A Manuela
Suspiros le falta el aire cuando se acuerda de algunas confusiones con las
palabras.
Una tarde
de sábado, la madre de Maquiavela y La Suspi llegó de pasear a su fiel perrita.
Venía desencajada y algo nerviosa.
– ¡Ay, hijas!
¿Os acordáis de fulanita, la dueña de Happy?
Manuela
Suspiros había oído hablar de muchos dueños de perros, resultándole casi
imposible ponerles caras a todos.
–Pues
resulta que tiene una enfermedad nórdica.
¿Una enfermedad nórdica? ¿En qué consistirá?
Por la cabeza de Manuela Suspiros pasaron a toda velocidad varias imágenes de
posibles enfermedades originarias del norte: fiebres altas, nariz roja,
pegajosos mocos verdes, posible congelamiento de la masa cerebral, tos
ensordecedora. Nunca había escuchado nada acerca de esa rara enfermedad nórdica que atacase con
virulencia a los descendientes de los vikingos.
–A ver, mamá
–A Maquiavela le empezó a llegar una luz– Explícanos en qué consiste esa grave dolencia.
–Estoy muy
preocupada, seguramente la tienen que operar.
–¿Cómo que
la tienen que operar?
–Por lo
visto le tienen que meter un balón en el estómago, para que deje de comer o
algo así.
–¿Un balón
en el estómago? A ver, ¿tu amiga es muy grande, mamá?
–Pues claro.
Por eso tiene que operarse, para no coger esa enfermedad nórdica.
–¡Ay, mamá!
Que tú estás hablando de la obesidad
mórbida, no de la enfermedad nórdica.
–Pues eso
hija, pues eso.
Maquievela
y Manuela Suspiros se echaron a reír, dando las gracias por la no existencia de
una enfermedad contagiada por los nórdicos.
En otra ocasión,
su amiga La Glamour tuvo tal confusión con las palabras que pasó mucha vergüenza. Se encontraba enseñando unas oficinas a un cliente, y todo
era ruido. Teléfonos sonando, ordenadores al rojo vivo, papeles apilados en las
mesas, trabajadores hablando. Vamos, una oficina muy activa. El cliente estaba
muy contento de ver tanto movimiento, buena señal para el negocio. Subieron en
el ascensor a otra planta, y a La Glamour no se le ocurre otra cosa que decir:
“Como puede usted observar, aquí trabajamos a polla fija”. La Suspi nunca supo en qué diablos estaría pensando su
amiga. La vergüenza fue mayúscula, reflejándose al instante en su pálido
rostro, que enrojeció en un santiamén. No supo qué decir. Atrapada en un
corto espacio con un posible cliente, los segundos se hicieron eternos y el
silencio, tenso. Gracias a que el caballero sonriendo le contestó: “A piñón fijo, quería usted decir. A piñón fijo”. Ambos se fundieron en una
sonora carcajada.
Un viernes
por la mañana, Maquievela andaba haciendo gestiones por la zona de los bancos,
cuando se le acercó una veinteañera muy bien vestida y con unos elegantes
tacones.
–Disculpe,
¿Sabe si por aquí cerca hay un Bar Gay?
Maquiavela
puso cara de póquer. ¿Un Bar Gay? ¿A
las once de la mañana? Bueno, pensó, por aquí cerca habrá alguno.
Por esa zona
solo había bancos, aunque ella no descartaba que hubiera algún bar de esos que
duran hasta el mediodía abiertos. La joven, al ver que Maquiavela había entrado
en estado de shock le repitió la pregunta.
–Pues no lo sé
–le contestó extrañada–
creo que por aquí no hay ningún Bar Gay.
–Perdona,
creo que no me has entendido bien. No busco un Bar Gay, busco un Barclays.
Un banco Bar Clays –le repetía a
cámara lenta comos si estuviera sorda.
Se descojonaron.
Maquiavela pudo señalarle donde estaba el banco en cuestión entre lágrimas de risa.
Otra
confusión de palabras vino (una vez más) de la mano de la madre de La Suspi. Se
conoce mucha gente variopinta paseando a los perros.
–Ay, hijas. Hoy
me he encontrado a la dueña de Dana. Qué disgusto, le tienen que poner una próstata en la rodilla.
–¿Una próstata, mamá? En la rodilla…
–Sí, hija,
sí. Con los años la rodilla se le está desgastando.
–Será una prótesis
mamá, una prótesis. No una próstata.
Poco iba a
hacer una próstata para recuperar una rodilla carcomida por los años. En fin,
así son las madres.
Manuela
Suspiros y Maquievela se lo pasan en grande con las ocurrencias lingüísticas de
su madre. Le gusta llamar “Draculines” a los Drag Queen, “Michu Puchi” al Machu
Pichu, Austria a Australia, le cambia los nombres a los actores de cine o te
dice que aquel malo se va a ir al invierno (que no al infierno) de cabeza.
Seguro que
más de una vez habéis confundido las palabras, o tenéis la suerte de tener una
madre que lo pone todo al revés.
Ilustración: Rocío Ferrete Marchamalo