A Manuela Suspiros le falta el aire porque aún sigue con la operación
bikini en pleno otoño, y algún kilito parece haberse quedado atrás como el
verano. Pero se le quedaron un par de
cositas en el tintero sobre las piscinas y el sorprendente mundo de los vestuarios, aquí va
el resto.
Se podría escribir una novela de terror al respecto, no vamos a entrar en
detalles, no obstante Manuela Suspiros se ha topado en los vestuarios con las
que no saben decir buenos días, las que cuentan con pelos y señales lo que hacen
con su marido o amante para que se entere todo la sala, las que se miran y
remiran al espejo (aparte de su ombligo), sin tener ni un gramo de grasa
(porque celulitis tenemos todas, salvo las deportistas profesionales). ¡Menudo
lucimiento personal! Al final con el paso de unas cuentas primaveras, toda la
musculatura se afloja, como a todas (y a todos), no se puede luchar contra el
tiempo ni mucho menos contra la cruel Ley de la gravedad.
En este micro universo de los vestuarios se llevan la medalla de oro esas
grandes olvidadas: las madres, que a alguna le daría yo ese merecido trofeo y a
otras las hundiría en la piscina junto con sus maleducados y chillones hijos.
¡Qué griterío! Allá donde van lo de hablar en voz baja es una utopía: Paula,
recoge eso; Raúl, no pegues a tu hermana; Raquel, sal de la taquilla, ¡YA!
De los vestuarios masculinos no voy a hablar, pues es un territorio aún por
descubrir. Bueno, Manuela Suspiros se coló una vez por error, y de lo que allí
vio, nunca quiso hablar. Guardó silencio, y se llevará a su tumba aquello que
tanto le sorprendió (o quizás no tanto).
Eso sí, las auténticas heroínas de Manuela Suspiros son las señoras
octogenarias que van a nadar con todo el tiempo del mundo y su carrito de la
compra para meter todos sus enseres: toalla grande, zapatillas, gorro con
florecitas del año de Maricastaña, toalla para los pies, toalla para la cabeza,
bañador azul, bañador rojo de repuesto, neceser con un sinfín de botes,
albornoz, un kit de maquillaje y un millón de cosas más que le puedan caber
allí dentro. De mayor, a La Suspi le encantaría ser como ellas, sin complejos
para seguir haciendo deporte. Como el gran ejemplo que fue Bernarda Angulo, que
dejó de nadar a los 97 años porque la muerte la vino a buscar, no sin antes
conseguir algún que otro récord. Casi seguro que allá donde esté, seguirá
nadando kroll con los ángeles. Cuando a Manuela Suspiros le entra la pereza de
ir a moldear su figura, invoca al espíritu de la Señora Angulo para que le dé
un empujoncito que le haga saltar a la piscina.
Pero no todo son inconvenientes, lo que ocurre es que cuesta mucho ponerse
a hacer ejercicio y ver los resultados enseguida. No es fácil, hay que ser
constates para que tu cuerpo de signos de mejoría en un par de meses, siempre y
cuando no lo dejes, porque todo el esfuerzo habrá sido en balde. Como cuando
nuestra amiga fue al fisioterapeuta aquejada de una fuerte lumbalgia, y este le
dijo que tenía la musculatura de la cintura débil. Sí, la famosa y conocida
como “lorza”, “flotador” o “chicha”, que sin darte cuenta un buen día aparece
en tu cuerpo y no sabes cómo ha llegado hasta allí, estaba floja ocasionando
múltiples desastres en su organismo. Manuela Suspiros no podía entender como
nadando seguía su musculatura sin estar fuerte. Supongo que algo influirán las
salsas, el pan, una cervecita para acompañar, y algún que otro furtivo cruasán.
Qué le vamos a hacer, de vez en cuando el cuerpito debe disfrutar de algún que
otro placer culinario.
Otra especie extraordinaria que anda merodeando por la piscina son los
monitores. Algunos tan guapos, otros tan simpáticos y otros tan esculturales,
que su sola presencia hace que quieras salir corriendo en dirección contraria.
Están a otro nivel, haciendo que te pongas nerviosa con su mirada, de la que es
inevitable escapar. Es como si vinieran de otro planeta para analizar qué rarezas
físicas posees o qué músculo no tienes en su sitio.
En una ocasión, Manuela Suspiros entre piscina y piscina, se atragantó. Empezó
a toser, y no podía parar, casi se ahoga. Un monitor con "rastas", sí, un "rasta fari"
con una cara dulce (y algo dura), se le ofreció para traerle un
vasito de agua. Esta se carcajeó entre tos y tos pensado que la estaba vacilando,
y le suelta: "no te preocupes, que tengo toda la piscina para beberme". El amigo
de Bob Marley, se ríe y le dice que va en serio, que le trae el agua para
que aclare su garganta. La Suspi creyó sinceramente que le estaba gastando una
broma, sus mejillas enrojecieron de repente, deseando hundirse para no asomar
más la cabeza.
Un domingo cualquiera, sí, un domingo. Manuela Suspiros sacó fuerzas de
flaqueza aventurándose a echar unos largos y desentumecerse. Tras los
estiramientos de calentamiento, metió el dedo gordo en la piscina. ¡Dios, estaba
helada! Todos los pelos del cuerpo gritaron al mismo tiempo. ¿A ver quién es la
guapa que se mete allí? Para no salir con vida –pensó- El monitor muy sonriente,
esta vez sin rasta, y con una coleta le dice: Perdona, se ha estropeado la
caldera, y el agua está algo fría, pero no te preocupes, te tiras, y calientas
en el agua, solo notarás el frío al entrar. Una vez dentro…
¡La madre del cordero, qué fría! A punto de convertirse en un cubito de
hielo humano, se tragó su orgullo y con la valentía de un nórdico se lazó,
confiando en la sapiencia del muchacho. Nadó los primeros 400 metros a la
velocidad de la luz, ni pulsaciones, ni leches, se moría de frío. Los dedos
arrugaditos y al borde de la congelación. Resultado: una bronquitis aguda que la apartó del deporte
durante casi un mes, dejándola de nuevo en brazos de su esponjoso sofá.
Tras ese fatídico domingo, Maquiavela le regaló un calentito albornoz que la
protegió del frío y de curiosas miradas, como aquella vez en que perdió sus
chanclas favoritas en la inmensidad de una depravada lavadora, y le prestaron otras
de un amarillo chillón que no combinaban con su albornoz azul. Hasta la miraban
mal, porque todo hay que decirlo, algunos van a la piscina como si fueran a la
pasarela Cibeles, bañadores de la marca “tututú”, gafas de la firma “tatatá”, o
el último modelo en auriculares acuáticos. Lo más “chic”.
Resumiendo: ¿es el deporte sano? Manuela Suspiros no lo tiene del todo
claro, pues siempre acaba con el cuerpo dolorido tras una buena sesión de
natación, eso sí, con las endorfinas por las nubes y una enorme sonrisa de oreja
a oreja.
Por cierto, hay un mito que La Suspi todavía no ha conseguido averiguar:
¿es cierto que aparecen unos círculos rojos si a algún despistado (o quizás no tanto) se le
escapa algún líquido amarillento indebido? Por si acaso, no lo intentéis
averiguar…