A Manuela Suspiros le falta el aire y algún que otro músculo por intentar
moldear su figura en el medio acuático.
Nuestra amiga decidió que La Primavera sería una buena estación para
apuntarse a la piscina, sintiéndose una sirena con gorro de nadadora que hace que te parezcas a Mortadelo sin un solo
pelo en la cabeza. Un bañador que te aplasta las tetas dejándote más plana que
una tabla de surf, y unas gafas tan poco favorecedoras que hacen que tus ojos
estén siempre abiertos, y no precisamente para ver mejor, no, sino del espanto
de verte de esa guisa. ¡Tanto esfuerzo para nada! Por no hablar de esos
horribles tapones de cera que se te incrustan hasta el tímpano, dejándote las
orejas más pegajosas que un panal de miel, y sin por ello evitar que te entre
agua en los oídos.
¡Empieza el espectáculo! Remojarse antes de entrar, hacer estiramientos
ante la atenta mirada de los monitores que parece que se estén riendo de una, y
zas, al agua: 50 metros, 100 metros, uf ya está con la lengua fuera. La Suspi
intentando controlar sus movimientos sin perder el ritmo cardíaco, manteniéndose
a flote, cuando de repente ve a un nadador en la calle contigua que al llegar
al final salta del agua y se pone a hacer abdominales. Vuelve al agua, llega al
otro lado de la piscina, repite abdominales y así sin parar. ¡Dios mío, pero
qué desayunará ese tipo! Ella ya no puede con su alma, ni mucho menos con sus
huesecillos. No es que le pese el culo, no, es que le pesa el alma.
Lo mejor es nadar sola, porque si te toca compañía te puede pasar como a
Maquiavela, que una vez compartió calle con un armario empotrado que en mitad
de su travesía se chocó con ella adrede, poniéndola del golpe en la calle
contigua. Ella creyó que se había dado contra un iceberg y que en cuestión de
segundos se hundiría como el Titanic, sin que nadie viniese a rescatarla. El
cromañón le dijo:” ¡Ay, perdona! No te
vi, es que nadas con tanta suavidad que apenas noto tus vibraciones”. Maquievela
le miró fijamente y sin decir palabra siguió su camino, recomponiéndose del brutal
impacto que no le dejó ningún cardenal, pero si dolorida durante un par de días.
“Será imbécil –pensó- seré pequeñita pero no invisible”. Con
tal de ligar, algunos no saben que inventarse, un poquito más de esfuerzo no
vendría mal, que con golpes no se consigue nada. Es muy común ver especímenes
raritos en los centros deportivos dispuestos a todo, incluso a prestarte su
toalla sudada, con tal de entablar una conversación con el único propósito de
verte atrapa en su red. Son como arañas, que tejen su estrategia para no
dejarte escapar, y de hecho alguno, hasta lo consigue.
Manuela Suspiros quiso mejorar su estilo apuntándose a una clase que daban
para aprender diferentes ejercicios acuáticos. Allí que se fue ella, muy
dispuesta al aprendizaje, con todos sus sentidos en alerta para no dejar
escapar nada. La pusieron en el nivel intermedio, ni era novata ni era de las
que vuelan nadando. En su grupo había tres chicas y un bombón de nadador que no
se derretía con el agua. Él nadaba primero indicando el ejercicio y las demás seguían
su estela tras él: “patético”, pensó La Suspi. “¿Qué diablos hago yo aquí con todos estos desconocidos?” Cambió de
opinión cuando el profesor le dijo que tenía muy buen estilo, nadando muy bien.
Manuela Suspiros se llenó de satisfacción.
¡Venga chicas, vamos a aprender a medirnos las pulsaciones! Ya no podía
más, el entrenamiento se le estaba haciendo muy largo, durísimo, pero su
orgullo era superior a las pocas fuerzas que le quedaban. No desfallecería, a
pesar de que en cualquier momento podría darle un colapso tragándose toda el
agua de la piscina. ¿Pulsaciones? ¡Por los clavos de Cristo! Ni que fuera a ir
a las Olimpiadas. “Qué necesidad de padecer
este sufrimiento, ¿para qué diablos me apuntaría a esta clase?” -se decía- Se
sentía como un zombi o un no muerto, porque no atinaba a encontrarse esas
pulsaciones de las que tanto hablaba el monitor.
Fue entonces cuando el “bombonazo
griego” acercó sus suaves y mojadas manos al cuello de Manuela Suspiros
buscándole la yugular. A pesar de no ser un vampiro, no le hubiese importado lo
más mínimo que ejerciera como tal, marcándola de por vida.
“¿Debes buscar aquí? ¿Ves?
¿Lo notas?” Le explicaba con pausada paciencia donde localizar el punto exacto. Ella
como buena alumna aplicada, le atendía sin parpadear, no se le fuera a escapar
ningún detalle.
