5 jun 2011

MANUELA SUSPIROS Y LA FAMA



A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de la primera vez que fue portada de un periódico y protagonista estelar de un medio de comunicación.


París la enamora con su encanto romántico: largos paseos por el Sena, salmos místicos en el Sacre Coeur, y como no la gran vista de la ciudad desde la Torre Eiffel. Visitó la Ciudad de la Luz (o La Ville Lumière como la llaman los “franchutes”) tras los fatídicos atentados del “11 S”, y toda ella estaba custodiada por soldados que velaban por su seguridad. Y de todos es conocida la “debilidad” de La Suspi por los uniformes varios (preferiblemente de color rojo), por lo que al doblar cualquier esquina se podía tropezar con un militar con cara de pocos amigos vigilando cualquier movimiento que levantara sospecha. Más de uno no pudo resistirse a los encantos de nuestra querida amiga, regalándole alguna que otra sonrisilla con guiño incorporado.


La Suspiros deambulaba con Maquiavela, La rizos y su inseparable Nikon de carrete en dirección a La Bastilla cuando a lo lejos vieron a un numeroso grupo de personas apelotonándose alrededor el monumento en cuestión. A medida que se acercaban, el ruido era mayor: gritos y protestas se mezclaban con un idioma ininteligible.


Es curioso como cuando se es turista, creemos que nada malo nos puede pasar. Todo es maravilloso, si llueve o graniza no importa, qué bonita estampa para las fotos; y cualquier pequeña cosa que en nuestro lugar de origen pasa desapercibida, estando de vacaciones nos llena de emoción. Pero a veces, podemos estar en el lugar equivocado y con la gente menos apropiada y desgraciadamente, algo ocurre.


- Chicas, vamos a acercarnos, que puede que estemos presenciando algún hecho histórico – dijo Manuela con el entusiasmo que la caracteriza.


Pero las miradas de sus compañeras de viaje lo dijeron todo sin decir una palabra. La previnieron de que no se metiera en líos dada la situación que atravesaba el mundo occidental por aquel entonces y que tuviera cuidado.


Ingenua, inconsciente tal vez, y con su vieja cámara en mano se acercó para inmortalizar aquel lapso de tiempo que nunca volvería a repetirse.


Al aproximarse, se empezaron a dar cuenta de que ondeaban numerosas banderas de Israel. “Oh, oh, dijo Maquiavela, esto no me gusta”.


- ¡Venga chicas! – las alentaba La Suspi- Esto pinta interesante…


En cuestión de segundos y sin previo aviso, unos exaltados venían hacia ellas, prácticamente arrollándolas. Era un grupo de palestinos que habían ido a boicotear una pacífica manifestación de sus más que conocidos enemigos de por vida. Eran mitad niños mitad hombres corriendo como energúmenos, y por supuesto, detrás la policía gala con sus porras bien adiestradas. Ya os podéis imaginar lo que vino después. Se vieron envueltas en una marea de gritos, golpes e insultos en francés (descifrables en cualquier idioma). Era como si una estampida de furiosos búfalos hubiera pasado por encima de ellas, y solo hubiesen dejado polvo tras su paso. Solo podían pensar en esa expresión de “pies para que os quiero”, mientras buscaban una salida hacia alguna calle menos alborotada. Tras unos minutos que se hicieron horas, se escabulleron como pudieron y tras el susto inicial, vino la desesperación por llegar al hotel, pero las autoridades habían cortado todas las estaciones de metro cercanas al evento y tuvieron que llegar caminando y con el sobresalto en el cuerpo hasta su campamento base.


Manuela Suspiros se llevó un buen rapapolvo, por meterse donde nadie la había llamado, y se llenó de incomprensión…


A la mañana siguiente y tras desayunar un mísero croissant con un café “Olé” vieron en la portada del “Le Monde” sus caras desencajadas junto a un grupo de palestinos corriendo hacia ninguna parte, perseguidas por uniformados gabachos. Hoy, Manuela Suspiros lo puede contar, pero pensó que moriría aplastada en el pavimento parisino escuchando La Vie en Rose.


Ay, si su amiga la francesita Cheríe la viera por los adoquines, o si las gárgolas de Notre Damm hablasen, pero “Paris, C’est Fou”.


La segunda vez que salió en prensa escrita fue en un rotativo de tirada nacional. A Manuela Suspiros le da algo de pereza ir de tiendas cuando no sabe lo que va a comprar, eso de rebuscar sin ton ni son, patearse las tiendas en busca de El Arca Perdida de las gangas la deja sin aliento. Siempre ha huido de los estereotipos de “mujer - compradora – compulsiva” (a veces ha llegado a pensar que es un tío). Le supone un gran esfuerzo y desgaste físico y mental ir de compras por el simple placer de hacerlo. Preferiría estar en la playa o leyendo un buen libro o disfrutando de alguna extraña película, pero cierto es que hay que vestirse y a todas nos gusta ir estupendísimas de la muerte (como se suele decir vulgarmente). Por otra parte, hay días en que todo cuadra y sin previo aviso, se puede llevar media tienda (eso sí, cargando a sus porteadores con todas sus nuevas adquisiciones).


Sin embargo, eso de escudriñar prendas, buscar colores, tallas, modelos, la saca de quicio. Y eso de ir de “rebajas” no está hecho para una princesa como ella, le parece una pérdida de tiempo. Nunca ha entendido esa atracción de las mujeres (en un 98% aprox. y después de esto recibirá numerosas críticas negativas) de que se pudieran dar de hostias por ser las primeras en llegar y empujar las puertas del Cielo del consumo por conseguir el “último grito” en vaqueros o el abrigo de sus sueños a precio de baratija.


