A Manuela Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de los
efectos de algunas sustancias tóxicas no reconocidas por su organismo, exceptuando
las lagunas mentales que estas producen en su memoria.
Sí, muy a su pesar, nuestra querida amiga se ha rendido en
más de una ocasión al oscuro mundo de las drogas blandas, por así llamarlo.
¿Qué pasa? ¿Vosotros nunca habéis atravesado esa delgada línea en la que una
aspirina, un ibuprofeno o un paracetamol te dejan tan atontado que no sabes ni
qué hora es?
Estando Manuela Suspiros de vacaciones en Praga, esa
romántica ciudad que te envuelve con su belleza, se detuvo con sus amigas a
tomar una Pilsner Ulker, la cerveza checa por antonomasia. Tenía que reponer
fuerzas de tanto paseo por el Puente de Carlos, y las bellas vistas del
Castillo desde el río Moldava. Tras buscar por todo el casco viejo, fueron a
dar a un bar llamado España (en pleno corazón checo y se van a un bar llamado
así, hay que fastidiarse). Para acompañar a la cervecita, pidieron algo de
carne, y una tortillita con champiñones. La Suspi se abalanzó sobre la tortilla
(que distaba mucho de ser española), no quedando en el plato champiñón que se
le resistiera. ¡Qué bien le supo! Se acostó con la barriguita calentita, y el
corazón contento. A media noche, todo le daba vueltas. Intentaba levantarse y
no podía, incluso creyó tener alucinaciones, viendo tras la ventana como la
luna se le acercaba y se le alejaba en la oscuridad. Hizo una llamada de
socorro a su fiel hermana Maquiavela, que dormía plácidamente a su lado. La habitación
no paraba de girar y girar. Por más que gritara llamando a Maquiavela para que
la ayudara, esta ni se inmutaba. O eso pensaba La Suspi, quizás lo que ella
creía que era un grito de auxilio no fuera más que un susurro al oído de la
bella durmiendo. Hay que ver, tener hermanas para esto. La empujaba, y nada. No
despertaba. El hotel podría estar hundiéndose, que no había manera de
despertarla. ¡Quién pudiera dormir de un tirón tan a gusto!
Manuela Suspiros no
recuerda cuantas horas estuvo así, sin fuerzas, con un tiovivo taladrándole su cabeza.
Por supuesto, a la mañana siguiente, Maquiavela se despertó como nueva,
rejuvenecida y dispuesta a disfrutar de tan hermosa ciudad. La Suspi se sentía como
si una apisonadora la hubiera arrollado sin control la noche anterior. Más
tarde supo que los champiñones poseen una sustancia que en determinadas dosis y
según qué personas, pueden ser devastadoras en su organismo. Desde luego, no me
refiero a esas setas alucinógenas que venden en los barrios chinos (con estas sí
que flotas), sino a las comestibles que se encuentran en los bosques. Desde ese
día, hace ya unos cuantos años, no ha vuelto a probar semejante hongo.
En otra ocasión, bajo prescripción médica, se tuvo que tomar
un relajante muscular para un problemilla de su cuello, que se quedó rígido.
Ingirió un cuarto de pastilla antes de dormir, aunque la dosis recomendada
fuera una entera. No conseguía conciliar el sueño, y a medida que pasaban los
minutos, notaba como su cuerpo no le respondía. Empezó a sentirse pesada, como
si fuese un gran bloque de cemento imposible de trasladarse de un lugar a otro
sin una grúa. Su mente estaba despierta, su cuerpo muerto, inerte. Un sudor
frío le abrigó su piel, recordándole que estaba sola en palacio. Nadie acudiría
a su rescate en caso de que fuera de vital urgencia. Pasó toda la noche con la sensación
de ser una muerta en vida. ¿Pero qué
clase de pastillas me ha dado el médico para mi dolor de cuello? – se
preguntó.
Cuando por fin fue dueña de su cuerpo y el Sol entraba por la
ventana, respiró aliviada. El trocito de pastilla le hizo efecto a las doce del
mediodía siguiente, en que su cara se tornó verde, sus ojos se le cerraban y la
mente se le quedaba en blanco atendiendo a las obligaciones de su reino. Condenó
a las pastillas a perderse en un pozo muy hondo.
¿Y qué me decís de los olores que te nublan la vista y te
aceleran el corazón? A Manuela Suspiros le encanta ese olor a gasolina que
penetra hasta su glándula pineal, subiéndola al séptimo cielo, bueno, al
tercero si así lo preferís. ¿Acaso nunca olisteis el pegamento Imedio en clase
de manualidades que provocaba la histeria colectiva de la clase? Por supuesto
que os acordáis. No era el entusiasmo característico de la infancia, no, eran
los vapores que colocaban a todos los niños, transformándolos en locos
histéricos con tijeras y elementos punzantes en sus pegajosas manos. ¡Qué
peligro, qué recuerdos! Ahora esas evocaciones infantiles se han transformado
en un pegamento de barra que como el agua, no huele a nada.
De esos traumas infantiles tiene Manuela Suspiros alguno
digno de mención. Siendo una niña, sus padres la llevaron a una fábrica, bueno,
más bien era un pequeño lugar casero donde se elaboraba el orujo, al
aguardiente más puro y duro, al estilo tradicional. Claro está, que no le
dieron a probar nada, eso sería terrible para un niño. Estuvo unos minutos, lo
suficiente para experimentar su primera borrachera sin beber. Los efluvios que
se desprendían de la habitación bastaron para que la cegaran por completo.
