1 nov 2012

MANUELA SUSPIROS Y SU PESADILLA


A Manuela Suspiros le falta el aire al recordar su pesadilla de anoche, por momentos los sueños eran realidad, y la realidad superaba sus sueños.
 
Manuela Suspiros se encontraba en una casa oscura, extraña, desconocida, y el poco aire que respiraba no la dejaba caminar. Sabía que no era su hogar. Las puertas eran negras y había que realizar un enorme esfuerzo para conseguir abrir una de ellas. No había ventanas, las paredes eran altas y rojizas, careciendo de huecos por el que pudiese entrar algo de luz externa. Apenas se veían muebles, los pocos que nuestra amiga atisbaba a ver eran muy antiguos, de algún siglo pasado. Era como si el tiempo se hubiera detenido y la casa se hubiese estancado con el paso de los años.
Por alguna desconocida razón, La Suspi no se sentía a gusto en esa opresiva  casa,  asfixiante, con una lúgubre decoración en tonos rojos y negros. Su corazón no respiraba tranquilo, es más, se le aceleraba por momentos.  

                                   Ilustrado por El Taller de la Ratita Presumida
                                               
Sin nada que perder, decidió abandonar aquel  sombrío lugar, buscando  alguna luz que no proviniese de las velas. Tras realizar un enorme esfuerzo para abrir la puerta principal, inició su andadura sin rumbo fijo, sin saber a ciencia cierta hacia donde encaminar sus temblorosos pasos sin hacer ruido. Era noche cerrada ya, numerosos miedos acechaban a Manuela Suspiros que no dejaba de tiritar, y no precisamente de frío. No es que nuestra amiga fuese una cobarde, pero verte en una noche fría por un tétrico y desconocido sendero, huyendo no sé muy bien de qué, es como para dejar de ser valiente ¿no creéis? Hacía frío, mucho frío, mientras una finísima lluvia comenzaba a dejar la superficie del camino resbaladiza y mojada.
En su huida (todavía sin saber muy bien de qué), La Suspi se vio rodeada de agua. Cerca de la senda por la que transitaba pudo percibir una especie de estanque o de lago pequeño. Presentía que algo o alguien la acechaba, podía sentir su presencia cerca. De repente, sintió un desgarro en el brazo derecho, como si una fiera le intentase atrapar entre sus garras. Sus gafas se cayeron, aunque pudo ver con claridad que una mala bestia había conseguido hacerle una enorme herida, sangrando cada vez más deprisa. Cuando pudo observar su brazo, se percató de que no era el zarpazo de ninguna alimaña, sino el mordisco de algún ser irracional que no era de este mundo.
Se limpió la sangre en el estanque, viendo reflejada su  aterrada cara en él. Con el  brazo mal herido, sin saber de qué diablos huía, decidió regresar a la casa que le daba pánico en busca de ayuda. Seguro que allí encontraría algo para calmarse el escozor que le hervía el brazo.
A duras penas consiguió otra vez abrir la pesada puerta, esta vez para regresar. Ese aciago lugar le producía escalofríos, sin embargo, una extraña fuerza le arrastraba hacia allí, sabiendo que eso podría ser su desdicha, su infortunado final.
No había nadie. Un angustioso silencio se escuchaba por toda la casa. Manuela Suspiros fue a parar a una gran sala. En cuestión de segundos, se abarrotó de oscuros seres, sin saber cómo habían logrado entrar, pues la única puerta era por donde había entrado ella. Era una especie de comedor enorme, con una gran mesa ovalada y alargada en el centro con numerosas  sillas. La mesa estaba vacía, sin platos, ni vasos, ni cubiertos, totalmente desierta. Ni siquiera lámparas que alumbraran la estancia, pero se veía con nitidez dentro de la gran oscuridad que allí reinaba.