A ella jamás la verás ese primer día de locura en los centros comerciales, pero a veces, donde dije digo digo Diego, y si de esta agua no beberé, te bebes la garrafa entera y sin respirar (y cuidadito con no atragantarte).


Intentó zafarse, pero le fue imposible y en un aciago día de sacrificio, allí se vio ella, arrastrada por las circunstancias y por su queridísima amiga La Glamour que la convenció para pasar un gran día en el Circo de las compras. Y ya conocen a La Glamour: zapatitos último modelo, vestiditos monísimos, y como no, lo ultimísimo en maquillaje.


¡Oh Dios mío! Ella que quería pasar desapercibida y que porfiaba que jamás de los jamases la verían en tal tesitura, y por supuesto no podía aparecer discretamente escondida entre un montón de pantalones y camisas de saldo, no. La pilló la cámara de fotos del periodista inoportuno (¿tocapelotas?) de turno y La Glamour y ella fueron portada la mañana siguiente bajo un titular: “Ellas nunca faltan, siempre a por la mejor oportunidad”


La llamaron de otros feudos para felicitarlas por lo guapas que habían salido, y lo favorecidas que estaban bajo la luz de los flashes. De por vida inmortalizadas en una foto que recorrió gran parte de la comarca. ¡Así es la fama! ( Menos mal que es efímera…).


En otra ocasión, se reconoció en un folleto de publicidad alemán mientras salía del agua haciendo un Top Less obligatorio a causa de una traicionera ola que la empujó hacia la orilla, pero eso es otra historia…


La última vez que se hizo famosa fue en una majestuosa fiesta carnavalesca que se organizaban unos apuestos jóvenes en un Reino vecino. Manuela Suspiros había conocido días atrás a un príncipe de modales exquisitos, alto, guapo, de sonrisa perfecta con un hoyuelo en la barbilla y un lunar en la comisura de sus carnosos labios (¿qué más podía pedir?). Iba disfrazado de Almirante Nelson y nada más verse, quedaron prendados el uno del otro, como en los cuentos con final feliz. Por supuesto nunca te dicen que pasó después de comer “perdices”, ni te explican que la fastuosa boda se puede convertir en un sonado divorcio (con suerte), ni te comentan que el fantástico Castillo se puede transforma en una cárcel de soledad, y ni siquiera te aclaran que el fascinante príncipe puede volver a “croar” en la charca de la que salió (lo que se conoce como la maldición de las tres " f ).


Todo era perfecto, excepto en una cosita sin importancia: él era once años más joven que ella. Con su encantador almirante (y que bien le quedaba el uniforme) todo era fácil: la risa salía sin ser llamada, las miradas se perpetuaban hasta el amanecer, sus manos simplemente encajaban y sus besos eran especiales. Eso sí, era más maduro que otros “sapitos” que pasaron por la vida de La Suspi tiempo atrás, y para ella era su Rey de corazones (o su principito de copas).


En cuestiones del corazón, nadie manda, solo él, y si algo es social o políticamente incorrecto que se lo digan a la Demi Moore, a la Duquesa de Alba (bueno, quizás este ejemplo no sea el más acertado) o a la Shakira con su joven futbolista. Las critican por salir con chicos más jóvenes, pero es que hay que ver cómo están esos “maromos” jovenzuelos (exceptuando la Duquesa, por supuesto). A ellas se las ve rejuvenecidas, con un cutis estupendísimo y por supuesto una sonrisa que brilla a kilómetros de distancia. ¿Qué hay de malo? Envidia, mucha envidia (eso sí, sana, como se suele decir).


Pero no nos desviemos del tema que nos atañe. La Suspi estaba en la fiesta con sus amigas tomando algún refrigerio: Bella disfrazada de Corsaria del Amor, Chérie, Lili, La Glamour y ella de cabareteras, con plumas de colores en sus cuellos y toda una larga noche por delante para bailar y cantar. Estaban tan guapas que relucían en la fiesta, y eran objeto de todas las miradas. Tal fue el impacto que causaron son su belleza y su encanto personales, que apareció la Televisión y las encumbró a la fama una vez más. A La Suspiros le sacaron un primer plano que recorrió varios lugares, pero lo mejor no fue esto. Como era carnaval, hacían pequeñas bromas y juegos, y pedían que alguna de ellas dijera algún secreto de la fiesta de Don Carnal. Y todas acusaron con la mirada a su queridísima Suspi.


- ¡Ella, ella tiene un secreto! – espetó La Glamour señalando para La Suspiros que trataba de esconderse. – Mi amiga Shakira sale con un chico más joven…


Total, que al final, intentando ocultarse de la cámara de televisión y disimular su presencia, copó toda su atención y salió en un famoso programa de la caja tonta. Solo faltaba que la detuviesen por la calle para pedirle autógrafos. Podría haber matado a su amiga La Glamour en aquel momento de gloria, pero lo que hicieron fue reírse, y mucho. Media hora más tarde apareció su “Piqué” para consolarla por saltar a la fama de una manera tan graciosa.


Durante esas carnestolendas Manuela Suspiros se llenó de juventud, frescura y de besos con sabor a menta.


Y como todo cuento, este también tuvo su final: no se convirtió en sapo, no hubo perdices y no hubo besos para siempre. Sencillamente se esfumó, como el humo que se evapora pero que alguna vez estuvo ahí. El príncipe tuvo que volver a su Reino, atender sus obligaciones reales y perseguir a otras princesas.


Y Manuela Suspiros tuvo que bajar de su nube rosa de repente, (aunque más bien fue del color rojo de la pasión), y estamparse contra el frío gris del asfalto. El almirante Nelson volvía a Trafalgar Square…


Manuela Suspiros aprendió que a veces más vale ver la noticia desde el sofá de casa o del hotel, que ser protagonista de ella, no vaya a ser que te engulla de forma despiadada.