27 feb 2011

MANUELA SUSPIROS Y LA CAJITA DE LOS NOVIOS

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de su cajita de los novios y de lo que en ella encontró.

Recuerda como si fuera hoy el día en que su hermana Maquiavela le recomendó que para olvidarse de sus novios los guardara en una cajita. Bueno, para ser exactos no que sepultara a los novios dentro de una caja (aunque a algunos no le hubiese importado meterlos en un ataúd y echar mucha tierra encima), sino que metiera un recuerdo de cada novio y lo guardara en una cajita. Y quién sabe si algún día, al abrirla, los recuerdos le brindasen una cómplice sonrisa.

Y este mes, el mes de San Valentín, el mes del AMOR por obligación, Manuela Suspiros encontró su “Cajita de los novios” olvidada entre un montón de libros y álbumes de fotos (de esos que ya empiezan a escasear con la era digital). Este mes en el que su día catorce si tienes pareja y no regalas nada, puede ser el fin del mundo (o de la relación en cuestión). ¡Demos amor cada día del año a todos!

Al abrir la cajita, salieron cual Caja de Pandora (pero sin expandir los males del Mundo), un sinfín de vivencias con amores de una pasado muy muy lejano.

Lo primero que halló fue un diente. Sí, un diente, bueno un pequeño trocito de diente, no vayáis a pensar que La Suspi es algo fetichista. A su mente le viene el momento en que su chico en lugar de perder un ojo, perdió un pedacito de paleta. Manuela Suspiros le había preparado una romántica velada con velas, cava y postre de chocolate. Y claro, con la emoción del momento y la agitación de la botella de Freixenet (¿se pueden decir marcas?), el corcho con un montón de burbujas doradas, que en ningún momento se convirtieron en bellas bailarinas, salió disparado hacia la cara de su enamorado. Lo que iba a ser una apasionada noche se convirtió en un ir y venir de cubitos de hielo, un considerable morado en la boca y una paleta rota (sinceramente, el chaval era un poco blandengue). Aunque mejor hubiese sido que se le cayera un colmillo, por el morbo que dan, pero no, no hubo vampiro, ni mordisquitos en el cuello, ni “ná de ná”. En fin, aquello no duró mucho la verdad, y sí, lo lógico es que se quedara con el corcho de la botella, pero a ella le hizo tanta gracia el día que se encontró el cacho de diente mientras barría, que allí lo guardó.

En la cajita también había una portada de un viejo periódico. No se acuerda muy bien del chico en cuestión, vaya memoria la suya, el único detalle que viene a su cabeza es que le trajeron el desayuno a la cama al amanecer tras una noche entera sin dormir. Un zumo de arándanos, una tostada con mantequilla, un café con leche, una sonrisa con beso y la prensa. La noticia del día era que había caído el Muro de Berlín (¡No, Manuela Suspiros no es tan mayor!). Nada significativo aquel domingo: alguna guerra en un país del lejano oriente, algún terremoto en otro lugar impronunciable, algún político ladrón y como no, el fútbol. Vamos, lo habitual.

Pero su cuerpo se estremeció cuando vio una postal de Nueva Zelanda. Sí, Manuela Suspiros tuvo un noviete neozelandés. Un chicarrón guapísimo, alto, rubio y de ojos azules. Ay, cómo describir esos azules ojos que un día la miraron y la cautivaron para siempre. Era un arquitecto que viajaba por España para recabar ideas y observar sus peculiaridades arquitectónicas. Lo conoció una noche en la que se fue a celebrar el día de la Hispanidad con La Glamour (¡Viva España y Olé!), y descubrieron un pub irlandés en un pueblo perdido del norte. Y allí estaba Matt, que con su barba de tres días y su seductora mirada lograron conquistar el corazón de La Suspiros. Estuvieron cinco días juntos, sabiendo de antemano que su historia de amor tenía fecha de caducidad temprana. Pasearon de la mano por las empedradas calles de la ciudad, vieron alguna que otra catedral escondida entre los modernos edificios que a él le fascinaban, y se besaban con intensidad para intentar robarle algunos segundos al tiempo que se les echaba encima vertiginosamente. El último beso vino acompañado de una lágrima fugaz, pues no sabía cómo despedirse de él, si con un “Te quiero” o con un “Nunca te olvidaré”. Si un Mago o una Hada Madrina le concediera a Manuela Suspiros el deseo de volver a pasar un día entero con alguno de sus novios, regresaría con los ojos cerrados a uno de aquellos días de octubre en los que el agua salada de la ría y las conchas de la playa se mezclaron con sugerentes susurros, caricias que quemaban la piel y besos de otro continente. La postal decía: “I miss you, Honey”. (¡Qué lejos queda Nueva Zelanda!).