Todos los que allí estaban permanecían de pie observando con hipócrita amabilidad a La Suspi, a sabiendas de que ella intuía que algo le estaban ocultando. Todos iban de riguroso negro. Uno de ellos le sugirió a nuestra amiga que se sentara, y no lo dudó ni un segundo, su cuerpo obedeció sin rechistar. Quién en su sano juicio no lo haría en presencia de aquellos especímenes. Manuela Suspiros trataba de   buscar una explicación coherente en su cabeza de por qué “diablos” se encontraba en esas situación, pues no era un lugar al que acudiese de forma habitual, ni mucho menos la clase de amigos con los que se solía relacionar. Su raciocinio no podía ocultar su desconcierto, que se acrecentaba por momentos.
Aquellos seres demoníacos seguían de pie sin quitarle el ojo de encima, multiplicándose a cada segundo que iba marcando con lentitud el reloj del tiempo. Manuela Suspiros no atinaba a ver sus caras con nitidez, todas le parecían bastante pálidas, con unas ojeras muy pronunciadas. Se olvidó por completo de la herida del brazo, una turbación arrolladora se apoderó de ella. En ese preciso instante de lucidez mental, supo que ya no había vuelta atrás, no había escapatoria. La rodearon con sus cadavéricos rostros, carcajeándose con un cinismo desvergonzado.
Era el fin, lo sabía. El horror la paralizó al tiempo que abrían sus hambrientas bocas. Eran una especie olvidada de vampiros que pedían a gritos saciar sus deseos más secretos: beberse a Manuela Suspiros para secarle las entrañas, aplacando así su sedienta inmortalidad. Era su perdición, su desdicha, era el principio del fin, el comienzo de su nueva vida, la muerte de esta. Se acercaron hacia ella sin compasión, sin prisa. No percibió el pinchazo de sus puntiagudos colmillos, si sintió como se desangraba, nublándosele la vista.
Mientras le hurtaban la poca sangre que le quedaba, la vida se le escapaba por esos segundos que el reloj no quería marcar. Era tan horrible la sensación que no lo pudo aguantar más. Su umbral del dolor había llegado hasta su punto de máxima tolerancia, y Manuela Suspiros se desmayó.
Cuando abrió los ojos, estaba sudando a mares con un calor insoportable. El corazón le latía con fuerza. Lo curioso es que seguía mareada, con nauseas y ganas de vomitar. ¡Qué pesadilla tan horripilante acababa de tener!- pensó-
Intentó recuperar la calma, se miró las manos: no le faltaba ningún dedo. Las sábanas seguían siendo blancas, su cama en apariencia, era la de siempre. Pero una sensación de desconcierto la invadió, un escalofrío la estremeció. Miró hacia la pared, esta era larga, rojiza. Le costaba respirar, cuando observó unas manchas de sangre en la almohada. Se examinó el brazo derecho y ahí estaba la herida, cicatrizando. Intentó sentarse en la cama sin éxito, notando con pavor como todo su cuerpo estaba lleno de puntos sanguinolentos. Por algún insólito e inverosímil motivo seguía viviendo, aunque no sabía en qué condiciones ni en qué lugar. Ya no estaba mareada, veía con nitidez, aunque sus gafas no estaban por ningún sitio.
No hay ventanas, no puede salir. No hay luz, todo es oscuridad. Sólo hay una enorme y pesada puerta la separa del mundo. Manuela Suspiros escucha unos lentos y cansinos pasos que avanzan. No hay escapatoria. Es el final, es el principio.
Creo que Manuela Suspiros se vio condicionada por la noche de Halloween que con gran éxito nos han vendido los americanos: calabazas desfiguradas, brujas, esqueletos, vampiros y un sinfín de horribles seres que nos acechan esa noche en la que todo está permitido, y las criaturas más espantosas pueden llamar a tu puerta.
Manuela Suspiros quiere que no se pierdan nuestras tradiciones en estos días. Ella celebra el día de los difuntos o de los “finaos” comiendo castañas con anís,  encendiendo una vela para honrar a los seres queridos que nos han dejado, aunque siempre estén en nuestros corazones.
Y por primera vez en su vida, este año escuchará un “rancho de ánimas”, que según dicen, hacen que se te pongan todos los pelos de punta.

¿Y vosotros? ¿Qué hacéis estos días? ¿Truco o trato? ¿Castañas o calabazas?