19 oct 2014

El rincón de los topitos

A Manuela Suspiros le falta el aire cuando recuerda un cosquilleo rozándole los dedos del pie.

Una noche, se fue a celebrar la vida con su hermana Maquiavela, su amiga la Ratita Presumida y un superhéroe de cómic. La noche cálida, la luna llena y una de las terrazas de moda de la ciudad les brindaba cockteles y música.

Una azotea con nombre de escritor y vistas a la catedral, con un ambiente relajado y sofisticado. La amabilidad de los camareros contrastaba con su indumentaria, que parecía sacado de otra época en que los tirantes eran lo último en moda.

Manuela Suspiros se pidió un cocktail llamado “Rojo que te cojo”, con frutos del bosque que bailaban bien abrazados al vodka. Una noche suave de verano en la mejor compañía. En la mesa contigua, un grupo de ejecutivos con las corbatas sin nudo, se relajaban tras una supuesta dura jornada de trabajo. 
                                                                 Rojo que te cojo

Pasada la media noche, cuando Cenicienta ya había perdido su zapato de cristal, y las burbujas bailoteaban en las cabezas, notaron que algo se movía cerca de ellos.

–Oye, detrás de tus pies se mueven unas hojas –dijo Maquiavela, que era la única que no había bebido alcohol.

Temiendo que fuera una cucaracha voladora, de esas que no se sabe porqué dan tanto miedo, y que a veces salen como un ejército sediento de sangre de las alcantarillas, miraron con atención para poder huir si la cosa se ponía fea. Algo de color gris se movía despacio hacia los pies de nuestra amiga. Se trataba de un adorable ratoncito de largos bigotes olisqueando sus dedos. Andaría buscando algún fruto que se le cayera del cocktail para llevarlo a su humilde casita. Menudo colocón se iban a pillar los ratocillos si eso caía en su poder.
                                                                  Ratoncito feliz

El primer impulso de La Suspi hubiese sido gritar, o subirse a la mesa como hacían en todas las pelis antiguas de blanco y negro. No quería montar una escena ahuyentando a toda la sofisticada clientela. Observó. Su pequeño nuevo amigo cogía confianza, acariciando curioso sus dedos que salían de sus sandalias. Hasta aquí podía llegar. Todos subieron sus pies al mismo tiempo, nuestra amiga la primera. Los enchaquetados de al lado, imitaron la jugada. ¿De qué tenían miedo si iban con zapatos de oficina cerrados y eran mil veces más grandes que el ratoncito?

Para evitar un escándalo mayor, y que el resto de los clientes salieran despavoridos, se miraron en silencio. ¿Por qué da tanto miedo un pequeño roedor? ¿Acaso medio mundo no siente pleitesía por Mickey Mouse? Ese sí que da miedo, con esas orejotas grandes y cara de sabelotodo.

Algo debió de asustar al aspirante a Ratón del Año, escondiéndose entre las plantas de la terraza. Los hombretones de la mesa contigua dejaron de temblar entre risas nerviosas, bajando sus pies de ejecutivos al suelo.

Manuela Suspiros se reía, y no por efecto del vodka. ¡Menuda estampa! Uno de los locales más modernos y vanguardistas de la ciudad había sido conquistado por un topito de grandes ojos oscuros. Si llegan a ser rojos, entonces sí que La Suspiros o incluso Maquiavela se hubieran subido a la mesa de un salto.

–Viene otra vez –susurró la Ratita Presumida, que quería ver cómo otro ratoncito salido de un cuento hacía trastadas asustando al personal con su sola presencia.
– ¿Dónde? No lo veo –La Suspi se lo estaba pasando genial.
–Ahí, mira –dijo el superhéroe que las acompañaba.

                                                             Ratoncitos de juerga
                                              
Los caballeros, poco valientes, subieron sus pies de nuevo. Manuela Suspiros vio como de la esquina se asomaba a la aventura un ratoncito más pequeño aún. Era una monería, una copia del otro: los mismos bigotes, los mismos ojos, la misma carita de bueno, eso sí en miniatura. Salieron los dos, a por los suculentos dedos de nuestra amiga. A pesar de ser adorables, tuvo que espantarlos con todo el dolor de su corazón. ¿Habría más hermanitos esperando su turno?

–Hay que avisar al camarero –sentenció la Ratita Presumida.
– ¿Y qué le decimos? ¿Que hay ratas en su local? Un poco fuerte, ¿no? –sonreía La Suspi.
–Díselo, Suspi, pero en voz baja para que la gente no se asuste –rogó Maquiavela.

Manuela Suspiros quería ser discreta con el asunto, y evitar un ataque de pánico colectivo entre ejecutivos, chicas aprendices de modelo y algún que otro cliente fuera de su ambiente habitual.

–Perdona –le dijo al camarero.

Le indicó que bajara su cabeza para susurrarle algo al oído. El camarero la miraba extrañado. A saber qué pasó por su mente antes de escuchar lo que nuestra amiga tenía que decirle. Ya estaba muy acostumbrado a que las chicas, a partir de ciertas horas de la madrugada, le dejaran el número de su móvil.

– ¿Sí?
–Perdona –le susurró al oído– Hay dos ratoncillos detrás de mí.
– ¿Qué? –gritó el camarero.

Justo en ese instante de asombro, cesó la música, quedando tan solo murmullos de palabras que flotaban en el aire.

– ¿Qué hay qué? –el camarero fue escuchado por todos.

Manuela le repitió en voz baja lo que él no quería escuchar, pensando que ese camarero con su barba arregladita y sus tirantes sujetando sus estrechos pantalones estaba más sordo que una abuela en un cine.

– ¡Que tienes ratones en el local! –está vez lo dijo en un tono que pudo ser oído desde la otra esquina.
–No puede ser –dijo incrédulo– ¿Los has visto?
–Y los he sentido. Casi me chupan los dedos.

El camarero no se lo creía. Debía de pensar que había puesto demasiado vodka en su bebida y ahora las consecuencias eran que Manuela Suspiros veía ratones bajo sus pies. Gracias a que los ejecutivos asintieron con sus cabezas, dando credibilidad a la existencia de pequeños roedores, ratoncillos, topitos, o como quieran llamarlos, la tomó en serio.

                                                            Un espóntaneo

La selecta clientela estuvo a punto de enterarse de que por ahí danzaban unos visitantes que no habían sido invitados.

–No te preocupes, llamaré al fumigador –sentenció el apuesto camarero.

No, si Manuela Suspiros no se preocupaba en absoluto. Se lo pasó en grande, aunque lo mínimo hubiese sido que la invitaran a otro cocktail por los besitos recibidos en sus pies.

¡Pobres ratoncitos! Por culpa de La Suspi unos pequeños animalitos iban a ser exterminados, con lo lindos que eran.

Así que si algún día pasáis por este sitio de copas, tan acogedor, con nombre de ilustre escritor, no dejéis de ir a la mesa de la esquina, la que fue bautizada como El Rincón de los Topitos. Con suerte, el exterminador no fue llamado, y una familia de pequeños roedores campa a sus anchas sin pagar alquiler y tomando copas gratis.

                                           Risas en el Rincón de los Topitos