Apenas recuerda nada, salvo que despertó dentro de un barril vacío. Lo primero
que vio fue a Maquiavela riéndose de ella. Más tarde le contaron que “alguien”
(aprovechando su estado de embriaguez) la metió en una de las barricas,
lanzándola cuesta abajo. Aún conserva una cicatriz en la pierna que atestigua
que rodó dentro de un barril de orujo.
Ya veis, a La Suspi no le hacen falta sustancias raras para
marearse. Con deciros que se tiene que controlar con el azúcar. Sí, sí, con lo
más dulce se transforma. En los cumpleaños tiene dosificar el trocito de tarta
que coma, porque si no, las consecuencias son como las de una cogorza con media botella
de champán. La cara se torna de color rojizo acompañado de unos ojos
sospechosamente vidriosos. Todo ello unido a una risa fácil, y a un estado de
euforia desmesurada, hacen de ella un cuadro gracioso de ser analizado. Verla
en esa situación, no tiene precio, os lo aseguro.
Eso sí, la pasiflora se lleva el premio gordo. Hace tiempo,
nuestra amiga estaba inmersa en unos conflictos con otros reinos que la llevaban
de cabeza, no pudiendo conciliar su reparador sueño. Ni siquiera la tila
conseguía el efecto relajante que le caracteriza. Una noche, intentado sin
éxito dormir al abrigo de Morfeo, su corazón empezó a latir con tal fuerza que
creía que se le salía del pecho. Intentó calmarse, respirar hondo, pero no
podía controlar la intensidad de sus latidos. Se levantó como pudo y fue a la
sala, donde todo le daba vueltas, fallándoles los pies, debilitándosele las
manos, nublándose la vista. Aterrada, llamó por teléfono a Maquiavela, pensando
que era el fin, su adiós definitivo. Si moría en ese instante, no quería hacerlo sola, necesitaba una voz familiar al
otro lado del inalámbrico. Eran las doce de la noche de un jueves cualquiera,
la voz dormida de Maquiavela la tranquilizó.
-
No
te preocupes, se te pasará – la calmó- A todas esta, querida Suspi, ¿dónde está
la perra? ¿Está contigo ahí?
-
No,
la perra duerme tranquilamente en la habitación –acertó a decir-
-
Ahhh,
ni te preocupes entonces. Los perros huelen la muerte, así que estate
tranquila. Si te fueras a morir ahora, estaría ya a tu lado. Hoy no es tu día…
Ante semejante sentencia, ¿quién se atrevería a decir algo?
Manuela Suspiros se calmó, logrando aminorar los latidos de su corazón. Al día
siguiente fueron ambas al herbolario a que le diesen algo para poder dormir
dada su estado de nerviosismo extremo.
-
No
se preocupe, señora, la pasiflora es mano de santo. Tómese una o dos pastillas
si es necesario y verá que bien duerme.
Dicho y hecho. La Suspi se tomó una. Dormir, lo que se dice
dormir durmió. El problema es que estuvo todo el día como flotando, sin fuerzas,
arrastrándose por cada esquina que doblaba. Le pesaba todo el cuerpo, costándole
un sobreesfuerzo levantar los párpados. Se tomó media la siguiente noche. Ese
domingo, casi muere. Muerte a las cinco de la tarde con Maquiavela y La Rizos.
Se quedó más pálida que la luna llena, sus fuerzas le abandonaron por completo.
Se tumbó, dejándose morir. No había perro tampoco en esta ocasión que oliera la
parca. La Rizos le tomó la tensión, y tanto la alta como la baja se igualaron.
Casi la pierden, pero gracias a unas aceitunitas y a un poco de queso con pan,
lograron que algo de color reavivara los cadavéricos mofletes de nuestra
querido amiga. Tardó casi dos días en recuperarse del todo. Nunca más volvió a
probar la pasiflora esa. A veces le
entran pesadillas pensando en lo que ocurriría si le volviese a suceder lo
mismo y su perrita se le acercara mirándola a los ojos…
Por todo esto os digo, que tengáis mucho cuidado con todas
estas cosas, incluso con las bebidas legales como el vino, pueden ser
devastadoras, incluso en cantidades minúsculas. Una vez le regalaron una
botella de vino blanco a La Suspiros, e invitó a Maquiavela a degustarla en su
compañía. Manuela Suspiros bebió una copa de ese brebaje, su querida hermana
medio sorbito. Las consecuencias fueron devastadoras. Maquievela sufrió un
derrame en el ojo izquierdo enrojeciéndosele al instante. La Suspi tuvo que
acostarse para volver en sí horas después.
Ambas tuvieron resaca y dolor de cabeza durante tres largos días con sus
tres cortas noches. Tiraron la botella con un mensaje de precaución por el
nivel de alta toxicidad que contenía. Todavía hoy sigue sin saber muy bien de
donde vino dicho regalo…
Nada de vitaminas concentradas, ni de bebidas isotónicas, no
pócimas con taurina. Y si La Suspi oye hablar del “ginseng” le entran
escalofríos, pero esa es otra historia...
Así que ya sabéis, tener mucho cuidado con todo aquello que
ingerís, que no tiene por qué ser Belladona o Aconito, que en determinadas
dosis son letales. Sencillamente, tres cafés, dos pastillas de pasiflora o un
simple champiñón pueden llevarte al otro barrio en un periquete. ¿Acaso nunca os ha pasado nada parecido? No me
lo creo…