Asimismo, apareció una pesa de gimnasio. La escondió una tarde harta de que no pudiera ir al cine para quedarse ejercitando sus músculos en decremento de su escaso cerebro. Era un muchacho bien parecido (como dirían las abuelas), esclavo de su cuerpo, pero su mente la cultivaba bien poco, es decir, nada. Por alguna extraña razón, Manuela Suspiros cayó bajo su encantamiento (todavía hoy no sabe o no puede explicarse que vio en él o que le hizo casi caer en sus redes). Vivía por y para su gimnasio, y era feliz mostrando lo dura que estaba su nueva abdominal. Sus amigas le bautizaron con el nombre de “Mr. Croissant”, debido a que sus brazos se quedaban algo abiertos como las patas de un croissant cada vez que daba un paso adelante. Estaba enamorado de sí mismo, hasta le tenía nombres a sus bíceps: Rompehuesos y cascanueces (tan cierto como el aire que respiro ahora). Y se henchía de orgullo cuando enseñaba sus musculitos, era agotador. Tanta proteína y tantos polvos hormonados le envenenaron el cerebro poco a poco. ¡Qué habrá sido de él!

Otra cosa que encontró fue un mando a distancia. Sí, habéis leído bien. La Suspiros tuvo un “amiguito” que adoraba su mullido sofá, y por más veces que intentara levantarlo de él, no era capaz. Cada vez que le proponía salir a pasear o a contar estrellas, él le decía: “es que hoy estoy cansado, es que hoy hay fútbol, es que hoy me duele la cabeza (sí, un día le dijo eso), es que hoy ponen tal o cual serie en la tele…” Hasta que Manuela Suspiros se hartó, le cogió el mando a distancia y le dijo: “Es que hoy se acaba el Mundo y a ti te va a coger echado en tu sofá, chico”. Cerró la puerta, nunca más supo de él y se llevó el mando a distancia con ella.

La marcaron con una cicatriz. Bueno, se topó con la piedra con la que le hicieron un boquete en la cabeza. Fue con su primer novio, ella tendría unos cuatro o cinco años (es que fue muy precoz). Apareció en casa con la frente cubierta de sangre y al regresar de urgencias con un par de puntos, su novio de la infancia va y le dice: “Ves, por no hacerme caso te he dado”. Desde muy pequeñita a nuestra amiga no le ha gustado recibir órdenes, y menos de un principito de medio pelo. Esperemos que no se haya convertido en un maltratador de esos que hay por ahí.
En fin, esas cicatrices que nos dejan los amores que pasan por nuestras vidas, unas son más profundas y tardan más en curar y otras menos, pera ahí están, viendo pasar el tiempo, sirviéndonos de aviso para no volver a caer en los mismos errores, o quizás sí.

Una pluma roja estaba en el fondo de la caja. Fue una loca noche de carnaval en la que los astros casi se alinean para que Manuela Suspiros conociese a un auténtico caballero de los que a ella tanto le gustan. Él iba vestido de Superman, no, creo que era de Torero Rosa, ¿o era de Hawaiano? Los años están mermando su capacidad memorística. De lo que no se olvida es que a la mañana siguiente su salón estaba lleno de plumas rojas. Su disfraz de Cabaret fue un exitazo y la noche increíble e inesperada, pero esa será otra historia…

Sí, estaréis pensando que La Suspi ha tenido muy mala suerte con algunos de sus chicos, pero oye, de todos es sabido que para encontrar un Príncipe Azul, hay que besar muchos sapos… y con alguno que otro se ha topado, sí. No obstante, guarda a todos con cariño (bueno, alguno no tanto) en su corazoncito. Hay que ir probando, no vaya a ser que alguno de esos sapos se convierta en algo tan bueno que lo deje escapar sin haberlo besado antes. Lo importante es que no sufran ninguna clase de metamorfosis y se conviertan en moscas o en garrapatas peludas.

Y es que Manuela Suspiros ha tenido muchas historias que algún día serán contadas (o no) y este verano quemará en la purificadora noche de San Juan todo su contenido: una Torre Eiffel, una servilleta con un móvil desconocido, un ticket del metro de Madrid, una ficha de parchís, un nombre árabe en un post it amarillo, una vela de cumpleaños, una medalla de fútbol, una peseta, una tiza blanca, una canica de colores, un posavasos con una fecha, un lazo rojo, una servilleta con una despedida, la entrada a un concierto de Mecano, una concha de mar, una calabaza de Halloween, un cromo de la Abeja Maya…

¡Ay, qué recuerdos, que alegrías, qué miradas, que besos…!

A Manuela Suspiros le faltan sus suspiros…