“Bueno, a lo mejor
estos entrenamientos no están tan mal…”
El tiempo se detuvo, pero la magia apenas duró unos segundos, ni siquiera
le dejaron que llegara al minuto. Una de las arpías que compartía calle despedazó el encantamiento en un suspiro: “¡Perdona, pero yo tampoco me encuentro
las pulsaciones, guapo!” Será… Mejor no voy a definir la palabra que pensó La
Suspi para describir a una bruja de cuento de hadas que todo lo tiene que
fastidiar.
Así fue como Manuela Suspiros aprendió mucho sobre natación (y poco o nada
de cómo quitarse a petardas de encima) consiguiendo acabar un duro
entrenamiento que la dejó deshidratada, sin aliento y con las pulsaciones
revolucionadas. Eso sí, tardó más de una semana en recomponerse, le pesaban
hasta pestañas, pero para eso estaba su
querido sofá azul esperándola con los brazos abierto.
Manuela Suspiros se fue un día a la sauna. ¡Oh, qué paz, qué descanso!
Silencio y mucho calor. La sauna posee una gran cristalera que asemeja a un
escaparate en el que puedes ver todo lo que ocurre en la piscina sin que te
vean a ti. Mientras sudaba y meditaba, se planta ante sus ojitos el morenazo de
las abdominales que se pone en pie dándole la espalda. ¡Qué imagen divina, que
belleza, qué espalda tan bien esculpida por los dioses!
Pero no todo es cuasi - perfección,
no. Más de una vez se ha tenido que ir de la sauna por un previo ataque de
risa. Hay un personaje con el que ha coincidido en varias ocasiones, que
comparte sus íntimos momentos de sauna en silencio. En lugar de estarse quieto
para que el calor limpie sus poros, hace abdominales sentado. Sí, sentado,
hacia la derecha, hacia la izquierda, derecha, izquierda. Es superior a La Suspi,
le entra la risa y se tiene que marchar, con la cara enrojecida y no
precisamente por el calor. Sí, ya sé que es un gimnasio y hay que lucir figura,
pero es que algunos se pasan tres pueblos. Deben de estar muy enamorados de sí
mismos.
¿Y qué me decís de la depilación masculina? Sí, sé que nos adentramos en un
tema muy espinoso, pero es que algunos tienen unas piernas de escándalo: ni un
solo pelo. Nuestra amiga a veces se siente intimidada, ya que no es la primera
vez que va a nadar y se da cuenta de que tiene algún pelillo de más. No sabe ni
donde esconderse, y todo por no haber tenido tiempo atendiendo a las
obligaciones de su reino. Estos muchachos, por más que ha mirado y remirado, ni
pelos en las piernas, ni en los brazos, ni en el pecho, solo en la cabeza (y no
por norma general, que la alopecia masculina está haciendo estragos en la
ciudad). Abrazarles debe de ser algo resbaladizo. Un poquito de pelo no viene
mal, para tener de donde agarrar…
Nunca hay que llegar a los extremos, como los señores que van con ella a Aquagym. ¡Qué divertidas son esas clases!
Señoras de mediana edad que pasan de todo. Muy pocas se divierten, otras se lo
toman tan en serio que ni sonríen. Manuela Suspiros se pone con las revoltosas,
que son las que hacen trampas, no acaban los ejercicios, se esconden como
pueden del monitor para que no las riñan, y tragan mucha agua de los ataques de
risa que les dan. Nunca olvidará el día en que haciendo uno de los ejercicios
una de las señoras se quedó dormida encima de una tabla con los auriculares
puestos. ¡Creyó que estaba muerta! Y encima la señora en cuestión se enfadó con
ella cuando la sacó de su ensimismamiento.
De los pocos hombres que hay, ninguno se depila (es otra generación). Una
cosa es que no tengas ni un solo pelo y otra es que parezcas el hombre lobo
dentro de una piscina. ¡Es inhumano! La Suspi huye de ellos como de la peste. Más
de una vez le ha tocado estar detrás de uno, y cuando hay que hacer ejercicios
hacia atrás, ve como una enorme espalda peluda la quiere engullir para hacerla
desaparecer. ¡Es horrible! Por más que intenta ir más rápido, la espalda peluda
casi siempre le da alcance. Incluso ha llegado a tener pesadillas, es como si
la espalda fuera un ente autónomo con vida propia, con una espesa selva negra que la cubre. Le
dan escalofríos solo de recordarlo.
Tampoco puede dejar en el tintero la primera vez que se llenó de valor para
ir al Aquagym preguntándole a dos señoras que estaban allí: “¿perdonen, son muy duras estas clases?”
La miraron atónitas, con ganas de abofetearla por su juventud: “niña, tenemos cuarenta años más que tú, así
es que ya nos dirás. Si tú no puedes…” Mensaje recibido, cambio y corto. ¡Viva
la simpatía!
¿Y qué me decís del maravilloso mundo de los vestuarios? Bueno, no os
quiero hacer perder más tiempo, os lo contaré otro día.