocotón que parecía una ovejita, ambas bailaban alrededor contoneando sus caderas. El pastel se hizo con sobredosis de risas y con mucho amor.

El día de Reyes el viento sopló y sopló y la tarta de arándanos mágicos comenzó a girar y girar y a hacerse cada vez más grande, convirtiéndose en un tornado alado de color dorado amarillento mezclado con el lila.




Sopló con tanta fuerza que se repartió por todo el Mundo. La Tierra volvió a temblar, pero esta vez de felicidad al ver a todos sus pueblos alegres y en sintonía unos con otros. Los océanos se balanceaban suavemente para que los delfines saltaran y atraparan su trocito de tarta.


Se rumorea que en el Polo Norte se vio algún Oso Polar con la boca teñida de morado, que en Australia los canguros se guardaban algún trocito en su bolsita y que en África el Rey León compartía su parte con una gacela afortunada. Incluso la Estrella de Belén se dio la vuelta esbozando una cálida sonrisa.

Los vientos suspiraron con fuerza y fue así como los arándanos mágicos llegaron a todos los hogares, no quedando rincón del Planeta que no fuera agasajado con un pedacito de felicidad. Fue así como el Mundo se convirtió en una gran tarta de arándanos, llenando a todos de optimismo y confianza en un futuro en el que el AMOR se diera en libertad. La gente empezó a confiar en el prójimo, a mirarse a los ojos y a devolver las sonrisas que habían estado ocultas en algún rinconcito del corazón. Todos aprendieron a compartir.


Dicen que los cuentos son los sueños que no se hacen realidad, entonces ¿por qué creemos en ellos? A lo mejor dentro de nosotros sigue habitando ese niño que fuimos, ese niño que confiaba, ese niño que jugaba con cualquier cosa en una calle.


Manuela Suspiros volvió a divertirse en Navidad, esa época en que se intensifican las emociones y en la que todo puede suceder. Eso sí, le gustaría ver como lo que popularmente se llama “Espíritu Navideño” se mantuviera durante todo el año.



Y si por Navidad el turrón vuelve, el champán nos empapa y los polvorones se nos atragantan, La Suspi desearía que sigamos dando sin esperar, porque cuando se da en su forma más pura, no se espera nada a cambio.


Y Manuela Suspiros volvió a creer en las personas, en la vida, en ella misma y sobretodo en la Navidad.

Estate atento, no vaya a ser que un trocito de tarta ya haya llegado a tu casa y aún no te hayas enterado.


Manuela Suspiros os desea FELIZ NAVIDAD y que el AMOR en todas sus formas invada vuestros corazones.