A Manuela
Suspiros le falta el aire cuando recuerda su paso por algunos de los pubs de
Dublín, que en su día fueron musa de inspiración de grandes escritores.
Había oído
hablar de la amabilidad de los irlandeses, de su simpatía y de su afición a
cantar y apostar por cualquier cosa. Creyó que eran mitos urbanos, hasta que
los vivió en sus carnes.
La primera
noche en Dublín Manuela Suspiros, y sus amigas, se fueron al Celtic Pub, un conocido
antro dublinés que distaba mucho de ser turístico. No quedaban mesas libres, así es que acomodaron
sus traseros en la barra, que llevaba unos cuantos años o lustros sin ser
barnizada. El local era algo peculiar, ondeaban banderas de un montón de
lugares españoles como la del País Vasco, Asturias o Galicia, todas ellas con
la estrella roja y un Che Guevara observándolas. Esto tenía que haber sido una
aviso para dar media vuelta.
Al lado de
Maquiavela se sentó un extraño personaje ataviado con turbante, y con la cara
pintada de blanco. Mientras se bebía una Guinness, sacó un librito y una lupa.
Sí, no usaba gafas, y leía a través de esa lupa. Manuela Suspiros lo observaba
con curiosidad, hasta que un escalofrío le recorrió todo su cuerpo. El tipo en
cuestión dejó de leer el libro, levantó la lupa y se puso a mirar a La Suspi
con todo descaro. Sintió que la estaban ultrajando. A Maquiavela empezó a
entrarle la risa.
La música
irlandesa no dejaba de sonar, y las pintas de cerveza que se habían pedido
estaban ricas y fresquitas, pero tardaban en bajar. A los cinco minutos, se
levantó un chico con traje y corbata a pedir algo, y como no, las miró y les
sonrío. A los diez minutos, otro señor repite la misma jugada, esta vez sin corbata. ¡Qué pasa!
¿Tanto se notaba que no eran de allí? Miraron a su alrededor y se dieron cuenta
de que apenas había mujeres en el pub, solo una, que miraba con ojitos de enamorada
a su acompañante. A todas estas, el del turbante seguía radiografiando a La
Suspi con su lupa. ¿Tendría poderes mágicos? ¿Podría ver el interior de sus pensamientos con ella? Días más tarde lo vieron tocando
una especie de flauta en la calle, era un artista ambulante, pero de la lupa ni rastro.
–Chicas,
apuren las cervezas que esto se está poniendo feo –dijo Maquiavela.
Fue decir
esto, y Manuela Suspiros tuvo a dos pretendientes sentados a su lado. Dos
majetes dublineses dispuestos a hablar y a entablar una grata amistad. Ella hizo oidos sordos a lo que estos le decían en un susurrante inglés. Hubiese
estado bien si la edad media de esos individuos no rozara los sesenta. En menos
de media hora, estas mosqueteras estaban rodeadas de abuelos dispuestos a
invitarlas a lo que ellas quisieran. ¡Oh, cielos! Nunca La Suspi se había
bebido una cerveza a la velocidad de la luz. Salieron corriendo hacia otro pub
en busca de mejores vistas y sin que nadie les radiografiara con una lupa.
Manuela
Suspiros encontró a un interesante dublinés que la dejó sin aire y sin vergüenza en la
oficina de turismo, pero esa es otra historia que no puede ser contada
públicamente.